Es muy importante tener una disciplina que nos ayude a vivir como cristianos. El hábito precede y facilita las cosas. Las importantes. Es una forma de garantizar que lo que tenemos que hacer, lo haremos. El ritmo de vida que imprimimos a nuestras horas no siempre facilita que cuidemos lo que verdaderamente importa en la vida. No se trata de inventar cada día de nuevo lo que hay que hacer, lo que hay que vivir. Existe una regla, una disciplina que ya espera y ayuda a vivir ordenadamente cada día. Una disciplina que, lejos de encorsetar, nos ayuda a vivir lo esencial de cada día. Un hábito que no debería entrar en colisión con la novedad y la flexibilidad que cada jornada sugiere. El hábito, la disciplina o el plan de vida nos ayudan a caminar, a entrar en contacto con Dios, a tomarse en serio todas las resistencias de nuestra naturaleza, canalizándolas para llegar al gran sí al Señor. Nos ayudará a formar nuestro horizonte humano y espiritual. El cultivo de lo que nos gusta, conjuntamente con aquello que nos puede ayudar a ser mejores cristianos, es necesario. Con un plan de vida suficientemente profundo y flexible avanzaremos por el camino, no siempre fácil, de descubrir la voluntad de Dios todos los días de nuestra vida.