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Un gran papa: San Gregorio Magno

Publicado: 30/10/2014: 11569

Una de las grandes figuras del pontificado romano de todos los tiempos es la del papa Gregorio Magno. Nació hacia el 540 en el seno de una familia de patricios. Romano de pura sangre, cursó la carrera jurídica y, con 25 años, era prefecto de Roma.

Desde su cargo político mantuvo siempre el deseo de consagrarse a Dios y así lo hizo tras la muerte de su padre, Gordiano (575). Vendió sus cuantiosos bienes y, con el dinero resultante, fundó seis monasterios. Su palacio de Roma lo convirtió en un cenobio benedictino. Ordenado diácono, el papa Pelagio lo envió a Constantinopla como delegado papal y allí estuvo seis años.

En esta ciudad comenzó su amistad con san Leandro de Sevilla. A su regreso a Roma, siendo aún diácono, encontró en una de sus calles un grupo de esclavos rubios que le llamó la atención y preguntó quiénes eran. «Son anglos», le contestaron y él entonces replicó: «no son anglos, sino ángeles». Pidió permiso al papa para misionar Gran Bretaña, pero el papa lo retuvo en Roma. En el 590, el clero, el senado y el pueblo lo aclamaron como Papa. El emperador Mauricio acogió con alegría esta designación.

Como pontífice, frente al patriarca de Constantinopla que se hacía llamar “patriarca universal”, san Gregorio en sus documentos adoptó el título de “servus, servorum Dei”. En muy variadas ocasiones resolvió apelaciones y litigios del Oriente cristiano para así manifestar sus derechos como primado en aquellas tierras. Sus intervenciones en el Occidente cristiano fueron muy frecuentes y, de un modo especial, con la España visigoda, con África, con Inglaterra y con el norte de Italia. Su inquietud misionera se centró especialmente en la evangelización de Inglaterra, enviando a san Agustín, con 39 monjes. Ordenó que se respetaran las costumbres inglesas, llenándolas de sentido cristiano.

La paz con los lombardos

A pesar de su frágil salud, supo defender Roma en momentos difíciles. Los lombardos intentaron dos veces apoderarse de Roma en los años 592 y 593. El Papa consiguió, mediante una negociación y una considerable indemnización, firmar la paz con los lombardos. Ambas intervenciones, que salvaron
Roma, dieron un gran prestigio al papado. Una leyenda de la época asegura que, para combatir la peste que asolaba Roma, el Papa organizó una serie de procesiones penitenciales en la ciudad. La peste cesó. Alguien, parece ser, vio sobre el sepulcro de Adriano, la Mole Adriana, la figura de un ángel con una espada de fuego. Este monumento, muy transformado, es conocido como el castillo de Sant’Angelo. La actividad literaria de este pontífice es considerable. Se conservan 850 cartas en las que trata de los más variados asuntos pastorales. Escribió las “Moralia”, que son un comentario al libro de Job, muy pronto traducido al griego y al anglosajón; y la “Regula pastoralis”, sobre el oficio episcopal. Se conservan 40 homilías sobre los evangelios y 22 sobre Ezequiel. En su labor litúrgica, publicó un “Sacramentario” (especie de misal), un “Antifonario” (manual de antífonas) y organizó el canto litúrgico, estimulando la salmodia monocorde propia de los monjes y que desde entonces se llamó “canto gregoriano”. Él, sin embargo, no creó ninguna composición musical. Hoy llama la atención la excelente organización de la economía llevada a cabo por este pontífice. Desde la caída de Roma y con las invasiones germánicas, muchos cristianos dejaban en testamento numerosas fincas y posesiones a la Iglesia. Así se formó el llamado “Patrimonium Sancti Petri”. Con las rentas obtenidas, el Papa protegía al pueblo de las invasiones, dotaba de hospitales y orfanatos, construía iglesias y remediaba el hambre.

Santiago Correa

Sacerdote Diocesano

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