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Conversión cristiana

La conversión de San Pablo, de Caravaggio
Publicado: 13/05/2014: 7224

En la historia de la evangelización efectuada por la Iglesia desde sus orígenes, se han dado dos formas diferentes de conversión: la personal y la colectiva.

La personal por la que el individuo convencido de la verdad y de la bondad cristiana solicita el bautismo de una manera consciente y con una auténtica conversión, y la colectiva o masiva por la que pueblos enteros, bien por la superioridad cultural cristiana o por el bautismo de sus propios jefes o caudillos, abandonan su religión bautizándose en masa, sin verdadero conocimiento del Evangelio, de la moral cristiana o de la figura de Cristo.

En los tres primeros siglos del cristianismo, predominó la conversión individual: el romano convencido y poniendo en peligro su propia vida ante la amenaza de las persecuciones, abraza el cristianismo con todas sus consecuencias. Años después, los pueblos germánicos, se convierten masivamente, sin la convicción personal y sin apenas conocimiento del Evangelio; se bautizan porque así lo hacen sus caudillos o jefes.

La Iglesia, en los primeros siglos, fue muy exigente a la hora de bautizar. El catecumenado duraba de dos a tres años. Los candidatos (audientes) eran instruidos por un catequista y se les exigía una conducta moral igual que al resto de los cristianos. Treinta o cuarenta días antes del bautismo recibían los llamados “competentes” una preparación inmediata. En las vigilias de Pascua y Pentecostés se celebraba el bautismo.

Los candidatos al bautismo eran presentados a la Iglesia por otros cristianos que certificaban la sinceridad del catecúmeno: eran los futuros padrinos y madrinas. A los candidatos se les preguntaba por las razones que tenían para aceptar la fe cristiana y sobre cómo vivían su matrimonio.

Santiago Correa

Sacerdote Diocesano

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