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La entrega de Juan de Ávila, patrón del clero español

Publicado: 09/05/2014: 12154

La España del XVI, con sólo siete millones de personas, padecía grandes espacios deshabitados, esto hacía que los desplazamientos resultasen peligrosos, más aún, teniendo en cuenta que sólo se recorrían unos 30 kilómetros por jornada.

Calculen cuántos días necesitaban para ir de Córdoba a Granada, distancia que, muchas veces salvó el Apóstol de Andalucía para ayudar al pueblo y al clero.

Su amor al pueblo lo dirigió, especialmente, hacia los niños, los pobres y las mujeres. Su preocupación por los niños le llevó a fundar colegios para ellos: tarea en la que invirtió tiempo, esfuerzo y dinero. Colegios gratuitos para niños pobres, en los que vivían internos y a los que se les enseñaba, además de lo fundamental, un oficio en casa de los artesanos.

Su preocupación por los pobres quedó de manifiesto en el arranque mismo de su sacerdocio: el día de su primera misa lavó los pies a doce pobres, los sentó a su mesa y les repartió su cuantiosa herencia. Años después, en un sermón de adviento, dirá: “Si os predicara ahora que esta Pascua vendrá Jesucristo, pobrecito, desnudo, como nació en Belén, a vuestra casa, ¿no
lo recibiríais? ¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu puerta? Pues si vistes al pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al desconsolado, a Jesucristo consuelas”.

Su preocupación por las mujeres le llevó a soportar persecución y calumnias. El motivo fue que se atrevió a defenderlas desde el púlpito e hizo colectas para dotar a algunas y salvar de la prostitución a otras. Su correspondencia epistolar con toda clase de mujeres, muestra su preocupación por ellas.

Y su preocupación por el clero le llevó a buscar la renovación de los seminarios, hasta el punto que sus ideas fueron llevadas al Concilio de Trento. Más aún, reunió en torno a sí a no pocos clérigos, se preocupó de ellos, los formó y ayudó a vivir apostólicamente, los especializó como catequistas, predicadores o confesores. Los puso al servicio de los obispos y les inculcó: “que sirvieran en obras de caridad”.

¿Qué movió a Juan de Ávila, patrono del clero español, a entregarse así? Su amor a Jesucristo. Amor que aprendió especialmente en la cárcel. Del tiempo que pasó en la de la Inquisición decía que le dio “un muy particular conocimiento del misterio de Cristo”. Y “que por eso tenía por dichosa aquella prisión, pues por ella aprendió en pocos días, más que en todos los años de estudio”.

Conocimiento de Cristo no sólo intelectual, sino afectivo. Conocimiento que se le convirtió en su tesoro y alegría. Tanto, que a partir de ahí, venga lo que viniere: “triunfos o derrotas, aplausos o
silencios, salud o enfermedad”, todo es – dice– “un vino generoso con que Dios me obsequia”. Porque fue capaz de alcanzar esa reciedumbre, fe y santidad, su vida y escritos, nos siguen iluminando.

Lorenzo Orellana

Sacerdote diocesano

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