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El priscilianismo, primera herejía hispánica

Publicado: 09/04/2014: 13219

En el año 385, el emperador Máximo ordena la ejecución de un español, llamado Prisciliano. Era la primera pena de muerte aplicada, en este caso, a un obispo acusado de haber divulgado en Hispania la herejía gnóstica y de haber practicado artes mágicas e inmorales. San Martín de Tours, san Ambrosio y otros obispos se opusieron y condenaron tal determinación imperatorial.

Dos siglos antes, Tertuliano escribía: “Ecclesia abhorret a sanguine”. Los contemporáneos de Prisciliano, como san Juan Crisóstomo, admitían la privación de libertad a los herejes con el fin de controlarlos. San Agustín teóricamente admitía la pena capital cuando los donatistas o circunceliones cometían crímenes, pero en la práctica desaconsejaba tal pena. No obstante, la herejía en aquella época estaba considerada como un delito de alta traición y como una actitud antisocial, anárquica y subversiva.

Pero, ¿quién era Prisciliano? Parece ser que era natural de Galicia, de noble familia, rico, frugal y asceta, bien dotado intelectualmente, amigo de novedades, aficionado a las artes mágicas y divulgador en Hispania del gnosticismo. Era seglar. Sus ideas tuvieron amplia resonancia en el sur de la Península y en toda Hispania. Dos obispos, Instancio y Salvanio, admiradores de Prisciliano, lo consagraron obispo de Ávila. Desde entonces sus predicaciones recobraron mayor difusión. Un concilio celebrado en Zaragoza (380) lo condenó e igualmente otro celebrado en Burdeos (384). Los enemigos de Prisciliano marcharon a Tréveris y lo acusaron ante el emperador como culpable de inmoralidades y de artes mágicas. El emperador y usurpador Máximo, sin atender a los ruegos de san Martín, presente en Tréveris, impuso a Prisciliano y a sus seguidores la pena capital.

San Jerónimo asegura que Prisciliano “edit multa opuscula”. San Agustín llama a los seguidores de Prisciliano “mentirosos herejes” que “hacen de la mentira un dogma” (contra mend., 1, II c. 19) y al priscilianismo como una “cloaca” a la que han ido a parar todas las herejías. A Prisciliano y seguidores se les atribuyen diversos errores sobre la Trinidad, pues afirman una sola persona en Dios; no aceptan la naturaleza humana de Cristo: admiten que el alma es substancia o parte de Dios; aseguran que el demonio emergió del caos; condenan las nupcias y aborrecen la procreación de los hijos; niegan la resurrección ya que el cuerpo es algo malo; sostienen que las almas y cuerpos de los hombres están determinados por las estrellas.

El priscilianismo perduró durante dos siglos. Los concilios I y II de Toledo (400 y 531) y el de Braga (561) lo condenaron definitivamente. Verdaderamente lamentable en esta historia fue la imposición de la pena de muerte a Prisciliano y seguidores. Estas ejecuciones no son en modo alguno defendibles a los ojos y con los criterios del s. XXI y, por supuesto, no entran dentro de los esquemas evangélicos. Pero en aquella época fueron considerados como algo necesario en unos momentos en que el Imperio romano se vio seriamente amenazado por doctrinas extrañas, que perturbaban el orden social establecido.
 

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