NoticiaHistoria de la Iglesia El Concilio de Vienne (y II) Publicado: 11/09/2013: 4873 El asunto de los templarios fue el más triste del pontificado de Clemente V. Felipe IV, ciego de ambición y celoso del poder y las riquezas de los templarios, no descansó hasta destruir esta Orden militar. Para conseguirlo se aprovechó de la cobardía del papa Clemente. Sobre los templarios se ha escrito mucho y fantaseado más; sin embargo ellos habían escrito una de las páginas más brillantes y heroicas en Tierra Santa; Bonifacio VIII los llamó "atletas del Señor". Esta Orden, ante el fracaso de las Cruzadas, se desplazó a Occidente. Los templarios aceptaban defender los tesoros, dineros, bienes y personas a ricos y pobres. Como gozaba la Orden de gran crédito, por no practicar la usura y por administrar excelentemente los bienes a ella confiados, empezó a enriquecerse. Riquezas apatecidas por el rey francés. En 1307 se inició la campaña contra el Temple. Se les acusaba de prácticas ignominiosas que nunca habían cometido: como pisotear la cruz, mofarse de Cristo, adorar un ídolo falso, cometer obscenidades... Felipe IV ordenó que los dos mil templarios franceses fueran apresados y sus bienes confiscados. El papa reprobó este infame proceder. El rey francés se sirvió de la Inquisición para que ésta, a través de interrogatorios, incluso obtenidos por medio de torturas, condenara a los templarios. El mismo Gran Maestre de la Orden Jacobo de Molay, valiente de la guerra, fue un cobarde ante los jueces y declaró en contra de su propia Orden del Temple. Hoy está demostrado que su confesión fue obtenida a base de torturas. A instancias de Felipe IV, se celebró un juicio en Poitiers ante la presencia del Papa. Setenta y dos templarios admitieron haber cometido las mismas ignominias de las que les acusaban. Impresionado el Pontífice ordenó que fuesen arrestados los templarios en todas las naciones y decidió suprimir la Orden del Temple por vía de "provisión apostólica". Jacobo de Molay fue quemado vivo por orden del rey, proclamando antes de morir la absoluta inocencia de la Orden: días después fueron ajusticiados 54 templarios en París (1310). En estas circunstancias, Clemente V convocó el Concilio de Vienne (ciudad francesa junto al Ródano, al sur de Lyon). El Papa quiso que un concilio universal interviniera en la decisión última sobre la existencia del Temple. La reunión se celebró en la Catedral de San Mauricio. Los Padres conciliares, unos 120, fueron previamente seleccionados. En este Concilio también se discutió un nuevo plan de Cruzada, que sería dirigida por el rey francés; pero la Cruzada nunca se realizó. Se examinaron las reivindicaciones de los franciscanos "espirituales" que exigían una mayor pobreza, invocando la autoridad de su fundador. El Concilio determinó que los frailes no podían ser propietarios de los bienes, pues las propiedades de la Orden pertenecen a la Iglesia, pero sí podían gozar del uso de los mismos. Se condenaron algunas desviaciones de los begardos y beguinas (comunidades de laicos no conventuales), como el de la Impecabilidad humana ante la visión directa de Dios, la cual es posible en esta vida; igualmente se condenó la no obediencia a la jerarquía, la innecesariedad de la oración y del ayuno y el rechazo a los preceptos de la Iglesia. La cuestión principal del Concilio era la condenación de los templarios y la eliminación de la Orden del Temple. Los Padres conciliares aceptaron la decisión del Pontífice: la supresión de la Orden por "vía de provisión apostólica". En 1314 moría Clemente V, hombre recto en su vida privada. Hoy, unánimemente los historiadores defienden la inocencia del Temple y de su Gran Maestre y rechazan la perfidia de Felipe el Hermoso y la cobardía de un Clemente V, en todo momento sometido a las crueldades y ambiciones del monarca francés. Autor: Santiago Correa, sacerdote