NoticiaColaboración "El Papa de las sorpresas" Publicado: 21/03/2013: 5460 Desde la renuncia del papa Benedicto, he rezado todas las mañanas en la misa que tengo con un grupito de religiosas por el papa que saldría del cónclave. Mi oración era siempre la misma: Que el nuevo papa se esfuerce por hacer que la Iglesia sea la Iglesia que Jesús quiso: una Iglesia pobre y para los pobres. Cuál no sería mi sorpresa al escuchar por la radio que en la alocución que el papa Francisco ha tenido con los seis mil periodistas que han cubierto su elección, les ha comunicado que él quiere dar rostro a una Iglesia nueva y más creíble, esto es, “la Iglesia de los pobres y para los pobres”. Me ha emocionado igualmente la explicación que ha dado sobre el nombre que ha elegido: Francisco. Fue, vino a decirnos, como una inspiración. Cuando los cardenales empezaron a aplaudirle por que ya había sacado los votos necesarios, un cardenal de Brasil se acercó a abrazarlo y le recordó la célebre frase paulina: “No te olvides de los pobres”. En ese momento pensó que el nombre que iba a elegir sería el de Francisco. Porque para él, Francisco de Asís es “el santo de los pobres y de la paz". Hasta ahora todo han sido rupturas y sorpresas en el papa argentino. La primera fue cuando se asomó al balcón central de la basílica de San Pedro de una forma tan sencilla y humilde. Se ha sabido que momentos antes de salir el cardenal encargado le dijo que se pusiese la muceta de armiño rojo. Y Francisco el contestó: «¡Póntela tú. Se han acabado los carnavales!» El momento de la bendición fue impresionante, cuando le pide al pueblo que lo bendiga a él, dejando a entrever que para él la centralidad de la Iglesia está en el pueblo de Dios Todo han sido gestos de sencillez y de que quiere comenzar otro estilo de papado. Renunciar a las limosinas, viajar en bus y en el coche de los municipales, pagar él mismo la factura en la casa donde estuvo hospedado, pedir a los obispos y a sus diocesanos de Buenos Aires que no vengan a la entronización, que lo que se vayan a gastar en el viaje lo den a los pobres. La expresión “la Iglesia de los pobres” fue muy querida por el papa Juan XXIII. De hecho, fue acuñada por él. Sin duda que él hubiese deseado que entrara en los documentos del Concilio, pero, al morir antes de la finalización del mismo, no se pudo introducir. Eso sí, hubo una buen número de obispos, casi todos del tercer mundo que propusieron varias veces el que la expresión fuera asumida por los padres conciliares, pero no sacó los votos suficientes. No obstante, cerca de cien obispos tuvieron una reunión en una de las catacumbas de Roma y allí firmaron el llamado “Pacto de las catacumbas”, por el que se comprometían a trabajar por una Iglesia pobre y de los pobres. Las líneas centrales de este Manifiesto son: comprometerse a vivir según el modo ordinario de la población (no en los palacios episcopales); renunciar a la apariencia y a la realidad de la riqueza; no poseer inmuebles ni muebles ni cuentas bancarias a nombre propio. Delegar en seglares la gestión financiera de las diócesis; renunciar a títulos honoríficos que indican grandeza o poder (eminencia, excelencia, monseñor…); evitar cualquier tipo de preferencia a los ricos y poderosos, dedicar su tiempo y su corazón a los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados; transformar las obras benéficas en obras sociales; interesarse y luchar contra la miseria, la pobreza y sus causas. Todos aquellos obispos han fallecido. Pero sus intuiciones siguen vivas. Es necesario señalar que aunque el concilio no acuñó la expresión “Iglesia de los pobres”, en diferentes documentos se habla de la solidaridad con los pobres como signo de la Iglesia de Cristo. Recordemos tres textos emblemáticos: Constitución sobre la Iglesia: “Así como Cristo fue enviado a evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, reconoce en ellos a su fundador y se esfuerza en aliviar sus necesidades y en servir en ellos a Cristo” (n. 8). Y en el comienzo de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy afirma: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». Finalmente, en el Decreto de la dimensión misionera de la Iglesia se dice: «Lo mismo que Cristo fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia, impulsada por el Espíritu, debe seguir el mismo sendero: el de la pobreza, el servicio y la inmolación propia». ¡Bienvenido sea el papa Francisco, el papa de las sorpresas, el que ha llegado rompiendo moldes! Sin duda va a dinamizar la marcha de la Iglesia, asumiendo, sin miedo y con coraje, los aspectos más renovadores del Vaticano II que se estaban quedando en un futuro sin esperanza. Ojalá que nadie le quite al seguidor de Iñigo de Loyola ganas, entusiasmo y decisión. Que de todo hay en la viña del Señor. Autor: José Sánchez Luque, consiliario de base de la HOAC