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Jornada de la Vida Consagrada en la fiesta de la Presentación del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 02/02/2012: 5800

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada en la fiesta de la Presentación del Señor en la Catedral de Málaga el 2 de febrero de 2012.

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

EN LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 2 febrero 2012)

 

Lecturas: Ml 3, 1-4; Sal 23; Lc 2, 22-40.

 

Vida consagrada y nueva Evangelización

 

1. En este día celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se celebra en este mismo día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

La vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia, como elemento decisivo para su misión, ya que “indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana” (Concilio Vaticano II, Ad gentes, 18) y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo (cf. Juan Pablo II, Vita consecrata, 3).

La Iglesia da gracias a Dios por el don de la vida consagrada: por las Órdenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación; por quienes se dedican a obras de apostolado en la vida activa; por las Sociedades de Vida Apostólica; por los Institutos Seculares; por el Orden de las Vírgenes y por las nuevas formas, que la Santa Sede tiene a bien erigir. Hoy damos gracias por las personas de especial consagración, que están presentes en nuestra Diócesis malacitana. Muchas gracias a todos vosotros, queridos consagrados, por vuestra oración en el silencio monástico y por la labor incansable en los distintos campos de apostolado.

El lema escogido para este año es: «Ven y sígueme» (Mc 10, 21). Vida consagrada y nueva evangelización. Jesús llamó a los apóstoles y discípulos (cf. Mc 1, 15-17), pidiéndoles que lo dejaran todo y le siguieran (cf. Mt 9, 9), para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,15). Son tres momentos: hay que renunciar a los propios planes y salir de casa; hay que seguir a Jesucristo; y hay que realizar la misión, que él nos pide.

Jesús sigue llamando hoy; lo hace a través de mediaciones, especialmente, a través de quienes viven con gozo la fe y saben transmitirla a otros. El bautismo y los demás sacramentos son llamadas de Jesús. Los consejos evangélicos son una llamada especial. Todos los consagrados han escuchado, en algún momento de su vida, las palabras de Jesús: “Ven y sígueme”.

La nueva evangelización, a la que nos convoca la Iglesia, es principalmente un desafío espiritual, que depende también de la credibilidad de nuestra vida y de nuestro testimonio. La nueva evangelización requiere testigos, que sigan a Jesucristo en radicalidad evangélica, para poder ser evangelizadores convincentes.

Los consagrados estáis llamados por vocación, consagración y misión a vivir un estilo de vida, que exige la santidad de vida y se expresa visiblemente en los consejos evangélicos, a través de los cuales se manifiesta la radicalidad y la novedad del seguimiento de Jesucristo.

 

2. La vida de especial consagración implica, pues, un seguimiento radical de Jesucristo, como recordaba el papa Benedicto XVI, en el Encuentro con religiosas jóvenes, en la Jornada Mundial de la Juventud (Madrid, 2011). El Señor os llamó al inicio de vuestra andadura de consagración especial y os dijo: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). Lo dejasteis todo por seguir a Cristo en pobreza, castidad y obediencia.

La radicalidad se manifiesta de diversas formas, según el Santo Padre. En primer lugar, implica estar arraigados y edificados en Cristo, y firmes en la fe (cf. Col, 2,7), que en la vida de especial consagración significa situarse en la raíz del amor a Jesucristo con un corazón indiviso, sin anteponer nada a ese amor, como dice san Benito (Regla, IV, 21), con una pertenencia esponsal, como la han vivido los santos. Tendríamos que sacarle más jugo a esta dimensión esponsal de la vida consagrada. Quien se nutre del amor de Jesucristo, recibe la fuerza transformadora, para afrontar el eclipse de Dios, que sufre nuestra sociedad (cf. Mensaje para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud 2011, 1).

 

3. En segundo lugar, la radicalidad evangélica de la vida de especial consagración se expresa en la comunión filial con la Iglesia, con los pastores, con la propia familia religiosa, y con los demás miembros de la Iglesia.

Hemos escuchado en el evangelio de san Lucas que el anciano Siméon fue al templo, impulsado por el Espíritu. Allí encontró al niño Jesús con sus padres, que venían a cumplir lo prescrito por la Ley (cf. Lc 2, 27). Simeón encuentra a Jesús en el templo; esto me hace pensar en la Iglesia como lugar de encuentro, como hábitat propio de comunión, como ambiente en el que los hijos de Dios nacemos por el bautismo y crecemos en la vida de fe.

Si la radicalidad evangélica implica la comunión con la Iglesia, con la institución de pertenencia, con los pastores y con todos los fieles, no cabe, pues, desafección de la persona consagrada hacia su propio instituto religioso, ni hacia la jerarquía, ni hacia los fieles. El diálogo fraterno puede resolver muchos conflictos y tensiones.

            Situarse frente a la Iglesia y a sus miembros es colocarse fuera de ella. A veces no nos percatamos de que ciertas posturas se asemejan más a las de los no creyentes, que a la de los fieles o a los consagrados. A veces escuchamos a cristianos y a personas de especial consagración que hablan de la Iglesia como algo si fuera algo externo y diferente a ellos, como si ellos no fueran Iglesia. El lugar propio de la consagración es dentro de la Iglesia; en ella encontramos al Señor, como le sucedió al anciano Simeón.

 

4. Finalmente, la radicalidad evangélica se expresa en la misión, que Dios os ha confiado, sea en la vida contemplativa, sea en los diversos caminos de vida apostólica: la educación de niños y jóvenes, el cuidado de enfermos y ancianos, el acompañamiento de las familias, el compromiso a favor de la vida, el testimonio de la verdad, el anuncio de la paz, las distintas formas de caridad, la labor misionera y tantos otros campos de evangelización y apostolado eclesial.

Como dice el papa Benedicto XVI: «Éste es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, comunión y misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo» (Benedicto XVI, Encuentro con religiosas jóvenes, Escorial-Madrid, 19.08.2011).

 

5. En cuanto a la nueva evangelización, las personas de especial consagración estáis llamadas a realizar una gran tarea, como afirma el documento Lineamenta para preparar la próxima Asamblea Sinodal: “Una gran tarea en la nueva evangelización corresponde a la vida consagrada, en las antiguas y nuevas formas” (n. 8).

            La consagración es un instrumento de nueva evangelización. El beato Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Vida consagrada, relacionando la vida consagrada con la nueva evangelización, afirmaba que “para hacer frente de manera adecuada a los grandes desafíos que la historia actual pone a la nueva evangelización, se requiere que la vida consagrada se deje interpelar continuamente por la Palabra revelada y por los signos de los tiempos (…). Las personas consagradas, en virtud de su vocación específica, están llamadas a manifestar la unidad entre autoevangelización y testimonio, entre renovación interior y apostólica, entre ser y actuar, poniendo de relieve que el dinamismo deriva siempre del primer elemento del binomio” (Vida consagrada, 81).

            El papa actual manifestaba hace pocos días su preocupación porque la llama de la fe cristiana corre peligro de apagarse: “Como sabemos, en amplias zonas de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama, que no encuentra más alimento. Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida del sentido religioso, que constituye el más grande reto para la Iglesia de hoy. La renovación de la fe debe ser, pues, la prioridad en el empeño de toda la Iglesia en nuestros días” (Benedicto XVI, Discurso a la Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Vaticano, 27.01.2012).

 

6. Nos dice el Evangelio de hoy que, cuando el anciano Simeón tomó en brazos al niño Jesús, bendijo a Dios por haber visto al Salvador (cf. Lc 2, 30). Ésta es una característica necesaria para todo fiel cristiano y, más aún, para toda persona de especial consagración. Es preciso haber visto al Salvador; haber sido salvados por él; haber encontrado a quien da sentido a la propia existencia. Una vez encontrado, resulta imperativo presentarlo a los demás, para que llegue a todas las gentes (cf. Lc 2, 31).

El Señor es la luz, que alumbra a las naciones (cf. Lc 2, 32). Él debe ser la luz de mi vida, con la que puedo contemplar todas las cosas, de modo distinto a como las contemplo con mi propia luz: la vida, las personas, la consagración, las relaciones humanas, el instituto religioso de pertenencia, el trabajo, la enfermedad y la misma muerte. Todo debe estar iluminado por esta Luz divina.

El Señor es también la gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 32). Nuestros paisanos y coetáneos buscan otro tipo de gloria; nosotros adoramos al único Dios, que salva a la humanidad, y somos testigos de esta gran obra.

 

7. En esta Jornada de la Vida Consagrada damos gracias a Dios por todas las personas, que, siguiendo la llamada del Señor “ven y sígueme”, han respondido de manera generosa y dócil.

Os animo, a todos los consagrados, a contemplar a Cristo, para conocerle mejor, para amarle más y para seguirle con docilidad y alegría; de ese modo podréis transmitir a las nuevas generaciones el gozo de seguirle y de anunciarle como fuente de libertad y de felicidad.

Pedimos para que los consagrados se mantengan en la fidelidad al carisma de sus fundadores; y para que surjan respuestas generosas y abundantes, sobre todo entre los jóvenes, para que sigan el camino de la radicalidad evangélica.

Gracias también por vuestra entrega, queridos consagrados, y por vuestra valentía en el testimonio cristiano, tan difícil hoy en día, en un mundo que no valora la dimensión religiosa y busca, sin encontrarla, la verdadera felicidad. ¡Decidle vosotros a esta generación dónde la habéis encontrado! ¡Decídselo!

Que la Virgen, bajo la advocación de Santa María de la Victoria, patrona de la Diócesis, sostenga y acompañe vuestra vida de consagrados, e interceda para que seáis dóciles instrumentos de la nueva evangelización. Amén.

 

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