La necesidad de presbíteros es vital para la Iglesia. En la Europa occidental se está viviendo un invierno vocacional y una reducción de vocaciones al sacerdocio. Si esto lo unimos a que la edad media del clero aumenta, que el número de sacerdotes que cada año fallecen, se enferman o jubilan es mayor que las nuevas ordenaciones sacerdotales, lo que obliga a que los sacerdotes más jóvenes tengan que duplicar el número de parroquias a las que atender, con la consiguiente mengua de una presencia más serena y eficaz, nos debe llevar a tomar mayor conciencia de la urgencia y prioridad de una seria pastoral vocacional asumida por todos. 

Además de orar por las vocaciones, hemos de perder el miedo de hacer la propuesta vocacional. Si encontramos a jóvenes normales, de carácter y corazón bueno, con cierta sensibilidad religiosa y actitud de servicio, debemos invitarles a que se pregunten si Dios no los llamará a vivir su fe y su ser cristiano siendo sacerdotes. Hay que pasar de una pastoral de la espera a una pastoral de propuesta. A veces nuestras propuestas son tardías, débiles, sin convencimiento, poco interpeladoras. Es posible que muchas vocaciones se pierdan porque no encontraron alguien a su lado, un testigo de su confianza, que le ayudara a formular sus interrogantes y dar cauce a sus inquietudes. 

No tengamos recelo de presentarles a los jóvenes propuestas generosas, elevadas, radicales, auténticas que despierten en ellos lo mejor de sí mismo por la acción del Espíritu. Si rebajamos el Evangelio lo volvemos carente de atractivo para los más sensibles a él. Solo por amor al Señor un joven se embarca de manera responsable en una opción vocacional. No obstante las metas altas deben ir acompañadas de una gradualidad que evite madureces precipitadas y abandonos por falta de atención adecuada.