DiócesisHomilías Encuentro de Vida Ascendente de las Diócesis de Andalucía Jornadas de Formación de Vida Ascendente Andalucía-Murcia en Málaga Publicado: 19/10/2019: 10005 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga el 10 de octubre en el Encuentro de Vida Ascendente de las Diócesis de Andalucía, celebrado en Casa Diocesana Málaga) ENCUENTRO DE VIDA ASCENDENTE DE LAS DIÓCESIS DE ANDALUCÍA (Casa Diocesana-Málaga, 10 octubre 2019) Lecturas: Ml 3,13-20a; Sal 1,1-4.6; Lc 11,5-13. 1.- El profeta Malaquías nos ha dicho que los hombres temerosos del Señor se pusieron a comentar entre sí: «¿Qué sacamos con guardar sus mandatos, haciendo duelo ante el Señor del universo?» (Ml 3,14). Las personas buenas, que siguen los caminos del Señor y cumplen su voluntad, no prosperan y a veces no les van bien las cosas. Sin embargo, a la gente malvada le va bien: «Los orgullosos son los afortunados; prosperan los malhechores, tientan a Dios y salen airosos» (Ml 3,15). Esta es la queja porque pensaban que el bueno tendría buena fortuna y al malo le iría mal; pero en la experiencia de cada día veían que esto no era así. Eso ocurre en los tiempos a plazo corto. En esta vida terrena no se cumple que los buenos prosperan y que los malos empeoran; a veces, parece al revés. Esto crea un interrogante al creyente y le hace preguntarse porqué a los que se comportan bien les puede pasar una desgracia, y a quienes se comportan como sinvergüenzas pueden vivir muy bien. 2.- Pero Dios, que es providente y misericordioso, ama y favorece a quien le obedece y confía en Él: «Ese día que estoy preparando, dice el Señor del universo, volverán a ser propiedad mía; me compadeceré de ellos como se compadece el hombre de su hijo que lo honra» (Ml 3,17). El Señor nos dice que no nos preocupemos, porque el bueno será recompensado. Lo que ocurre es que hay que pensar a plazo medio-largo, porque a plazo corto no funciona. En el tiempo previsto por Dios se verá la diferencia entre el justo y el malhechor, entre quien sirve a Dios y quien lo rechaza (cf. Ml 3,18). Pero eso llegará en el momento en que Dios quiera. Y, naturalmente, se cumplirá con todas las de la ley cuando termine nuestra vida terrena. Llegará un día «ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja» (Ml 3,19). ¿Qué le pasa a la paja, si se le echa al fuego? Se quema y se hace cenizas. ¿Qué le pasa al oro, si se le pone a fuego? Se purifica y se aquilata. A quienes temen al Señor les «iluminará un sol de justicia» (Ml 3,20) y serán aquilatados. No debemos, pues, preocuparnos. Si somos oro, el Señor nos purifica con las pruebas. La palabra purificar significa “pasar por fuego”, “poner a fuego” (puri-ficar). El Señor nos purifica, nos aquilata y nos hace de mayor valor. Aunque nos enfademos y protestemos por las cosas que no nos salen como queremos. Pero ya llegará el día y se valorará nuestra buena actitud. 3.- El Señor nos invita a poner nuestra confianza plena en Él; a caminar por las sendas del bien y de la justicia; a seguir la ley de Dios (cf. Sal 1,2). Y no seguir los caprichos, ni las modas, ni las costumbres que en cada momento tiene la sociedad. Imagino que habréis oído, sobre todo a quienes no son creyentes o no acaban de ser buenos creyentes, comentarios como éste: “Si la Iglesia no se actualiza se va a quedar sin nadie”. ¿Acaso la Iglesia, para subsistir, tiene que seguir las modas de cada época? ¡En absoluto! El fiel que vive como Dios quiere: «será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin» (Sal 1,3). El Señor nos invita a ser como estos árboles plantados al borde de las aguas; aguas tranquilas, claras, limpias; aguas generosas que regeneran y que hacen dar frutos. Con vuestra experiencia estáis dando buenos frutos junto al Señor. Siguiendo al Señor y confiando en Él, no viviendo ciertas modas que apartan de Dios. Sin embargo, el Señor protege el camino de los justos, mientras que los impíos acaban mal (cf. Sal 1,6); «serán paja que arrebata el viento» (Sal 1,4). O serán paja quemada por el viento, pero aún. 4.- En el Evangelio, con el ejemplo del amigo importuno (cf. Lc 11,5.7), el Señor nos anima a pedir a tiempo y a destiempo: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre» (Lc 11,9-10). Si los padres dan a sus hijos lo que les piden, ¿cómo no va darlo el Padre del cielo? ¡Tengamos confianza en el Señor! Pidamos lo que necesitamos, sobre todo para alcanzar la vida eterna. A veces nuestras peticiones son un poco o demasiado interesadas. Le pedimos al Señor cosas inmediatas: estar bien, tener salud, disfrutar de la vida, tener un trabajo… Pero si todo eso no se tiene no quiere decir que el Señor se olvida de nosotros. Porque nuestra verdadera patria es la del cielo (cf. Flp 3,20). Y vosotros, queridos miembros de «Vida Ascendente», contempláis ya la vida desde una atalaya distinta a la de los jóvenes. Tenéis la ventaja de poder mirar la vida desde la experiencia. Por razón de edad vuestra mirada se dirige cada vez más hacia la patria celeste, hacia la eternidad y cada vez menos hacia las cosas de la tierra. Y esto no significa que os desentendéis de la vida terrena; pues estáis bien afincados con los pies en la tierra. El Señor nos pide que estemos con los pies en la tierra y la mirada hacia lo alto, hacia Él, hacia la vida eterna. Como nos exhorta san Pablo: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3,1-2). A estas alturas no hace falta esperar muchos bienes de la tierra. Hoy celebra la Iglesia la fiesta litúrgica de Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia y gran benefactor de los pobres, que mereció el nombre de «Arzobispo limosnero». Un detalle: la cama en la que murió ya no era suya, ya la había dado antes de morir; ya no era de su propiedad, porque estaba donada. Hasta ahí llegó la generosidad y pobreza de este gran Arzobispo. ¡Que él interceda por nosotros, para que seamos cada día más generosos con los necesitados! Pedimos a la Santísima Virgen María que nos ayude a ser testigos de la ciudad celeste y nos acompañe en este camino hacia la eternidad. Amén. 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