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Fabián García, el servidor de los pobres

Publicado: 28/02/2016: 12295

Más de una vez me he quedado rezagado en la capilla del cementerio de Parcemasa para escuchar la homilía de uno de sus capellanes más carismáticos, el diácono Fabián, al que ahora despedimos con cariño y admiración. Sus palabras llegaban al corazón de las personas que lloraban ante la muerte de sus seres queridos. Mucho antes de que el papa Francisco nos diera su elocuente mensaje sobre el sentido teológico y pastoral de la homilía, Fabián había hecho suyas muchas de sus intuiciones. Muchas veces los familiares o los amigos del difunto se acercaban a la sacristía para darle las gracias a Fabián por sus encendidas, sencillas y gratificantes palabras.

Lo mismo que Jesús se ganó el corazón de la gente con su predicación, porque tenia palabras de vida y de misericordia y porque hablaba con autoridad, esto es, porque hacía crecer la fe de sus oyentes, algo parecido ocurría con el diácono Fabián. Él intentaba conocer el corazón de sus oyentes para sembrar en ellos la semilla de la palabra que nos salva. Sabía, como nos dice Agustín de Hipona, que los ritos funerarios no aprovechan al difunto (que ya ha sido acogido en el regazo misericordioso del Padre) sino que sirven, sobre todo, para que los vivos nos acerquemos más al Señor y a su proyecto de humanización de nuestro mundo. (Se nota que en tiempos del Hiponense aún no se habían descubierto las misas gregorianas y el eficaz negocio de las liturgias funerarias tan necesarias y reconfortantes para las benditas almas del purgatorio.)

Para Fabián la homilía era la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo. Sabía que  sus palabras eran realmente una intensa experiencia  de la presencia del Espíritu,  un reconfortante encuentro con la Palabra que nos libera y nos llena siempre de esperanza y una fuente de renovación y de crecimiento. Por eso fue un  predicador, como nos dice Francisco en la Alegría del Evangelio, cordialmente cercano, con la calidez de su tono de voz,  lleno de mansedumbre y de ternura. (EG nº  135 ss).  ¡Qué difícil se nos hace a los curas cambiar el estilo y el mensaje de nuestra predicación, a veces aburrida e incapaz de trasmitir,  como señala el papa,  ánimo, aliento,  fuerza e impulso!

Fabián fue un hombre sencillo, acogedor, con los pies en la tierra, divulgador de la nueva imagen de Dios que nos ha transmite el Evangelio de Jesús.  Y sobre todo muy cercano al dolor y al sufrimiento de los pobres. Hizo  suyo el dolor de los que menos cuentan, de los que viven en la más injusta desigualdad, de los inmigrantes y ninguneados. Ojalá muchos curas, muchos cristianos y muchas personas podamos seguir  la huella que nos ha dejado nuestro hermano Fabián, el servidor de los pobres. Desde la otra orilla nos anima, acompaña y estimula. Escuchemos sus llamadas.

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