NoticiaColaboración Llamados a la santidad Publicado: 30/10/2015: 13865 CARTA ABIERTA. Francisco González, rector del Seminario Diocesano de Málaga. Al acercarse la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a actualizar la llamada de Dios a la santidad. Esta exigencia aparece ya en el Antiguo Testamento, pero es en el Nuevo donde se explicita más claramente en diversos textos: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48), «nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo para ser santos» (Ef 1, 4). El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, dedicó todo el capítulo V a la universal vocación a la santidad en la Iglesia: «Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humana incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos». (L.G. 40) Hay personas que piensan que la santidad es algo triste, trágico o aburrido, que nos hace ser “bichos raros”. Es todo lo contario. En el testimonio de los santos, a pesar de sus dificultades, se percibe que vivir en camino de santidad es lo más gratificante y pleno de sentido que una persona puede experimentar. La santidad es atractiva, encantadora, aunque discreta. Los santos suelen ser personas amables y bondadosas, con una simpatía especial, dentro del estilo de vida y costumbres de cada época. Quizás el mayor error es pensar que somos nosotros los que alcanzamos la santidad. Aunque debamos poner nuestro esfuerzo, es Dios quien nos da las fuerzas. Lo importante es que queramos ser santos por amor, no por amor propio, sino por amor a Dios, sabiendo que la santidad es tarea de toda la vida. Aunque toda la vida cristiana puede santificarnos, la Iglesia nos indica y ofrece medios para ello, como son la Sagrada Escritura, los sacramentos, la oración, el acompañamiento espiritual, la comunidad cristiana, el trabajo profesional, el servicio a los hermanos, especialmente a los más pobres, los sufrimientos y contrariedades de la vida, la misión por el Reino de Dios… Superemos, en nosotros y en las personas que formamos, la pedagogía de la mediocridad. Elevemos los ideales, ensanchemos los horizontes de la vida en el Espíritu y busquemos con entusiasmo la madurez de la vida cristiana, es decir, la santidad.