DiócesisHomilías Mons. Dorado

50º Aniversario del Hospital Carlos de Haya y 25º Aniversario del Hospital Materno-Infantil

Publicado: 05/10/2006: 1012

S.I. Catedral


1.- Una lectura atenta del Evangelio muestra el lugar tan importante que ocupan los enfermos en la vida de Jesús. Comenzó su actuación pública “anunciando el Reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”. Su fama se extendió y “le traían todos los pacientes aquejados de enfermedad y sufrimientos y los sanaba” (Mt 4, 23-24).

Jesús mantuvo esta singular atención hacia los enfermos durante toda su vida pública. Su ocupación principal era anunciar la buena nueva del Reino de Dios y curar toda dolencia y toda enfermedad (Mt 9, 35). Y eso es también lo que encomienda a sus discípulos cuando los envía a anunciar el Reino de Dios, dándoles poder para expulsar los demonios y para curar toda enfermedad y toda dolencia.

El encargo que reciben los discípulos es muy simple y muy claro: “Id anunciando que el Reino de Dios está cerca, sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos y expulsad demonios” (Mt 10, 7-8).

A nosotros nos resulta difícil de comprender el acercamiento entre enfermos y endemoniados que aparece constantemente en la vida de Jesús. Él curaba a los enfermos y expulsaba a los demonios. Éstos eran los signos principales de la verdad de su anuncio: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios, su revelación, su misericordia, el poder de su amor y de su gracia, la vida nueva recibida del Padre del Cielo, por el Espíritu Santo hasta la vida eterna”. Enfermos y endemoniados eran los pobres preferidos de Jesús.


2.- El encargo de Jesús a sus discípulos nos concierne también a nosotros. La Iglesia ha heredado esa predilección de Jesús por los enfermos. Evidentemente los tiempos son muy diferentes. Hay profesionales e instituciones que cuidan maravillosamente de nuestra salud.

¿Cómo podemos interpretar y practicar en nuestros tiempos el encargo de Jesús respecto de los enfermos?

Hay una primera cosa que no es cuestión de ciencia ni de preparación profesional. Me refiero a la valoración del enfermo y a la interpretación humana y cristiana de la enfermedad.

Ante un enfermo podemos situarnos de muchas maneras, con amor o con indiferencia, con compasión o con egoísmo. La Iglesia nos enseña a acercarnos a los enfermos con los sentimientos de Jesús, sentimientos de respeto, de compasión, de amor, de servicio y generosidad. Ante un enfermo los cristianos tenemos que ver siempre la imagen dolorida de Jesús, identificado por amor con todos los dolores y sufrimientos de los hombres.

El amor y el realismo, iluminados por la fe, nos permiten descubrir aspectos positivos en la enfermedad y en la situación vital del enfermo. La enfermedad puede ser un germen de rebeldía o desesperación, pero puede también ser vivida como un momento de gracia, de purificación y crecimiento espiritual, humano y sobrenatural.


3.- Vivida desde la fe, en la presencia de Dios y con la inspiración del Espíritu Santo, la enfermedad nos ayuda a situarnos en la verdad de nuestra vida, nos cura de muchas fantasías y nos induce a reconocernos como criaturas débiles, necesitadas de la caridad de otros, deudores de amor, de la diligencia y de la generosidad de quienes nos atienden, pendientes de la Providencia y de la misericordia de Dios.

Quien entra en este camino de verdad y de humildad aprende a valorar y agradecer las muchas cosas hermosas que tenemos en el mundo, descubre el gozo insospechado de la gratitud, del agradecimiento, de la confianza, del triunfo de la bondad y del amor.

Esto y muchas cosas más es lo que los cristianos podemos y debemos ofrecer a los enfermos, en los hospitales y en los domicilios particulares, desde el equipo de pastoral sanitaria y desde la parroquia, los sacerdotes y los seglares voluntarios. Quienes tenéis un enfermo en la familia, los que os dedicáis profesionalmente a las diferentes tareas sanitarias, todos los cristianos, de una u otra manera, en la enfermedad de los demás y en nuestras propias enfermedades, tratemos de ser testigos de la bondad de Dios, de la misión servicial y fraternal de la Iglesia.

Así conseguiremos que, en los ambientes de enfermedad y de dolor, junto al lecho o al sillón de los enfermos, resuene el anuncio de Jesús con la voz silenciosa y convincente de las obras de misericordia. No olvidemos las palabras de Jesús: “Lo que hicisteis con uno de mis hermanos, conmigo lo hicisteis”.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo