«Renovarnos por una Catequesis de calidad: Don Manuel, catequista excepcional»

Publicado: 10/08/2012: 3325

•   Carta Pastoral (1988)

Queridos catequistas:

El movimiento catequético en la diócesis de Málaga es para mí, a la vez, una esperanza y una preocupación. Debemos reconocer, agradeci­dos a Dios, que de unos años a esta parte ha crecido el número de cate­quistas y el de catequizados. Me refiero especialmente a lo que podemos llamar catequesis post-sacramental y catequesis permanente y sistemáti­ca.

Pero, junto al gozo de constatar cómo la catequesis va ocupando gradualmente el importante lugar que le corresponde en la planificación pastoral, me asalta la preocupación de comprobar, sobre todo a través de mis visitas pastorales y contactos con grupos de catequistas, que la cali­dad de la catequesis es deficiente, cuando no ambigua y aun adulterada. Por esta razón, he querido dirigiros una carta pastoral a todos vosotros, queridos catequistas, seáis presbíteros, religiosos, religiosas o seglares que habéis sido reclamados especialmente por este servicio de la catequesis.

En esta carta, además, quiero concretar para Málaga, especialmen­te para vosotros catequistas, el plan de acción pastoral del episcopado español para el trienio 1987-1990, titulado “Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras”, haciendo especial referencia en una actitud pastoral muy puntualizada, a saber: estimular, ofrecer y per­sonalizar la fe de nuestros cristianos.

Pero, si cabe de una manera más insistente aún, quiero que esta carta pastoral os ayude a profundizar en los contenidos del capítulo 11, «El quehacer evangelizador», de la Primera Asamblea Diocesana de Pas­toral, celebrada en nuestra Diócesis a finales de 1986. Y, además de pro­fundizar en todo lo que allí está escrito, os pido que todos y cada uno de vosotros vea la manera y el cómo puede llevar a la práctica lo que se propone. En resumen: esta carta no quiere ser más que un comentario orientador del capítulo referido, y en el que aparecen la evangelización y la catequesis como los goznes sobre los que debe girar toda la actividad pastoral de la Diócesis.

Y todo ello visto bajo el prisma de las enseñanzas del inolvidable obispo malagueño Don Manuel González García, el catequista excepcio­nal, como más adelante, y a través de toda la carta, os lo indicaré.

Fuentes de la Catequesis

Con el fin de evitar, ya desde un principio, el peligroso subjetivismo en el que se puede caer, quiero recordaros las fuentes o bases sobre las que debe fundamentarse una catequesis de calidad.

Resumiendo, podemos citar las siguientes:

  •  La Sagrada Escritura, especialmente el Nuevo Testamento y la Tradición.
  •  Los Padres Apostólicos y los escritos Post-apostólicos.

 

-Los Santos Padres de la Iglesia.

- Los Concilios, especialmente el Vaticano II.

  • Los Escritos de los Papas (encíclicas, cartas y exhortaciones apos­tólicas, discursos...) y en general el magisterio ordinario de la Iglesia, predicado por los Obispos en unión con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, el Papa.
  • Los Documentos del Episcopado Español, especialmente los que se refieren a la catequesis, algunos de los cuales han sido suscri­tos sólo por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, y que, no por esto, dejan de tener menos valor.
  • Los escritos del inolvidable obispo malagueño, Don Manuel González García, singularmente aquellos que se refieren a la ca­tequesis con la que quiso, y en parte lo logró, dar un impulso renovador a la diócesis malacitana.
  • Los escritos sobre el mismo tema de los Obispos del Sur de Es­paña.

 

- Y finalmente, como síntesis de todo lo anterior, lo que estableció sobre la catequesis la Primera Asamblea Diocesana de Pastoral celebrada en 1986.

Don Manuel: catequista excepcional

Entre los obispos que Dios ha dado a nuestra Diócesis sobresale de una manera singular, en estos últimos años, Don Manuel González García, conocido a nivel nacional como «El Obispo de los Sagrarios Abandona­dos», y quizás de una manera más adecuada, recordado como «catequis­ta excepcional».

Don Manuel llegó a Málaga como obispo en el año 1916. Se encon­tró frente a una realidad socio-pastoral, complicada y difícil. Sobre todo le causó extrañeza y dolor el desorbitado déficit de formación religiosa de los cristianos.

Siendo como era un hombre de Dios, el Señor le inspiró el conoci­miento de los medios evangélicos que debía aplicar: la formación de au­ténticos catequistas y entre ellos, por su vocación especial, los sacerdotes. De ahí su empeño en tener un Seminario que durante muchos años fue centro de formación sacerdotal en el que se miraban, como modelo ejem­plar, muchas diócesis españolas y aun de Latinoamérica. Don Manuel estaba convencido de que un buen sacerdote es el mejor catequista y óptimo formador de catequistas.

Estoy convencido de que la renovación catequética que ahora ex­perimentamos en Málaga, es debido, en gran parte, al terreno abonado que el gran Obispo de Málaga y sus colaboradores nos prepararon.

Me asombra comprobar que tanto los contenidos como los méto­dos ofrecidos actualmente por la Iglesia, ya habían sido intuidos y ex­puestos, de alguna manera, por Don Manuel.

Mi gran preocupación

En mi frecuente lectura de los Documentos del Concilio Vaticano II, que recogen y actualizan una gran parte del depósito de la fe católica, me siento exigido por la grave obligación que pesa sobre mí de ofrecer por mí mismo y por otros, entre los que estáis todos vosotros queridos catequistas, la auténtica doctrina cristiana que será, a la vez, motor del testimonio que debe dar todo bautizado.

El Concilio en su decreto «Christus Dominus», nº 1 nos dice:

«Los obispos han sido constituidos por el Espíritu Santo, que les ha sido dado, como verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores».

Y en el número 14 de este mismo Decreto dice: «Vigilen los obispos para que se dé con diligente cuidado la ins­

trucción catequética, cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doc­

trina, se torne viva, explícita y activa...».

Por tanto, promover y custodiar la auténtica fe católica es mi prin­cipal deber como obispo. Y en cuanto a vosotros se refiere, queridos cate­quistas, os incumbe la obligación no sólo de colaborar con vuestro pastor en este quehacer primordial, sino también el deber de preguntaros hasta qué punto y medida estáis unidos al obispo en la acción catequética.

Si el obispo tiene el derecho y el deber de intervenir en la cateque­sis es porque ésta es una acción de la Iglesia, como Misterio y ejercicio de comunión. En una diócesis nadie es sujeto legítimo (me atrevería a decir: fiable) de evangelizar y catequizar si, como hizo Pablo, con frecuencia no sube a Jerusalén y expone a «los notables» lo que él explica, para com­probar si corre o ha corrido en vano (Gál 2, 2). Ningún catequista es, por tanto, legítimo y fiable, si no confronta con sinceridad y frecuencia su doctrina con la doctrina del obispo, es decir de la Iglesia.

Tengo temores fundados de que algunos de nuestros catequistas dan «su catequesis personal», desconectada de la Tradición y del magis­terio ordinario de la Iglesia. De ahí la necesidad de confrontar, a través de la Delegación Diocesana de Catequesis, los contenidos que se ofrecen y los métodos que se utilizan.

La comunión eclesial, tanto efectiva como afectiva, es un elemento esencial para la autenticidad de la catequesis.

Razones de la preocupación

Aunque, como ya antes he dicho, debo agradecer la colaboración de tantos catequistas que ejercen este servicio pastoral no sin grandes sacrificios, existen razones por las que, como obispo me siento inquieto y preocupado.

a) Ante todo, en general, nuestra catequesis es poco eficaz porque no se contempla una auténtica y duradera iniciación cristiana. Se tiene la impresión de que algunos catequistas todavía no han superado plantea­mientos propios de una época de cristiandad, cuando ciertamente nues­tro tiempo es de misión.

De hecho no tienen el convencimiento de que la fe y la vida cristia­na no se comunican como un saber que hay que conocer, sino que se impone como una experiencia de la Iglesia que el catequista comparte y transmite con sus obras y palabras.

En un buen número de parroquias se tiene sólo una catequesis de cara a la primera comunión, siendo ésta, como he dicho en uno de mis escritos, la última comunión para una gran mayoría de niños y niñas.

Por otra parte, algunos de los catequistas colaboradores no dejan de ser sólo personas de buena voluntad, sin la debida formación y sin el testimonio necesario de vida cristiana, incluido el no participar en la misa dominical.

Nuestro obispo Don Manuel se refería hace ya años a ellos, dicien­do que reducen su misión de catequistas «en meter en la memoria algu­nas verdades, dejando intacto el corazón de los catequizados...» (CCC. pág. 5).

No veáis en mis palabras, queridos catequistas, un menos aprecio a tantos esfuerzos y sacrificios, merecedores de mi reconocimiento y grati­tud. Pero, repito, en la catequesis no basta la buena voluntad. Es necesa­rio saber los contenidos, tener un buen método y, sobre todo, ser un cristiano en progresiva conversión.

b) Otro motivo que me ha impulsado escribiros esta carta, es el hecho de que muchos de vosotros habéis pedido a la Delegación Diocesana de Catequesis y aun a mí mismo orientaciones concretas tanto en lo que al contenido de la catequesis se refiere, como a sus métodos. Es verdad que en el Proyecto y Plan Pastoral así como en los documentos de los Papas y de la Conferencia Episcopal encontramos la concreción de lo que pedís. Pero, la situación de la diócesis de Málaga tiene problemas deter­minados que, de alguna manera, debo abordar en esta carta pastoral.

c) La tercera razón de mi preocupación es el momento crítico por el que pasan muchos de nuestros cristianos.

Nos encontramos ante la realidad de muchos bautizados que al lle­gar al uso de razón o más adelante no se han abierto nunca a la fe. Es decir, nos encontramos ante bautizados no-convertidos. Podríamos, tam­bién, denominarles «neófitos a la intemperie» que recibieron la fe más por una costumbre impuesta que por una libertad gozosa. «Neófitos» que se han nutrido más de ciencia (adoctrinamiento racionalista), que de sabiduría, en el sentido cristiano de la palabra, y de experiencia.

Hoy deberíamos decir lo mismo que Don Manuel: «¡Todos cate­quistas!», y pedir que los católicos mínimamente conscientes fueran evangelizadores con el «apostolado menudo» de sus pequeñas buenas obras, con sus palabras y dominio de su lengua, y con su apoyo y coope­ración a la gran tarea de la catequesis,… la mejor de las mejores obras buenas, como él decía. (TC pág. 30).

Entre nosotros se dan, también, cristianos que están «vacunados» contra la evangelización. Son aquellos que creen conocer tan suficiente­mente bien el cristianismo, como para poder emitir sobre él un juicio definitivo, que acostumbra ser, por lo general descalificativo de otros cris­tianos, ya sean individualmente considerados, ya formando comunidad en parroquias, movimientos u otros grupos aprobados por la Iglesia. Por lo general, los cristianos a los que me refiero viven su fe en solitario, in­ventándose una moral que justifique su manera de pensar y de hacer.

Esta preocupante realidad del que llamaríamos «cristianismo indi­vidual» está demasiado extendida en nuestra Diócesis, contándose entre ellos a muchos que fueron alumnos de colegios religiosos, ex-militantes de movimientos apostólicos, miembros de hermandades y cofradías y de otros sectores de la Diócesis.

La Catequesis que necesitamos

1) Aunque parezca obvio, la primera condición de una catequesis auténtica es que sea catequesis de la Iglesia; catequesis que tiene la comu­nión, unión con toda la comunidad eclesial, como punto de partida, ga­rantía y meta final.

La comunión eclesial, que siempre se realiza a través del obispo propio, y, por él se consume y perfecciona en la comunión universal a través del Papa, es indispensable a toda acción catequética.

 2) Es del todo necesaria una catequesis de iniciación en todas las dimensiones de la fe cristiana.

La «iniciación» a la que me refiero comprende la introducción («me­terse dentro») en la esfera de la salvación de Jesucristo, aunque sea como principiante; introducción al conocimiento sapiencial del Señor y de su mensaje; comienzo de un nuevo estilo de vida según las Bienaventuranzas; adhesión al espíritu de oración de hijos en el Hijo del Padre, a la vida litúrgica, a la vida comunitaria, y comienzo de un compromiso de seguir a Jesús «a donde quiera que El vaya» ( 8, 19).

Don Manuel González, nuestro obispo, había entendido muy bien lo de la iniciación cristiana (iniciación desde dentro del misterio de salva­ción y tendiendo hacia su centro), cuando definió la acción de catequizar como:

«Enseñar gradualmente la letra del catecismo, viviendo su espíritu y

haciéndolo vivir, con gracia sobrenatural y natural de estos cuatro

modos: orando y haciendo orar, narrando y haciendo narrar, repre­sentando y haciendo representar, practicando y haciendo practicar»

(CCC. pág. 6).

Son muy sugerentes los casos concretos que sobre la iniciación de los niños en la oración y en el apostolado nos cuenta Don Manuel en sus escritos (cfr. SGM.).

3) Pero hoy esta catequesis de iniciación quedaría incompleta si no tuviera alcance misionero. Nuestra catequesis debe ser misionera.

Es catequesis por cuanto se ofrece normalmente a bautizados que, de alguna u otra manera, están y se sienten vinculados a la Iglesia. Pero, es una «catequesis misionera» por cuanto se refiere a bautizados que toda­vía no han dado el paso consciente de la oscuridad a la fe, de la indiferen­cia al fervor, de la soledad personal a la comunidad cristiana.

Nuestra catequesis debe ser misionera porque en realidad tendrá incorporados muchos elementos de primera evangelización, ya que los que la reciben son bautizados prácticamente alejados de Jesucristo y de su Iglesia.

4) Conviene, sin embargo, matizar lo anteriormente dicho. Porque en realidad la singular catequesis misionera a la que me refiero no parte de un cero absoluto, como si no fueran bautizados o no tuvieran gérme­nes de fe. Se trata de bautizados no convertidos, pero sellados por el Espí­ritu Santo en su interior que les predispone a una conversión cualitativamente mejor, que si de un simple pagano se tratara.

5) Nuestra catequesis, para ser verdaderamente eficiente, tiene que ser «adecuada», tal y como dice el Papa Juan Pablo II al referirse a los jóvenes que no tienen apoyo religioso(CT. 42).

El catequista debe tener en cuenta que hay muchas maneras de estar alejado de Dios; y cada manera concreta necesita un tratamiento especial. De ahí que el catequista debe tener una «sensibilidad paternal» para saber cuidar a cada uno de los catequizados según su propia historia y manera de ser.

6) Finalmente, se necesita una «catequesis procesual», es decir, que se realice durante períodos intensivos; períodos que se abren y cierran en sucesivas etapas de la vida de las personas. No se puede dar, por ejemplo, una catequesis de iniciación cristiana que dure toda la vida; a cada edad corresponde un período de catequesis propia. La edad adulta es el mo­mento de la plena iniciación cristiana, y desde esta catequesis de adulto deberemos ir sacando los elementos de catequesis para otras edades y momentos.

El catequista que necesitamos

«La catequesis es el catequista», decía Don Manuel González (PPP. 1).

El catequista no debe ser sólo un iniciado (introducido en la esfera de la salvación de Jesucristo, dada en y por lo Iglesia), sino un «adelanta­do», un líder en el camino de Jesús, un testigo fiel del evangelio, un cris­tiano que ama y defiende a su Iglesia con su testimonio y su palabra, sabiendo dar razón de su esperanza (1ª Pe 3,15). De ahí la necesidad ur­gente de la formación de nuestros catequistas, sobre todo a través de los cursos, cursillos, encuentros... que organiza la Delegación Diocesana de Catequesis, ya sea a nivel diocesano, ya de Vicarías Episcopales, Arciprestazgos o Parroquias.

Pero, no basta la preocupación por el conocimiento que los cate­quistas tengan de los contenidos de la fe y sus métodos, sino también, es del todo necesario, cuidar su vida interior personal, su proceso de creci­miento en la fe, su aumento de fervor apostólico. Y en esto tienen una obligación urgente los párrocos y presbíteros en general.

No hay posibilidad de una auténtica catequesis si no es desde la experiencia de fe del catequista, ya que sólo lo que se vive se puede trans­mitir. Por esto, «¡qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: `Mi doctrina no es mía!´» (CT. 6).

Comprendo, sin embargo, que no siempre será posible tener cate­quistas de plena adultez cristiana; que dada la precariedad tanto en el número como en la formación, muchas veces deberemos echar mano de jóvenes y adultos que ellos mismos, como sus catequizados, se están ini­ciando en la fe. En Málaga son muchos los catequistas que a pesar de no poseer todas las cualidades necesarias para serlo, se inician con entusias­mo y dan pasos progresivos en la fe y en la vida cristiana.

En este último caso, cabe una mayor atención pastoral por parte de los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y militantes cristianos más «adentrados» en el misterio salvífico de Cristo. Estos, los ya «iniciados», deben acompañar a los catequistas que están dando los primeros pasos.

El catequista es un vocacionado

Como bien explica la CEEC en su documento «El catequista y su formación» núms. del 47 al 87, el catequista es un cristiano llamado por Dios para este servicio; servicio que ha de ejercer conforme al modelo que le ofrece Jesús, Maestro. Movido por el Espíritu, lleva a cabo su tarea con una espiritualidad peculiar. Por su vinculación a la Iglesia, el cate­quista realiza un acto eclesial que es, al mismo tiempo, un testimonio y un servicio a los hombres. Esto hace que esté siempre abierto a los gozos y preocupaciones de toda la humanidad.

Nuestro obispo Don Manuel, decía: «La catequesis es el catequista; su cara, el mejor cuadro; su cora­zón, el mayor atractivo; su confianza es la gracia de su victoria»

(CCC. pág. 70).

Con su estilo peculiar, Don Manuel daba el tratamiento de «excelentísimo señor» al catequista que estuviera lleno, rebosante y loco del conocimiento, del amor y de la imitación de Jesucristo; y, así, lo diera a los demás, para que se enteraran de quien es, lo que quiere, lo que hace, lo que pide, lo que nos da y lo que de nosotros espera (PPP. págs. 29 y 152).

Cuidar la vocación de catequista

Toda vocación es a la vez dádiva por parte de Dios y tarea o queha­cer por parte del vocacionado.

El catequista es un cristiano agradecido a Dios por haberle llamado a colaborar de un modo singular en la Iglesia. Este agradecimiento es activo por cuanto debe trabajar, apoyado en la gracia de Dios, para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Dicho en otras palabras: el catequista debe estar en formación permanente, asimilando gradual y progresivamente la conciencia misionera propia de la Iglesia, su Tradi­ción viva, la integridad de todo lo recibido del Evangelio, «no desgarrado por polarizaciones ideológicas o teorías particulares», como dijo Pablo VI

(E. N. nº 77).

 De forma asombrosamente sencilla Don Manuel González expuso con tres refranes castellanos la formación mínima del catequista «cabal», como se puede leer en sus libros PPP., GE. y CC.: «Nadie da lo que no tiene»; «No hay que pedir peras al olmo»; y «Ojos que no ven corazón que no quiebra».

La Delegación Diocesana de Catequesis dirige la «Escuela de Cate­quesis Manuel González» que, integrada en el Centro Diocesano de Teo­logía, viene impartiendo cursos de formación para catequistas, en días y horas acomodados al común de los diocesanos, especialmente a aquellos que viven en la ciudad de Málaga.

Por su parte, las Vicarías Episcopales vienen organizando cursos y cursillos para una mayor formación teológica y catequética de los que colaboran en la pastoral en general, y, especialmente, de los incorporados en los grupos parroquiales de catequistas.

Como antes ya he insinuado, la misma Delegación Diocesana de Catequesis ofrece otros medios (cursillos intensivos, encuentros sobre temas monográficos, reuniones especiales... a nivel diocesano, de vicarías

o arciprestazgos) para todos aquellos que necesitan una formación pro­gresiva, con el fin de ser cada día mejores catequistas.

El aprovechamiento de los medios que la Delegación Diocesana de Catequesis pone a disposición de los catequistas, no es del todo satisfac­toria. Siendo tan grande el número de catequistas que colaboran en las parroquias u otros centros, es relativamente escaso el número de los que participan en los actos programados.

En todo esto, tienen mucho que ver los párrocos y presbíteros en general a quienes ahora quiero referirme especialmente.

El sacerdote, formador y animador de catequistas

La CEEC en su documento «El catequista y su formación» (nº 41), dice que la catequesis queda seriamente dañada, si el grupo de catequis­tas seglares y religiosos no reconoce el servicio específico del sacerdote en la comunidad. La acción catequética puede también fracasar, dice el Do­cumento, si el sacerdote, por su parte, no reconoce el servicio de los laicos

o se inhibe ante ellos.

La acción catequética de una parroquia debe estar coordinada, ani­mada y atendida espiritualmente por el sacerdote. Este debe ser la perso­na cercana a los catequistas, dispuesto a servirles y orientarles en todo lo que al campo de la catequesis se refiere. Esto, a su vez, exige que el sacer­dote se actualice en el campo pastoral de la catequesis, y hasta sea capaz de crear nuevos métodos y lenguaje para expresar las verdades de siem­pre. De hecho, en la historia de las parroquias más dinámicas de la dióce­sis, siempre encontramos a un sacerdote, párroco o no, que se ha dedica­do de una manera amplia y profunda a la catequesis, especialmente for­mando a catequistas seglares.

Sugiero a los presbíteros que recuperen el quehacer de «directores espirituales», «acompañantes en la vida interior», «discernidores de los dones de Dios dados personalmente a un seglar»... con relación a los ca­tequistas, de una manera preferente.

Este último punto fue tratado en el Congreso de Catequistas. Me consta que en algunas diócesis se obtiene ya un buen resultado pastoral.

Don Manuel González estaba convencido de este aspecto de la pas­toral sacerdotal, de tal manera que a los presbíteros responsables de la catequesis en algunas zonas de la Diócesis les llama «misioneros catequísticos» (CCC. pág. 57).

Sin embargo, y como es obvio,

«La catequesis no es misión privativa de los ministros sagrados o del mundo religioso, sino que debe abarcar los ámbitos de los seglares, de la familia, de la escuela. Todo cristiano ha de participar en la tarea de formación cristiana. Ha de sentir la urgencia de evangeli­zar, «que no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone» (I Cor 9,16).

«Para ello hay que potenciar la educación en la fe, impartiendo una formación religiosa a fondo; estableciendo la orgánica concatena­ción entre la catequesis infantil; juvenil y de adultos, y acompañan­do y promoviendo el crecimiento en la fe del cristiano durante toda la vida. Porque una «minoría de edad» cristiana y eclesial no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada.» (Juan Pablo II, en su Mensaje a los Educadores Cristianos en Grana­da, el día 5 de noviembre de 1982).

Atención a los contenidos de la Catequesis

Esta parte de la carta pastoral es la que considero más esencial e importante. No sin razón, le he dado el título de «Renovarnos por una catequesis de calidad».

Al comenzar este escrito, queridos catequistas, os decía que al gozo y gratitud del creciente número de cristianos incorporados a la cateque­sis, se une mi preocupación por la calidad o contenido de la misma.

Le temo tanto a una catequesis desbordante, como a la fragmenta­ria; me preocupa tanto el hecho de una catequesis inadecuada a la edad o al momento de fe de los catequizados, como a ciertos silencios, intencio­nados o no, de verdades esenciales de la fe; siento tanto una catequesis simplemente antropológica e inductiva, como la descarnada y etérea.

Para evitar estos riesgos, en adelante todo el material catequético que se use en las parroquias, comunidades y colegios católicos deberá tener la aprobación del Obispo, asesorado, cuando lo crea conveniente, (cosa que será lo normal), por la Delegación Diocesana de Catequesis u otros organismos.

El Papa Juan Pablo II, en la última Visita ad Limina de los Obispos Andaluces, en 1986, nos decía con relación a este tema:

«Quiero por ello exhortaros a insistir en el desarrollo de la catequesis, atendiendo sobre todo a la exactitud y fuerza religiosa de sus conte­nidos, de manera que la catequesis sea en verdad para todos los fie­les una verdadera introducción a la vida cristiana, desde sus aspec­tos más íntimos de conversión personal a Dios, hasta el despliegue de la vida comunitaria, sacramental y apostólica».

La pedagogía en la Catequesis

En la mayoría de los catequistas se observa una gran preocupación por la vertiente pedagógica. Quizás no se puede decir lo mismo en lo que concierne al interés por la integridad del mensaje y de las dimensiones de la fe a transmitir y a desarrollar en la catequesis de iniciación cristiana.

Prueba de ello es la frecuente demanda de cursillos sobre psicolo­gía, dinámica de grupo, técnicas y creatividad. Pero, al mismo tiempo, notamos escasa asistencia a cursillos sobre el símbolo de la fe u otras ver­dades fundamentales contenidas en la catequesis.

Conviene subrayar como legítima, positiva y necesaria la preocu­pación por el catequizado con las circunstancias que lo envuelven; tam­bién, la búsqueda de caminos y medios adecuados para que se dé el diá­logo entre la experiencia humana y lo nuevo, gratuito y salvador que la Iglesia ha recibido y transmite fielmente, para que los hombres de todas las culturas puedan compartir la misma fe y la misma esperanza.

Pero, repito, quizás no se da el mismo interés en lo que a los conte­nidos de la fe concierne.

La sustancia de la Catequesis

El importante documento de la CEEC «La Catequesis de la Comu­nidad» (núms. del 168 al 201), dice que es de vital importancia para el catequista conocer «sapiencialmente», la «sustancia viva del Evangelio» que la Iglesia ha recibido y sigue proclamando hoy.

Don Manuel González expresaba esta sustancia en la expresión «co­nocer a fondo y saborear con gusto a Jesús» (CCC. pág. 17).

La sustancia viva del Evangelio es Jesucristo entero, su persona, su naturaleza divina y su naturaleza humana, sus gestos, actuaciones, pala­bras, sentimientos, relaciones, su infinito amor al Padre, movido por el Espíritu Santo, y su entrega sin límites a los hombres...

En este aspecto, nuestro obispo Don Manuel decía:

«...sería necesario hablarles sobre todo y ante todo de Nuestro Señor, poniendo ante sus ojos las escenas evangélicas para hacerles conocer y amar al Divino Maestro, antes de darles su doctrina bajo forma pedagógica» (PPP. pág. 150)

De acuerdo con el magisterio ordinario de la Iglesia y con lo que acabamos de leer de Don Manuel, entendemos que la fe nace de la narra­ción para vivirla; después se explica, reflexionando sobre ella; y, final­mente, se acepta con la razón lo que libre y gratuitamente se acogió en el corazón.

En este sentido se han concebido y se deben utilizar los nuevos catecismos oficiales de la Iglesia en España. A mi manera de ver, los obis­pos españoles se han adelantado mucho y adecuadamente a todos aque­llos catequetas especializados considerados como «progresistas».

La Palabra de Dios proclamada por la Iglesia

En la 2ª Carta de Pedro (v. 20-21), leemos:

«Ante todo tened presente que ninguna profecía de la Escritura está a merced de interpretaciones personales, porque ninguna profecía an­tigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo».

A partir de este texto, conviene evitar el biblicismo o la lectura individual e inmediata de la Biblia al margen del sentir e interpretación de la Iglesia.

Si al iniciar esta carta pastoral, al hablar de las fuentes o bases de la catequesis, he situado la Sagrada Escritura en primer lugar, no ha sido para que se tome como excluyente de los catecismos; éstos, en efecto, son compendios en los que la Iglesia, a través de sus Obispos, recoge, asistida por el Espíritu Santo, aquellos documentos de la fe que considera funda­mentales para unos destinatarios concretos en una situación y tiempos determinados. (CC. nº 233).

En nuestra Diócesis, aunque sea una de las que en España, y de manera proporcional, más catecismos de la Conferencia Episcopal Espa­ñola se han distribuido, debo lamentar que todavía hay parroquias que ignoran, recortan o rechazan dichos catecismos, fiándose más en las orien­taciones dadas por otros autores. Es injusto que, sin haber estudiado a fondo el contenido y método de los catecismos nacionales, algunos, in­cluso sacerdotes, los consideran no fiables por, como dicen ellos, «venir de arriba», o ser simplemente «los catecismos oficiales».

No podemos olvidar que sólo la Iglesia, convocada y asistida por el Espíritu Santo, tiene la única clave de interpretación de la Biblia. Con esta autoridad la Iglesia entrega la Sagrada Escritura a los catecúmenos con el fin de introducirlos a un auténtico conocimiento de la fe. Les entrega el Símbolo (Credo), la oración del Padre Nuestro, y una normativa de con­ducta que recoge lo esencial del estilo de vida del Evangelio sintetizado en el «mandamiento nuevo» y las «Bienaventuranzas». (CC. nº 230).

Conviene recordar a los catequistas, tanto para su propia vida cris­tiana como para orientar a los catequizados, que a Dios no se le «conoce» si no se le «re-conoce»; y no se le reconoce, si no escuchamos -primero es escuchar antes que leer- las Sagradas Escrituras de labios vivos de la Igle­sia; entonces, por obra del Espíritu de Jesús resucitado, comprendere­mos lo positivo de lo negativo, el bien frente al mal, la luz contra las tinieblas y nuestra propia vida y la historia en la que estamos insertos, a la luz del plan de Dios.

La integridad de los contenidos de la Catequesis

Permitidme, queridos catequistas, recordaros que mi gran preocu­pación es velar por la integridad de los contenidos de la catequesis.

A ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección de los contenidos de la fe, entre los que él estima más im­portantes, aceptando unos o rechazando o silenciando otros (CT. nº 30).

Existe el riesgo de que algunos catequistas en lugar de transmitir la fe de la Iglesia, transmitan sus propias creencias, algunas de las cuales si no son confrontadas con el magisterio de la Iglesia, pueden ser falsas. Por otra parte, y quizás sin mala voluntad, proyectan sobre los catequizados sus particulares opiniones sobre verdades fundamentales de la fe, apar­tándose de la fe eclesial.

Con todo lo dicho, queridos catequistas, no quiero que entendáis que hago caso omiso de los interrogantes o dudas de vuestros catequiza­dos, sobre todo hoy, cuando nos encontramos con niños, jóvenes y per­sonas mayores con dudas y desconfianzas, nacidas del ambiente en que viven, y frente a las cuales quedan desorientados.

Sin querer exagerar ni dramatizar, opino que nos encontramos ante una sociedad en la que el ser humano tiende a ensombrecer o simple­mente negar la existencia de Dios, ocupando él el lugar de la divinidad en la historia y en el mismo cosmos.

Espero que, por la misericordia del Señor, la humanidad se encuentre a sí misma, aceptando la verdad revelada. Mientras tanto, queridos cate­quistas, nos toca proclamar, celebrar y vivir el don de la fe con valentía y sin complejos, y como quien ofrece gratuitamente, sin imposiciones, la piedra preciosa del Reino de Dios, que se nos ha dado en Cristo.

No olvidemos que en un tiempo en el que el hombre duda de la palabra del hombre, el testimonio, hecho vida de cada día y en cada ins­tante, será el punto de arranque de la palabra de salvación que proclama­mos en nombre de Jesucristo. Recordad el título del plan episcopal de pastoral, ofrecido a todas las diócesis, sin imponérselo, para el trienio 1987­1990: «Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras».

Los métodos en la Catequesis

Es obvio que la metodología más adecuada en la catequesis será aquella que responda mejor a la naturaleza de la acción catequética, a los fines de la iniciación cristiana y a los destinatarios. (CT. nº 55).

La catequesis es una acción del Espíritu Santo que acontece en la Iglesia de acuerdo con la «pedagogía de Dios», que es tanto como decir pedagogía del don, de la historicidad y del signo (CC. del nº 206 al 220).

El acto catequético, como sigue diciendo el documento episcopal, está integrado por varios elementos que se reclaman mutuamente y que, por tanto, no se pueden disociar entre sí. Aunque no se actualicen todos al mismo tiempo, ni siempre de acuerdo a un orden fijo, todos ellos de­ben concurrir. Me refiero a la experiencia humana y cristiana del catecú­meno, a la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la Tra­dición, y a la expresión de la fe en sus diversas formas: confesión de la fe, celebración y compromiso.

El catequista no puede olvidar tampoco las lecciones de pedagogía catequética que nos han dejado los grandes catequistas a través de la his­toria de la Iglesia. Aquí me refiero especialmente a los Santos Padres como, por ejemplo, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Agustín... Hay que recuperar a esos grandes catequistas sin olvidar los métodos modernos, una vez hayan sido probados por sus resultados objetivos y positivos.

El catequista no puede renunciar a su propia misión

Por una mala interpretación del actual sistema político democráti­co y de su inadecuada conjunción con métodos catequéticos, algunos catequistas han renunciado a su propio roll. No se puede olvidar que dentro de un grupo de catequizados, el catequista es el animador que va por delante del grupo, llevándole a una fe que él ya tiene y ha recibido de la Iglesia. Es un «iniciado» con misión de iniciar a otros, o un «discípulo» enviado a hacer discípulos del único e insustituible Maestro, Cristo Jesús.

Sin catequistas, pues, no hay catequesis. Sin testigo y transmisor de la fe de la Iglesia, no se dan catequizados. Sin guía y «entrenador», no se da un grupo catecumenal que tienda a acceder plenamente a la fe y vida cristiana.

La causa principal de que muchos de nuestros grupos de cateque­sis no progresen es, a mi manera de ver, la falta de auténticos catequistas. De ahí la necesidad imperiosa de una formación gradual y sistemática de catequistas, como antes ya os he dicho. Y en este quehacer tienen una gran responsabilidad los presbíteros y catequistas “iniciados”.

El lugar de la memoria en la Catequesis

En los últimos decenios la catequesis ha experimentado cambios profundos que, en su mayor parte y según mi opinión, han sido positi­vos. Pero, por la llamada “ley del péndulo” o reacción, se ha pasado de un extremo a otro. Por ejemplo, años atrás la memoria tenía un valor casi fundamental en la catequesis. Mientras los catequizados supieran de memoria algunas preguntas del catecismo, algunos de sus capítulos o el texto íntegro del catecismo, muchos se daban por satisfechos, olvidando la necesidad de la comprensión y de la vivencia que el catequizado debía tener. En aras de la verdad, debemos reconocer que en Málaga tuvimos grandes catequistas que supieron armonizar de una manera admirable la comprensión, la memoria, la celebración y la vivencia de la fe; y en pri­mer lugar está nuestro obispo Don Manuel González.

En este punto es mi intención señalar el lugar que le corresponde a la memoria en la catequesis. La memoria es, en cierto sentido, imprescin­dible para la conciencia de nuestra identidad personal en todas sus di­mensiones. Memorizar oraciones litúrgicas, versículos del evangelio o de la Sagrada Escritura en general, así como formulaciones de la fe, acuña­das por la Tradición de la Iglesia... es imprescindible para el catequizado.

Mucho profesores de formación religiosa en colegios, institutos o centros de formación profesional quedan sorprendidos al constatar la ausencia de conceptos sobre la fe cristiana en sus alumnos, que hace es­casos meses o años habían participado durante largos períodos en la cate­quesis parroquial. Los conceptos o comprensión de las verdades de la fe se les evaporaron por no haberlos retenido mínimamente en su memo­ria.

Con todo, quede claro que en la catequesis de iniciación cristiana lo importante es la vivencia de la fe; y cuando ésta se da, es más fácil retener en la memoria los conceptos-motores de la vida, formulados de una ma­nera sencilla y clara.

Métodos concretos

Como orientación práctica en la búsqueda de los métodos más ade­cuados para las distintas edades, se podrían señalar los siguientes:

  • Para adultos, el «Proyecto Catecumenal», del Secretariado Na­cional de Catequesis.
  • Para jóvenes y adolescentes: «Cómo animar un equipo de cate­quesis», de Lagarde.
  • Para niños, os sugiero poner en práctica, actualizándola según las circunstancias concretas, la pedagogía practicada por Don Manuel González. La encontraréis esparcida en sus obras, pero de un modo singular en las siguientes:

 

  •  «La cartilla del catequista cabal».
  •  «Partiendo el pan a los pequeñuelos».
  •  «La gracia en la educación».
  •  «Sembrando granos de mostaza».
  •  «Apostolados menudos».

 

La nota dominante en los escritos de Don Manuel sobre la cateque­sis es la gracia o el arte de acercarse a los niños con bondad e ingenio, de enseñar jugando, de saber narrar, preguntar y machacar, de llevar a la oración lo que los niños han oído y aprendido, de darles pistas concretas de vivencia religiosa, evitando que el catequizado se convierta en un au­tómata sin propia creatividad.

El lenguaje en la Catequesis

La catequesis es el lugar de encuentro y de comunicación entre catequistas y catequizados; entre los mismos catequizados; entre cada uno mismo y Dios en Cristo. En definitiva, la catequesis es lenguaje que expresa la relación.

El significado etimológico del vocablo «catequesis» es precisamen­te el hecho de hacer que resuene y siga resonando el Evangelio en los oídos (mente y corazón) de los catecúmenos (oyentes).

Tal vez uno de los problemas más preocupantes en la evangeliza­ción y catequesis es el conseguir que «cada uno escuche y entienda en su propia lengua (cultura, manera de ser, circunstancias personales concre­tas...) las maravillas de Dios» (Hch 2, 11).

Don Manuel González consideró de capital importancia «hablar y tratar con los niños con lenguaje de niño» (PPP. pág. 109).

La preocupación por el lenguaje, no tanto a nivel semántico o lite­rario, cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural, hace que la Iglesia busque un lenguaje adaptado, dando pruebas hoy -como supo hacerlo en otras épocas de la historia- de sabiduría, de valentía y de fide­lidad evangélica (CT. nº 17).

El lenguaje propio de la fe, fijo, acuñado y formulado, en el que los creyentes se reconocen a sí mismos como tales, se dirige al hombre de hoy, que, por fuerza, ha de salir a su encuentro desde el lenguaje de su propio mundo y de su propia experiencia (CC. núms. 140 y 145).

El hombre moderno, debido a los avances de la técnica, se ha habi­tuado al lenguaje audio-visual. Esto debe tenerlo en cuenta el catequista. Y, si bien, el lenguaje audio-visual no es exclusivo en la acción catequética, sí que es complementario y muchas veces necesario; por él se pueden expresar mejor las experiencias de la fe, difíciles de comprender por sim­ples palabras.

El Papa Pablo VI en su encíclica Evangelii Nuntiandi, nº 42, nos recuerda que estamos en una época en que el hombre ha rebasado la civilización de la palabra, para vivir hoy en la civilización de la imagen. Por ello:

«Es urgente la traducción del mensaje cristiano de salvación al len­

guaje audio-visual de los hombres de nuestro tiempo» (CC. nº 151;

CT. nº 40, 17, 46 y 59).

Otra particularidad es que el lenguaje audio-visual es eminente­mente grupal, es decir supone y hace grupo, pues implica la expresivi­dad e intercomunicación de los catequizados en todas sus manifestacio­nes más personales. Dicho en otras palabras, el lenguaje audio-visual pro­voca y facilita el diálogo entre catequistas y catequizados, y entre éstos mismos.

Sin embargo, el lugar de honor y preferencia en la catequesis no lo tiene exclusivamente, ni tal vez primariamente, el lenguaje audio-visual. Lo que prima en la catequesis es la relación, sea cual fuera, entre cate­quistas y catequizados; relación que puede emerger y desarrollarse de manera imprevista por la sola fuerza del Evangelio.

Con todo, dada la importancia que hoy tiene el lenguaje audiovisual, el catequista necesita conocerlo y saber usarlo. La Delegación Diocesana de Catequesis deberá organizar cursos o cursillos que introduzcan al ca­tequista en este campo concreto del lenguaje. No estaría de más que las parroquias se suscribieran a revistas especializadas como «Auca» y «Pe­queña pantalla». Ambas revistas son editadas por el Secretariado Nacio­nal de Catequesis y la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación, respectivamente, siendo de gran utilidad para montajes y películas-vídeos sobre temas catequéticos.

Seleccionar los materiales de Catequesis

En los últimos años se ha dado una abundancia de materiales catequéticos, tanto dentro de nuestra Diócesis como fuera de ella. Estos materiales no tienen todos la misma calidad y, por tanto, no merecen la misma fiabilidad. Con todo, es de agradecer el gran esfuerzo y fecunda creatividad, nacidos de una sincera voluntad de hacer que la doctrina de la Iglesia llegare a todos de la manera más eficaz. Pero esto, por sí solo, no garantiza la calidad del material ofrecido. Y es precisamente aquí donde debe actuar el discernimiento del obispo, asesorado por sus más inme­diatos y mejor preparados colaboradores en catequesis. Tanto es así, que, a veces, un material catequético válido para una diócesis, no lo sea, en su metodología, para otra.

Para una mejor y más acertada selección de los materiales catequéticos, la Delegación Diocesana de Catequesis hará llegar cada año a todas las parroquias, comunidades y colegios católicos, una lista de los materiales que merezcan garantía por sus métodos y contenidos. Por su­puesto que siempre tendrán validez y preferencia en nuestra Diócesis los catecismos aprobados por la Conferencia Episcopal Española o por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis.

Padrinos y padres

En uno de los apartados de esta carta pastoral os he recordado, por­que ya todos lo sabéis, que la catequesis de adultos es la principal y mo­delo o punto de referencia de las catequesis para otras edades. Debemos tenerlo en cuenta al hablar ahora de los padrinos.

El ritual de Iniciación Cristiana de Adultos nos hace oportunas e interesantes precisiones en lo que a los padrinos concierne. A ellas quiero referirme ahora.

La misión del padrino es imprescindible en todo proceso de inicia­ción cristiana. Los padrinos deben ser los testigos de la comunidad, cer­canos y creíbles para los catecúmenos. Los padrinos «reales» son los que contribuyeron al primer anuncio del mensaje evangélico, y acompañan a sus «ahijados» en los pasos que han de dar hasta la madurez de la fe, ayudándoles con su ejemplo, oración, aliento en las dificultades, dudas y desánimos del camino. En los padrinos deberán apoyarse los catequistas, y ellos son quienes avalan ante la comunidad la sinceridad, el progreso y la fiabilidad de los catecúmenos ahijados.

Se comprende que los principales y mejores padrinos que pueden tener los niños en su iniciación cristiana son sus padres, si tienen fe y practican el Evangelio. Pero cuando esto no ocurre, aunque hay que con­tar con ellos porque son los que más influyen en sus hijos, también hay que pedir la colaboración de otros adultos cercanos a los niños y cristia­nos de verdad que puedan ayudarles con su ejemplo y cuidado.

La falta de padrinos que comprendan su misión y quieran realizar-la es un exponente de la poca capacidad evangelizadora de los cristianos de nuestras parroquias. Por esto urge hacer hoy una convocatoria como la que en 1933 hacía Don Manuel González en Málaga: «¡Todos catequis­tas!... ¡...con las obras, las palabras y la cooperación en la catequesis!» (TC.). Sin esto, hablar de «catequesis de la comunidad» o de «parroquia evangelizadora» puede ser un simple espejismo.

Con relación a algunos padres que, sin ser practicantes, piden el bautismo para sus hijos, en principio no deben ser considerados como increyentes. El adjetivo que mejor les corresponde es el de «alejados». Esta «lejanía» podría acortarse a través de una adecuada pastoral con los padres, en la que deberían participar, además del párroco, los responsa­bles de la catequesis de adultos de la parroquia. Comprendo que, dado el escaso número de presbíteros y catequistas militantes cristianos, esta la­bor es ardua y difícil, pero, sin duda, podría dar unos resultados suma­mente positivos. De hecho, así se da en las parroquias de algunas diócesis de España en las que se presta una atención especial a la pastoral de los padres «alejados» que piden el bautismo para sus hijos.

A los padres «alejados» que en principio han aceptado integrarse en un grupo de catequesis de adultos y a los mismos padres cristianos practicantes se les podría invitar a llevar a cabo la catequesis familiar, sir­viéndose del nuevo catecismo para niños de 5 a 7 años, titulado «Padre Nuestro».

Sugiero, a su vez, a los religiosos y religiosas que trabajan en el campo de la enseñanza, a que hicieran lo mismo con los padres de sus alumnos más pequeños.

Este campo pastoral, me refiero al de la catequesis familiar, está casi por empezar en nuestra Diócesis. Deberíamos aunar esfuerzos para po­nerlo en práctica.

En lo que se refiere a la edad en que debe comenzar la catequesis de niños, estoy de acuerdo con Don Manuel González que escribe: «Hay que tener prisa por empezar a educar» (SGM. págs. 58 y 105). En nues­tras parroquias deberíamos comenzar cuanto antes la catequesis para los niños que se preparan para participar plenamente en la Eucaristía o reci­bir la Primera Comunión. Con adelantar la catequesis se gana más que con retrasar la Primera Comunión.

La Parroquia, lugar privilegiado de la Catequesis

Hoy día se han superado las discusiones que años atrás surgieron entre pastoralistas en lo que a la validez de la parroquia, como unidad pastoral, se refiere. Entre nosotros es aceptada la idea de que la parroquia es el lugar privilegiado, aunque no exclusivo, de la catequesis. Así nos lo ha recordado el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica «Catechesi Tradendae». Así lo intuyó también Don Manuel González cuando para conocer la marcha de la catequesis en la diócesis de Málaga se presenta­ba, sin previo aviso, en cualquier parroquia, a la hora y día en que sabía se estaba dando la catequesis.

La parroquia tiene el grave deber de formar catequistas, prever el equipamiento necesario para una catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la medida en que sea posible y útil, de velar por la calidad de la formación religiosa y por la integración de los distintos grupos en el cuerpo eclesial.

Entre parroquia y catequesis ha existido siempre una simbiosis: una depende de la otra en su vitalidad. A cada párroco se le podría decir lo que el Papa dice a los obispos en su exhortación apostólica:

«Tened la seguridad que, si funciona bien la catequesis, todo el resto resulta más fácil»(CT. nº 63).

Nuestro obispo Don Manuel escribía:

«Hay que aspirar a que cada catequesis parroquial sea la semilla de una parroquia cabal, la iniciación de una vida sólidamente católica en los individuos, en las familias y en el pueblo» (CCC. pág. 56).

La catequesis de iniciación cristiana con alcance misionero supone y exige unas parroquias en reconversión, decididas a cambiar su menta­lidad y funcionamiento de «cristiandad», para ponerse en «estado de misión». La Primera Asamblea Diocesana de Pastoral celebrada en 1986 nos ha puesto en vías de realizarlo.

Termino esta carta pastoral recordando aquella frase del Premio Nóbel, Juan Ramón Jiménez: «Para volar, raíces». Es decir, para que Dios nos conceda una diócesis de gran vitalidad cristiana, es necesario que poco a poco, de una manera constante, sin miedos ni complejos, comen­cemos una segunda evangelización en Málaga. A la evangelización sigue, necesariamente, una catequesis que afianza, desarrolla y da una dimen­sión misionera a nuestra fe.

Todo esto, queridos catequistas, será posible con la luz y la fuerza del Espíritu Santo que Jesucristo nos ha merecido del Padre con su Resu­rrección. Y María, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, siempre estará a nuestro lado.

Málaga, Octubre de 1988.

Abreviaturas:

CC “La Catequesis de la Comunidad”, de la Comisión Episcopal de Enseñanza y

Catequesis. CCC “Cartilla del Catequista Cabal”, de Mons. Manuel González García. CEEC Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis CT “Catechesi Tradendae”, de Su Santidad Juan Pablo II. EN “Evangelii Nuntiandi”, de Su Santidad Pablo VI. GE “La gracia en la educación”, de Mons. Manuel González García. PPP “Partiendo el pan a los pequeñuelos”, de Mons. Manuel González García. SGM “Sembrando granos de mostaza”, de Mons. Manuel González García. TC “Todos catequistas”, de Mons. Manuel González García. 

Autor: Mons. Ramón Buxarráis

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