«Lo menor de la Semana Mayor»

Publicado: 10/08/2012: 1426

•   Artículo sobre la Semana Santa (1985)

 A la Semana Santa se la llama también Semana Mayor. Y con ra­zón, pues en ella los cristianos celebramos los mayores misterios de la vida de Jesús.

Desde la reforma litúrgica, la comprensión y participación por par­te de los fieles en las celebraciones de esa Semana aumenta en número y en convicción.

Algo semejante está sucediendo también en lo que a la celebración popular de la Semana Santa se refiere. De unos años a esta parte, se ha triplicado el número de los hermanos cofrades, especialmente jóvenes, que acompañan a las imágenes. También se progresa en la actitud reli­giosa de los mismos cofrades, manifestada en su comportamiento exter­no.

Los colaboradores litúrgicos

Cuando digo «colaboradores litúrgicos» me refiero a los seglares que participan de una manera especial en las celebraciones de Semana Santa: monitores, lectores, cantores, servidores de altar… De ellos depende muchas veces el resto de la comunidad. De ahí la necesidad de que los sacerdotes inviten a los seglares a colaborar en lo que a ellos corresponde. Y que se les prepare debidamente.

Por supuesto que el responsable de la comunidad debe tener en cuenta a toda la asamblea. No podemos olvidar que los ritos del Triduo Pascual tienen contenidos y gestos poco conocidos. La asamblea merece que se la prepare en la comprensión y participación especial de las cele­braciones de Semana Santa.

Alguien podrá pensar que se trata de «pequeñeces». Ciertamente, no es lo más importante de la Semana Mayor; pero, de no tenerse en cuenta, es posible que para muchos pasen desapercibidos los grandes Misterios que se celebran en estos días.

Los portadores de trono

Referente a la expresión popular de la Semana Santa, otro aspecto menor, pero importante, es la actitud externa que mantienen los portado­res de trono.

En una cofradía o hermandad todo es importante. Desde el herma­no mayor hasta el último cofrade que se inscribió; desde las reuniones periódicas que se tienen durante el año, hasta el triduo o quinario cuaresmal; desde las imágenes, tronos y demás enseres procesionales, hasta la túnica o el traje uniforme de los portadores de trono. A estos últimos quiero referirme de una manera especial.

Un portador de trono es, ante todo, un hombre o joven cristiano. Carga el trono para expresar de una manera externa y pública su fe en Jesucristo y su devoción a María Santísima. De ahí que su manera de comportarse durante toda la procesión debe manifestar su actitud inte­rior.

El portador de trono tiene que evitar todo aquello que pudiera dar una falsa imagen de lo que él verdaderamente es. En él no caben ni la vanidad, ni el presumir o figurar, ni los gestos o palabras que pudieran desdecir su actitud reverente y respetuosa para con las imágenes que se procesionan.

Gracias a Dios y al interés de todos, cada año los portadores de trono se comportan con más dignidad. Y no deben hacerlo por el qué dirán o por quiénes les miran, sino sólo por amor y devoción a Jesús y a su Santísima Madre.

El espectador

Finalmente, y entre otras muchas cosas menores, está también la actitud del espectador que, de pie o sentado, pasa horas en las plazas o calles esperando ver las procesiones. A ellos les pediría una actitud de respeto y una oración personal al pasar las imágenes. Que los que están sentados se pusieran de pie; que los que están de pie adoptaran una acti­tud externa de orantes; que los que van pasando, se pararan... manifes­tando respeto hacia la imagen procesionada que, para los que creemos, es un signo religioso.

Así, con detalles «menores», iremos formando un marco digno de la Semana Mayor.

Málaga, Abril de 1985. 

Autor: Mons. Ramón Buxarráis

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