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«Bienes de la Diócesis para crear fuentes de trabajo en Málaga»

Publicado: 10/08/2012: 744

Clausura del Pregón de Semana Santa (1976)

Cada Semana Santa tiene su propia novedad. El Misterio de salva­ción es único y el de siempre, pero su celebración en la historia tiene fisonomía propia y mensaje actual. A mi parecer éste sería el de nuestra Semana Santa de 1976:

Saber adivinar detrás de cada imagen de Cristo Paciente y Virgen Dolorosa, el rostro de los malagueños que soportan la cruz del paro o la extrema inseguridad económica.

No se trata sólo de ver o contemplar emotiva y devotamente nues­tras imágenes. Es necesario romper las filas de los curiosos apiñados en el camino de la vida y arrimar el hombro, cual otro Cirineo, a la cruz de Jesús.

Como Pastor de la Diócesis os invito a que me sigáis. Seguidme de manera individual, como familia o como empresa. Seguidme sobre todo los que, para vivir más vuestra fe en Cristo, os esforzáis en ser miembros vivos de la comunidad parroquial, asociación, movimiento apostólico, comunidad de base o cofradía. Que todos, personal y comunitariamente pongamos nuestro hombro bajo el madero de la cruz de Jesús que sube al Calvario en la persona de tantos malagueños.

¿Cuál será el camino?

El Obispado de Málaga se dispone hacer una seria y objetiva revi­sión de todos sus bienes, para crear alguna modesta fuente de trabajo. Cuento ya, en parte, con el apoyo moral del Cabildo y del Consejo Presbiteral.

Y esto lo vamos a hacer, contrariamente a lo que muchos pudieran sospechar, a pesar de los escasos medios con que cuenta nuestro Obispa­do.

Muchos de nuestros sacerdotes viven en la estrechez. Quizás nues­tros mismos empleados puedan ser mejor retribuidos. La misma situa­ción económica de nuestros Maestros Rurales no es justa. Pero, a pesar de todo, y haciendo los posibles para que el personal comprometido en servicios de la diócesis sea tratado justamente, la Iglesia de Málaga quiere desprenderse de alguna o varias propiedades para crear nuevos puestos de trabajo.

Por supuesto que a la urgencia de la gestión, uniremos un estudio detallado y objetivo para evitar la ineficacia o ingenuidad. Y todo ello, después de haber obtenido la consiguiente autorización de mis superio­res, cuya disponibilidad ya me consta.

La Iglesia, queridos diocesanos, debe actuar más como médico que como enfermera, en cuanto a la ayuda se refiere. Quizás nos hemos limi­tado demasiado en suavizar las heridas o calmar el dolor, cuando lo que convenía era atacar el mal en su raíz, tal y como lo hace el buen médico. Esto es en realidad la salvación de Jesús: salvar a todo el hombre, liberándolo de la raíz del pecado y de sus consecuencias.

Es posible que a más de uno le parezca ingenua la idea. Sabemos que nuestra aportación no solucionará una problemática que nos des-borda a todos. Pero lo importante es no dejar de hacer lo que realmente está en nuestras manos, y que, en adelante, la Iglesia con todas sus insti­tuciones planifique la administración de sus bienes de una manera más evangélica.

Todo esto supone ciertamente un riesgo

Sin embargo, haciendo los posibles para asegurar la acción, nos expondremos al riesgo apoyados en la Providencia de un Dios que por ser Padre nunca abandona a los que le buscan con sincero corazón.

No hacemos nada nuevo. La Iglesia en todo el curso de su historia, sea a través de personas o de instituciones, ha sido el cirineo de la huma­nidad. Debemos reconocer y agradecer lo que ella ha hecho. Pero preci­samente por ser hijos suyos nos sentimos obligados y estimulados por el ejemplo de nuestros antepasados.

Invito a todas las parroquias, asociaciones, movimientos, grupos o comunidades cristianas y a las mismas cofradías de la Diócesis a que se replanteen a la luz de la Palabra de Dios todo lo que acabo de decir. Estoy dispuesto, en cuanto mi servicio me lo permita, a autorizar la venta de lo que no fuera estrictamente necesario para la vida de la comunidad o el culto; y bien aunando esfuerzos o a través de iniciativas más reducidas, pero siempre eficaces, paliar el dolor de nuestros hermanos.

Así la Iglesia, concretamente la de Málaga, además de iluminar con su palabra la acción de los hombres de buena voluntad, dará la fuerza de su pobre testimonio para que Jesucristo sea más conocido, amado e imi­tado; y por El los hombres lleguemos a nuestra realización.

De esta manera aportaremos nuestro granito de arena al esfuerzo de nuestras Autoridades y del mismo Gobierno cuyo interés en solucio­nar el problema del paro es de todos bien conocido.

Quizás en tiempos pasados se dio el caso de cofradías que centra­ban todo su afán en la riqueza de los tronos, reparto de medallas o nom­bramiento de Hermanos Mayores Honorarios. Gracias a Dios todo esto va pasando. Y ahora se os ofrece, queridos cofrades, la oportunidad de recibir de Dios la medalla de gratitud que dio al Cirineo y nombrar Her­manos Mayores Honorarios a los más pobres.

Quién sabe si mi invitación os ha podido dejar perplejos entre la sorpresa y la imprecisión. Por ello a la par que os pido evitéis los aplausos, os invito a rezar con las palabras que se atribuyen al poverrello de Asís, Francisco:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde haya odio, ponga yo amor. Que donde haya ofensa, ponga yo perdón. Que donde haya error, ponga yo verdad. Que donde haya desesperación, ponga esperanza. Que donde haya tinieblas, ponga yo luz. Que donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Haz, Señor, que no busque tanto ser consolado, como consolar; ser comprendido, como comprender; ser amado, como amar.

Porque cuando nos damos, recibimos; cuando nos olvidamos, nos encontramos; cuando perdonamos, somos perdonados; y muriendo, resucitamos a la vida eterna.

Málaga, 1 de Abril de 1976. 

Autor: Mons. Ramón Buxarráis

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