La corriente

Publicado: 08/08/2011: 566

Había una vez un joven. Bueno, en realidad no sabía si era joven o no, porque en aquella sociedad todos querían ser jóvenes: había maquillaje para parecer joven, injertos de pelo para rejuvenecer a los calvos, potingues variados para disfrutar de un cabello, una piel, unos ojos o unas pestañas juveniles, aparatos para convertir los cuerpos en bellezas esculturales, dietas equilibradísimas que quitaban años y renovaban los intestinos...

Él, según los datos manejados en su mundo, era joven. Y, sin embargo, poco tenía que ver con aquella “fuente de la juventud” en la que se había convertido su momento histórico, porque no quería ser joven. Ni no serlo, por supuesto. Él sólo quería hacerse como un niño para poder comprender el misterio de la vida. Y así caminaba, aquel joven, por una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, pongamos, por ejemplo, que hablo de Málaga, o de Madrid.

Y de repente lo vio. Vio a un hombre anciano, con grandes ojeras y el peso de toda una vida y de una enorme responsabilidad en las espaldas. Iba vestido de blanco, y le resultó extraño en mitad de aquella calle anónima. Aquel hombre caminaba contra corriente, y en el fondo de su mirada había, no sabría cómo explicarlo... Un niño. Así que el joven, que también caminaba contra corriente, se llegó hasta el Anciano, y le tocó en el hombro.

-       ¿Sí? ¿Dígame? - le dijo el Anciano, con tranquilidad.

-       ¿Qué ve? ¿Cómo lo ve? - le preguntó, misteriosamente, el joven que quería volver a ser niño.

-       ¿Qué veo...? Veo signos, joven. Algunos me estremecen, me intranquilizan, incluso me horrorizan. Otros me sirven de punto de enlace, me dan esperanzas. Pero todos ellos los veo con la única mirada que puedo mirar: aspiramos a una alegría infinita, y esa alegría sólo puede provenir de Dios. Donde no hay Dios, sólo queda crear el falso infinito, esa fuente de la juventud que estás observando, que acaba por convertir a los hombres en pobres seres desgastados y destruidos. Por eso sigo caminando, cada día con más esperanza: este hoy es un desafío urgente. Debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento de poner a Dios en el medio, a fin de dejarlo actuar aquí, donde vivimos.

-       ¡Vaya! Así que eso es. Si quiero ser niño, tengo que dejarme en manos del Padre... para que haga de mí lo que quiera. ¿Y hay más personas que hayan descubierto eso?

-       ¡Por supuesto! Si miras con atención, encontrarás muchos. Y todos, en la medida que descubren el Misterio, comienzan a tener esa mirada que ya veo en el fondo de tus ojos. ¡No la pierdas! Ese encuentro con un acontecimiento, con una persona, está dando un horizonte nuevo a tu vida. Ya no te importa ir contra la corriente. ¡Sigue, camina, adelante, siempre adelante, querido joven con alma de niño!

-       Gracias. Muchas gracias...

         Y aquel niño siguió caminando, contra la corriente de la fuente de la juventud, para encontrar, como aquel Anciano que miraba fijamente al misterio, la fuente de la vida que no se agota.

 

         Las palabras del Anciano están sacadas de las respuesta de Benedicto XVI en el libro “Luz del Mundo”.

José Manuel Llamas es sacerdote diocesano y párroco de San Fernando

 

 

                                                                 

Autor: diocesismalaga.es

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