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"La Iglesia es maestra de la laicidad sobre todo en tiempos de nihilismo"

Publicado: 17/06/2010: 5296

Comienza a ser conocido el nombre de Fabrice Hadjadj, filósofo francés convertido al catolicismo. Ha llegado a las librerías italianas la traducción de su libro La tierra, camino al cielo. Hadjadj desmonta, con su habilidad para la paradoja, diversos lugares comunes sobre el laicismo y el ateísmo. Reproducimos un fragmento del capítulo "La Iglesia, madre de la ciudad".

Cuando el sentido de la contemplación disminuye, también el de la política viene a menos, porque termina por fallar a su finalidad, o simplemente, por perder el sentido de la vida. No hay buen gobierno si no está subordinado a la verdadera Trascendencia. La hiperpolitización anticristiana de la Revolución Francesa, finalmente, ha llevado a una despolitización generalizada. La ciudadanía cerrada a lo Eterno degenera en teocracia, por utilizar un término platónico. En ausencia de la tensión hacia el cielo que la ennoblezca, la política es pronto absorbida por la economía, por el espectáculo, por los intereses particulares..., y finalmente da lugar a tiranías que pueden asumir formas muy diversas, hasta la última, que es la tiranía de los derechos del hombre olvidando los de Dios; es decir, la de un individuo tirano de sí mismo, reducido a una bestia cínica, ciega e infeliz, a una oveja sin pastor.

La separación entre Iglesia y Estado no es tanto un peligro para la Iglesia, que tiene la promesa de la vida eterna, sino para el Estado y la nación, contra los cuales sí pueden prevalecer las puertas del infierno: «Infúndeles pánico, Señor», canta el rey David, «para que aprendan que no son más que hombres». Y el Papa Gregorio XVI recordaba benevolentemente: «Sacudido de tal manera el freno de la santísima Religión, por la que permanecen sólidos los reinos y se mantienen fijas la fuerza y la autoridad de cada nación, se ve aumentar la subversión del orden público, la decadencia de los principados y la destrucción de toda legítima potestad».    Pero una teocracia que confundiese la causa de Dios con una causa particular cualquiera, sería no menos funesta. La Iglesia es católica, transnacional y transcultural. Por tanto, mantiene con los Gobiernos nacionales relaciones de subsidiariedad. Sabe que la coerción no puede producir la fe; no vincula el ejercicio del poder político a una confesión religiosa, pero pide que el Estado, por su naturaleza laica, dé a cada individuo la posibilidad de acoger libremente la Buena Nueva de la salvación.

«Quien no está conmigo, está contra Mí», dice el Señor. Es necesario dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, pero sin olvidar que el César es de Dios y que todo lo que le damos debe ser utilizado para el reino de Dios. Sin embargo, algunas posiciones aberrantes compartidas también por cristianos traicionan hoy la falta de comprensión de esta última evidencia: creen que la política puede ser agnóstica y la religión circunscribirse únicamente al ámbito de lo privado. Así, por no hablar de cosas con las que se corre el riesgo de molestar a la gente, reducen los debates a cuestiones superfluas, convirtiéndose en cómplices de la sociedad de la desesperación.

 

Masacre planificada de las mentes

¿Cómo puede un leño desmenuzado en palillos de dientes servir para la construcción de una nave? Y las fibras de la celulosa reducidas a papel higiénico, ¿cómo pueden servir de soporte adecuado a una carta de amor? Análogamente, una política agnóstica, que degrada la razón a un mero instrumento de cálculo utilitarista promoviendo el relativismo moral y la estética mundana, no predispone a la plena realización de la persona.   En particular, la instrucción pública corresponde hoy exactamente a una masacre planificada de las mentes.

El hombre arde en deseos de Absoluto, pero la instrucción pública favorece la irrupción de la irracionalidad, con la triste secuela del suicidio, de sectas y de violencia fanática. Nuestras escuelas, que con la excusa de la laicidad y de la tolerancia, pretenden mostrarse irreligiosas, se convierten subrepticiamente en escuelas coránicas o budistas, cuando no, en seminarios de la nada. Nuestros programas de Filosofía, que sistemáticamente eluden la cuestión de la existencia de un Primer Principio y de la inmortalidad del alma humana, abren las puertas, sin embargo, a creencias estúpidas como la reencarnación, o la ridícula moralina del actual cientificismo, que consiste en creer que la materia es inteligente y se organiza por sí misma y está capacitada para producir un orden que trasciende a nuestra misma razón... Con todo esto, ¿cómo podríamos dejar de vivir en un régimen que no fuera una lotería?

Fabrice Hadjadj, es filósofo francés

Articulo tomado de Alfa y Omega, n 692

Autor: diocesismalaga.es

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