NoticiaAño de la Misericordia "Consolar al triste" Celebración en los jardines del Complejo Asistencial de las Hermanas Hospitalarias · Autor: S. FENOSA Publicado: 01/08/2016: 11592 Me llamo Julia, soy hermana hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús y llevo 52 años de vida consagrada. «Consolad, consolad a mi pueblo», dice el Señor De profesión soy enfermera, ya jubilada, pero en la vida religiosa no hay jubilación que valga. Para mí es un gran orgullo pasar largos ratos con los pacientes y poder llevar a la práctica lo que nuestra madre fundadora, Mª Josefa Recio, nos dejó en su testamento: “…sed para los pacientes como verdaderas madres”. Es el caso de esta carta de un paciente escrita en marzo de este año. Dice así: «Todos los días cuando termino de cenar, me levanto de la mesa y me voy a acostar. Mi madre se acerca y me da un cariñoso abrazo de buenas noches con todo el amor y ternura que una madre tiene para su hijo. Pero ayer no era como todos los días. Soy un enfermo mental y por primera vez el comedor donde cené no era el de mi casa, sino el comedor de un hospital psiquiátrico y no fue mi madre quien allí estaba. Quien me abrazó con amor y ternura fue una religiosa que apenas conocía hacía unos minutos. En ese sencillo gesto, sentí el amor de Jesús, el amor que sana los cuerpos y las almas, el amor que Él nos dio y nos legó para que fuéramos testigos de Él. Ayer sentí la mano de Jesús sobre mi hombro a través de sor Julia y pude descansar en paz». Fin de la cita. ¿Cómo consolar a quien se siente solo, a quien se siente abandonado por su familia, a quien no tiene esperanzas, a quien está triste…? No hay fórmula mágica para ello, pero sí conocemos los tres nutrientes fundamentales para dar consuelo. Todos los días, en mi oración personal, le pido al Señor que, cuando esté delante de los enfermos, sea capaz de escuchar como escuchaba Jesús, de mirar como miraba Jesús y de tocar y abrazar como lo hacía Jesús. No debemos olvidar el segundo de los nutrientes, que es la celebración, recepción y adoración de la Eucaristía, fuente perenne de comunión, vida y amor. De ella salgo con gozo renovado para el ejercicio de la caridad en la vida comunitaria y en la misión. Y el último de los nutrientes es la vida fraterna en comunidad. Con nuestra vida consagrada manifestamos el amor que Dios tiene a todos los hombres. Somos mensajeras de esperanza y testimoniamos que el mundo no puede ser transformado sin el espíritu de las bienaventuranzas. Los pacientes son el rostro visible de Dios que recibe como hecho a sí mismo cuanto hacemos al hombre necesitado. Nuestro carisma hospitalario nos hace ser alegres, de puerta siempre, siempre abierta, dando calor, cobijo y un rayo de luz a los que cada día se relacionan con nosotros. Y termino haciéndome eco de las palabras del profeta: «Gritad de júbilo, cielos, y regocíjate, tierra. Prorrumpid, montes, en gritos de alegría, porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus afligidos tendrá compasión.…» (Is 49, 13-16).