«Vivir como un cura»

Publicado: 03/08/2012: 4996

•   IV Carta a Valerio

Querido Valerio:

No puedo ocultarte la indignación que sentí al leer tu carta. Mi primera reacción fue romperla. Luego pensé que era mejor dejarla repo­sar entre la correspondencia no-urgente. La he leído de nuevo y, pasado mi primer enojo, aquí me tienes.

¿Todavía con la Campaña pro Seminario?

Admito tu crítica: aunque tu cinismo me exaspera. A pesar de todo, me ayudas a repensar las cosas.

Pues sí, en Málaga continuamos organizando la Campaña pro Se­minario, a pesar de que te suene a desfasado, publicidad de consumo, a propaganda electoral. Exageras, Valerio.

Sin embargo, comparto contigo la idea de un cambio de presenta­ción de este «tiempo fuerte» vocacional. Llevas razón en decir que, según y cómo se organice la Campaña, tiene el riesgo de parecer más una invi­tación a recuperar el clericalismo perdido, que el ofrecimiento de un pro­yecto de vida consagrada.

También tienes razón al decir que no es justo hablar sólo de la voca­ción al presbiterado y olvidar la vocación-raíz a la vida cristiana, nacida del bautismo. Tampoco es acertado que la comunidad olvide plantearse la vocación apostólica del seglar. Yo «denunciaría» al cura cuyo testimo­nio de vida y palabras no estimularan a los miembros de su comunidad a la vida contemplativa, a la militancia cristiana y al presbiterio.

El taxista que no vivía como un cura

El otro día le preguntaba a un taxista: «...¿y puede mantener a su familia con lo que gana?». «Bueno mire, no es para vivir como un cura, pero me voy defendiendo». «¿Y cómo vive un cura?». A mi pregunta el taxista contestó: «Ahora francamente no lo sé; pero, años atrás!... Cuan­do era niño, en mi pueblo todos comíamos y vestíamos bastante mal; a don X no le faltaba nada. Apenas sabíamos leer y escribir; él tenía una carrera. Mandaba tanto como el alcalde; los demás obedecíamos. Cuan­do... Hemos llegado, padre».

Pagué el importe del viaje. Acomplejado, le di la mano y me bajé. Pero, me sentí culpable de no haber defendido a los sacerdotes. El taxista no era justo. Hubo curas que lo pasaron bastante mal. Y los hay todavía, gracias a Dios. Sé de alguno que viste con la ropa usada de su hermano; y de otro que se hace la comida, cuando no come en el bar con los peones de la carretera. La teología y el ministerio, bien lo sabes tú Valerio, no son humanamente rentables. A este paso algún día nuestra gente dirá: «Pasa más hambre que un cura». Y a lo mejor será un elogio.

Paquito no quiere ser cura

Hasta nuestros chaveas lo van comprendiendo.

Encima de mi mesa tengo las respuestas de unos alumnos de sépti­mo curso de EGB. contestando a una pregunta que les hizo el profesor de formación religiosa. Es ésta: «¿Por qué no quisieras ser cura?».

Paquito ha contestado así: «Siempre están solos en su casa, porque no tienen familia,... Tiene que hacer lo que les mandan,... Cobran poco y no pueden cambiar el coche,... Pasa mucho rato en la iglesia y no van a divertirse,...».

Si alguna vez me encuentro con Paquito le diré: «Mira, por las mis­mas razones por las que tú no quieres ser cura, en Málaga hay un grupo de jóvenes que esperan serlo. Quieren:

-vivir en soledad (celibato) para ser más disponibles a todos y en todo;

- ser hombres sin poder, para que el ofrecimiento que hacen de la salvación de Jesús sea aceptado libremente;

-ser austeros para comprender y ayudar mejor a los pobres;

- orar y proclamar el evangelio, para que los demás descubran que Dios es capaz de dar pleno sentido e ilusión a la vida.

Paquito, por todo esto ¡vale la pena ser cura!».

Neo-clericalismo al acecho

Al leer la clarificación que haría a Paquito, caigo en la cuenta que encontrarás un punto vulnerable, por el que me has atacado más de una vez.

Me refiero a lo de «hombre sin poder». También en eso deberé darte una parte de razón, por aquello que el Alcalde de Alica me decía: «…Mire, seamos sinceros, don Pristino quiere seguir mandando. Ahora lo hace desde otra perspectiva y con otros medios; pero continúa en el poder. Hablen bien o mal de él, quiere seguir en el candelero. Y cuando se lo he dicho, me contesta que Jesús de Nazaret lo hacía así. No sé; pero...».

Esta es la gran tentación de la Iglesia, Valerio; la gran tentación de todos aquellos que nos decimos servidores de los demás.

En muchos de nosotros, en mí mismo, hay un gran afán de protagonismo. Lo peor es no darse cuenta.

Le tengo miedo al neo-clericalismo del que me hablas tantas veces. Sólo podremos liberarnos de él cuando comprendamos y vivamos el «ser­vicio evangélico». Únicamente lograremos ser auténticos servidores de los demás, en la medida que estemos a su disposición desde la humildad profunda. Esto, Valerio, da mucho miedo. Y sólo Dios puede librarnos del miedo.

Al Papa déjalo tranquilo

Por favor, Valerio, no te metas más con el Papa. Me pareces tre­mendamente superficial al enjuiciarlo. Por tu «deformación» de militan­te cristiano-político, «analítico» de oficio, sólo quieres aceptar tu propia y exclusiva visión de las cosas. Y esto no es justo.

Parece que has olvidado aquella charla de Alfonso, tantas veces co­mentada. Si no recuerdo mal, el título era: «Ninguna persona agota todas las posibilidades». Estábamos de acuerdo en que cada uno tiene una pe­queña parte de la realidad total. Y que lo importante es aportar a favor de los demás lo que se es y lo que se tiene. Eso también es válido para los Obispos de Roma, los Papas.

No olvido todavía tus inhumanas críticas a Pablo VI. Ahora lo echas de menos y te conviertes en su abogado defensor, mientras tu inexorable fiscalización cae como un rayo sobre Juan Pablo II. Dudo que el Espíritu Santo llegue a darnos un Papa a tu gusto.

Recuerdo lo que, hace ya tiempo, escribía un gran periodista caste­llano con ocasión de las críticas hechas al Papa. Y lo hacía partiendo de esta referencia evangélica:

«Vino Juan, que ni comía ni bebía,

y dijeron que tenía un demonio dentro.

Viene este hombre que come y bebe

y dicen: Vaya un comilón y un borracho,

amigo de recaudadores y descreídos».

Nosotros tuvimos un Papa que, según dicen, era tímido e indeciso. Y decíais: «Este hombre no sirve. Tiene que ser más comunicativo y deci­dido». Ahora tenemos otro Papa que sintoniza con las masas, es claro y valiente. Y decís: «Menos liderazgo y más dialogante».

Bueno mira, yo creo que en Pablo VI tuvimos al hombre del diálo­go. En Juan Pablo II, al de lo esencial. Dos carismas complementarios, cuya síntesis los cristianos deberemos hacer realidad.

¿Aprobar a los católicos polacos y condenar a los latinoamericanos?

Te devuelvo la carta de Félix. Me ha impresionado. Una cosa es escuchar o leer fríamente los enfrentamientos en El Salvador, y otra que un amigo te los describa como sufridos en su propia carne.

Dudo lo que me dices en tu carta. ¿Cómo es posible que altos orga­nismos romanos aprueben a los católicos polacos en sus reivindicaciones sociales y condenen a los latinoamericanos?

Lo que sí me parece cierto es que tanto en Polonia como en Latinoamérica el cristianismo ha entrado en conflicto con el sistema esta­blecido. Dicen que no por afán de poder, sino con ánimo de servir. Pare­ce como si el cristianismo fuera incompatible tanto con un determinado socialismo, como con la actual estructura capitalista.

Nos harán falta muchas horas de estudio, de diálogo y una gran dosis de imaginación para salir de este atolladero. Y todavía más oración para merecer la fuerza de la generosidad. Porque no se avanzará en el campo social mientras haya personas y grupos que, en defensa de sus propios intereses, no quieran situarse en la plataforma del bien común.

Como ya se ha dicho, creo que uno de los servicios más importan­tes que la Iglesia puede ofrecer a la humanidad es su ingrata misión de ser instancia crítica. Ella debe recordarnos que ningún sistema político puede llenar totalmente las necesidades del hombre. Sin caer en el relativismo, deberemos admitir que, si bien hay sistemas políticos conve­nientes para un cierto tiempo y lugar, nada ni nadie es absoluto. Seguir siempre avanzado sin añoranzas. En los caminos abiertos para recorrer, a nadie le es permitido echar anclas.

Campeones en la liga de los amargados

Tampoco en esto estoy de acuerdo contigo y los de tu grupo, Valerio. Os parecéis más a un grupo de plañideras, que a una comunidad cristia­na. La crítica es necesaria. Es cierto. Pero también lo es la valoración de los pequeños avances de uno y otro grupo. De lo contrario se paraliza cualquier colectivo. La esperanza, al fin y al cabo, sólo es posible en quien, de alguna manera, ya la ha experimentado.

¡Ah! Y no hablemos de los que, sin osar decirlo, os consideráis «reformadores» o «salvadores» de la Iglesia. Lo curioso es que estos pe­queños mesías os situáis en uno y otro extremo de la Iglesia. Así se adivi­na, por lo menos, en los boletines y revistas que recibo periódicamente. Mientras a unos les sobran augurios apocalípticos, a otros les falta aprecio a las semillas de verdad y bien que se dan entre los católicos. Cuando unos tienen «estilo de novena», a otros les sobra el chiste sarcástico. Bue­no, ¡te lo he dicho tantas veces!

Total, que, a ese paso, unos y otros ocuparéis los primeros lugares de la tabla ligera de los amargados. La gente normal no será nunca socio de vuestros clubs.

Otras bombas para la Costa del Sol

Me preguntas cómo se prepara la temporada turística en la Costa del Sol. Parece que un poco ensombrecida.

El año pasado, ya lo recuerdas, las bombas ahuyentaron a los turis­tas. Eran bombas que explotaban, dejando boquetes en puertas de hote­les o en las pistas de tenis. Dios quiera que no se repita.

Pero, hay otras bombas, querido Valerio, que, sin explotar, tam­bién cobran víctimas. Son incruentas. Me refiero a tantos trabajadores del ramo de la hostelería, a tantos pequeños propietarios de bares y res­taurantes, a tantos frágiles empresarios de modestos hoteles,... que van cayendo verano tras verano.

En este campo de batalla, sin embargo, los que nunca caen son las grandes empresas, esas que no parecen tener ni rostro, ni entrañas. Di­cen que sí tienen nombre. Son empresas que acumulan beneficios, sea como sea y a costa de quien sea.

En fin, que en la Costa del Sol seguirán explotando esas bombas sin ruido, que no abren boquetes en las puertas de hoteles o en las pistas de tenis. Nuestros medios de comunicación no hablarán de ellas, pero te aseguro que se cobrarán muchas víctimas.

Bueno, Y nada más, querido Valerio.

A ver si en tu próxima carta te ahorras un poco de hiel y me sirves el vino de la esperanza.

Un abrazo,

Málaga, Marzo de 1981. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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