NoticiaSantos «Sería posible abrir la causa de canonización de Duarte» Imagen de Duarte expuesta en la parroquia de Yunquera Publicado: 18/10/2019: 30456 La parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, en Yunquera, acoge la celebración de la conmemoración del martirio del beato yunquerano Juan Duarte Martín, con una Eucaristía que tuvo lugar el 15 de noviembre a las 18.30 horas. A pocas semanas de la apertura de las causas de beatificación de las malagueñas Laura Aguirre y Madre María del Socorro Astorga, el director del Departamento para la Causa de los Santos, el sacerdote Antonio Eloy, afirma que «es sorprendente la cantidad de testimonios de gracias, favores e incluso milagros que nos están llegando, por lo que, desde Causa de los Santos nos estamos planteando la posibilidad de abrir la causa de canonización de Juan Duarte por proceso de milagro, de forma independiente al grupo de 496 religiosos españoles con el que fue beatificado el 28 de octubre de 2007, en Roma». ¿Quién fue Duarte? ¿Quién fue aquel joven que con solo 24 años murió perdonando a quienes no respetaron su vida? Juan Duarte nació en Yunquera el 17 de marzo de 1912. Sus padres, Juan Duarte y Dolores Martín, tuvieron diez hijos, de los que sobrevivieron seis, Juan era el cuarto de ellos. Fue bautizado en la parroquia de la Encarnación de Yunquera, donde también recibió el sacramento de la confirmación. Recibió la ordenación como diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936 y lo detuvieron el 7 de noviembre, cuando se encontraba en casa con su madre. Lo llevaron al calabozo municipal, junto a los seminaristas José Merino y Miguel Díaz. Eran las 4 de la tarde cuando los trasladaron a El Burgo, donde martirizaron a sus dos compañeros, pero a Juan lo llevaron a álora. En álora fue torturado durante varios días, intentando forzarle a blasfemar, pero él siempre respondía: “¡Viva el Corazón de Jesús!†o “¡Viva Cristo Rey!â€. Y exclamando esas palabras murió: “Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva Cristo Rey!â€. Desde Rusia, Italia y Brasil Yunquera lo vio nacer y su fama de santidad corre ya por todo el mundo. Según explica Antonio Eloy Madueño, «Duarte está haciendo una gran misión en la Iglesia. De países como Rusia, Italia y Brasil nos llegan peticiones de reliquias y testimonios que lo conocen gracias a la web que estamos trabajando (beatojuanduarte.com) y al boletín». Y es que los santos siguen abriendo caminos, «los santos no acaban su misión cuando llegan al abrazo del Padre, sino que en el abrazo del Padre siguen haciendo la voluntad de Cristo, que para eso los ha llamado. Y Juan Duarte está siendo una presencia viva y acercando a Dios a muchísimas personas, desde situaciones de debilidad, enfermedad, pobreza, falta de trabajo, dificultades familiares... En esos momentos de cruz se abren a la acción de Dios a través de Juan Duarte, al que han conocido por el boletín, por internet, por una estampa... y con los medios en los que la acción de Dios trabaja, en lo silencioso del día a día», añade Antonio Eloy. Son muchas las parroquias que piden reliquias del beato Duarte y lo tienen como referencia de entrega, fidelidad, amor hasta el extremo, superación, persecución... en la actualidad. Al Seminario de hoy Al Seminario de hoy, Duarte, «le sigue ayudando a ser fiel al amor primero, a la llamada vocacional, a la caridad pastoral, a la entrega a tiempo y a destiempo, a dar la vida por Cristo en la vida diaria, a tener un corazón abierto, a ser testimonio de perdón y de comprensión, a aprender a ser un cura de todos y para todos, entregado a los más débiles y pequeños, como lo hacía Duarte», afirma con rotundidad Antonio Eloy, quien también es rector del Seminario Diocesano, «y nos sigue alentando, a seminaristas y formadores, que tenemos la bendición de estar bajo su protección, a confiar y ser grano de trigo que se va dando día a día, ahí se fragua la santidad». «Un seminarista ve en Juan Duarte otro corazón joven ardiente por ser de Cristo y, como dice san Manuel González, por acoger el Espíritu Santo y darse de balde y con todo lo que Dios le ha dado». Biografía del beato Juan Duarte, por la Delegación de Causa de los Santos Juan Duarte nació en Yunquera el 17 de marzo de 1912. Sus padres fueron Juan Duarte Doña y Dolores Martín de la Torre. De este matrimonio nacieron diez hijos, de los que sobrevivieron seis, Juan era el cuarto de ellos. Su padre era un labrador autónomo, con bienes suficientes para no tener que trabajar por cuenta ajena, aunque no para llevar una vida desahogada; hombre de campo de recia piedad; miembro veterano de la Adoración Nocturna, como recuerda la insignia expuesta en el chinero de su casa, que mantuvo una relación muy estrecha con su hijo Juan, desde que era pequeño, y aún más cuando le comunicó su deseo de ingresar en el Seminario. Era, sin duda, su hijo preferido, lo cual nunca despertó celos en sus hermanos, pues ellos también le tenían como el mejor de todos    Fue bautizado en la parroquia de la Encarnación de Yunquera, donde recibió también la Confirmación. De la recepción de estos sacramentos no hay partidas, porque el archivo parroquial fue totalmente destrozado en el año 1936 y las hojas de sus libros sirvieron para envolver los productos que se adquirían en la iglesia, convertida entonces en economato. Ingresó en el Seminario en el curso 1925-1926, a la edad de trece años. A decir verdad, fue una decisión que a nadie sorprendió, pues desde muy pequeño ya mostró su cercanía y su inclinación hacia la Iglesia. Y se sentía tan firme en su vocación que cuando, ante los insuficientes medios económicos de la familia, el padre le planteó cómo podrían pagar sus estudios, él sin vacilar respondió: "No se preocupe, el Señor le va a ayudar". En el Seminario Juan se sintió perfectamente, pues más que un internado se encontró una verdadera familia, con un auténtico padre –el rector– y un excelente director espiritual, el P. Soto.  Juan quería mucho al Seminario, como permanentemente pudieron constatar sus padres y sus hermanos. Cuando estaba en el pueblo pasando las vacaciones de verano, contaba los días que faltaban para el regreso. Y en una ocasión muy señalada, cuando, después de la quema de iglesias y de conventos en Málaga en mayo del 1931, se planteó la necesidad de regresar al Seminario y su padre le pidió que aplazara su vuelta hasta que la situación política se normalizase, Juan Duarte fue de los valientes que volvieron al Seminario, dispuestos a emprender aquella nueva etapa, huérfanos de su Obispo tan querido, D. Manuel González, y con muy escasos recursos económicos, pero con unos superiores que vivían ya el ideal expresado en aquellos días por el propio D. Manuel: "Espíritu Santo, concédenos el gozo de servir a la Madre Iglesia de balde y con todo lo nuestro". Durante los años de Seminario, Juan era, como decía el Padre Soto, "un seminarista ejemplar". Inteligente y estudioso, fue aprobando siempre con las máximas calificaciones. Reconociendo su capacidad, en los últimos cursos se le encomendó la tarea de prefecto de los seminaristas menores, educador de ellos. Era alegre y sencillo, de lo cual tuvieron constancia los niños del catecismo de la parroquia de la Victoria y los de Yunquera. De él y de otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, también de Yunquera, se decía que en sus vacaciones traían la alegría al pueblo. Era muy notable su profunda vocación apostólica. Contaba a este respecto su hermana que Merino le dijo un día: "Cuando sea sacerdote, quiere irse a las misiones". El 1 de julio de 1935 recibió el Subdiaconado; de la noche anterior tenemos una plegaria a la que él alude en una emotiva carta al Obispo Don Manuel González: "¡Con qué ganas me pongo en brazos de la Iglesia y con qué ganas le pido al Señor que me quite la vida si no he de servirla con la alegría que inunda mi alma el día que a ella me entrego!".  Al año siguiente fue ordenado Diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936. Duarte, sin embargo, dudaba de su capacidad para afrontar el martirio "si llega el momento", como le confesó un día a su amigo Merino. A este arrojo y valentía de Duarte bien pueden llamársele "parresía", esto es, libertad recibida del Espíritu para decir y hacer lo que él quiere. Su familia y los que le trataron de cerca en aquellos meses saben que una respuesta que frecuentemente salía de sus labios cuando alguien le advertía que la situación empeoraba era: "¡El Señor triunfará, el Señor triunfará! Quizás ese arrojo o "parresía" fuese la razón última de por qué no fue martirizado en El Burgo como sus dos compañeros José Merino Toledo y Miguel Díaz Jiménez, y se lo llevaran a álora para matarle en este pueblo, después de una semana de torturas y humillaciones.  Su detención ocurrió el 7 de noviembre, por la delación de alguien que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una pequeña pocilga que le había servido de escondite. Cuando los milicianos pegaron en la puerta, sólo se encontraban en casa su madre y él, pues de sus hermanas dos habían ido al campo para lavar la ropa y la otra, la más pequeña, Carmen, se encontraba aprendiendo a bordar para confeccionarle la cinta con la que sus padres atarían las manos de Juan en su ordenación sacerdotal. De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de allí, con los otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, sobre las cuatro de la tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta álora.  Los motivos para no asesinar a Juan en El Burgo, como hicieron con los otros, y llevarlo a álora no son suficientemente conocidos, pero parece ser fruto de un acuerdo del Comité Local de Yunquera con algún dirigente revolucionario de álora.  En álora, fue llevado primeramente a una posada y, después, a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios días fue sometido a torturas sin cuento, con las que pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre respondía: "¡Viva el Corazón de Jesús!" o "¡Viva Cristo Rey!". Las torturas y humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy variadas.  De cómo se desarrollaban estos paseos hay testimonios de varios familiares y amigos, ya difuntos.  La buena gente de álora vivió la pasión de Juan Duarte como la de un hijo o hermano muy querido. Fueron muchos los que deseaban que aquel sufrimiento, aquella insoportable muerte lenta acabase de una vez. Para hacerle renegar de la fe.  Como la indignación de mucha gente de álora aumentaba por días y la actitud de Juan Duarte se hacía más provocadora –pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban haciendo al Señor–, los dirigentes del Comité decidieron acabar con él. Esta muerte se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego. Durante este último tormento, Juan Duarte sólo decía: "Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva Cristo Rey!".  Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: "¡Ya lo estoy viendo... ya lo estoy viendo!" Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: "¿Qué estás viendo tú?". Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza.  Pocos meses después, el 3 de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca profundidad que su hermano José, como él mismo contó, con sólo escarbar con sus manos, topó enseguida con sus restos.