Claro que me parece legítimo que un político busque el poder, para llevar a la práctica su programa. Es la esencia de la política y de la democracia. Pero es malo conquistar el poder a cualquier precio y peor aún, ejercerlo sin escrúpulos. Y me cuento entre los numerosos españoles que estamos cansados de cuestiones muy elementales.

Que nos enfrenten a unos contra otros, reavivando todo lo que nos divide; que nos traten como a personas sin sentido común, diciendo todos que han ganado; que la corrupción siga creciendo, sin que haya dimisiones y nadie devuelva lo robado; que se mienta impunemente en el Parlamento de la nación; que se manipule a la justicia para ponerla al servicio del gobernante de turno; que se derroche el dinero público de manera irresponsable; que a la hora de votar leyes, los representantes del pueblo tengan que seguir la consigna del líder de turno, sin poder dar su opinión, cosa que sí es posible en democracias muy consolidadas; que se hagan leyes para resolver problemas que no preocupan a la sociedad, o le preocupan muy poco; que se den subvenciones en lugar de trabajo; que la enseñanza sea una cuestión de ideologías y se siga deteriorando.