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Funeral del Rvdo. Francisco-José Sedano Jiménez (Cementerio-Málaga)

Publicado: 14/07/2015: 319

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el funeral del Rvdo. Francisco-José Sedano Jiménez celebrado en el cementerio de Málaga el 14 de julio de 2015.

FUNERAL DEL RVDO. FRANCISCO-JOSÉ SEDANO JIMÉNEZ

(Cementerio - Málaga, 14 julio 2015)

 

Lecturas: Ex 2, 1-10; Sal 68, 3.14.30-34; Mt 11, 20-24.

1.- Acabamos de escuchar las lecturas bíblicas que la liturgia del día, en esta semana XV del Tiempo Ordinario, nos ofrece.

La primera, del Libro del Éxodo, nos ha presentado el pasaje del pequeño Moisés salvado de las aguas. La historia la conocemos, hagamos una aplicación a nuestra vida.

Moisés es salvado de las aguas en una cesta de mimbre embadurnada con pez y barro para impermeabilizarla (cf. Ex 2, 3). La figura de la cesta, tipo barca, la encontramos en otros pasajes bíblicos: el arca de Noé, que salva de las aguas del diluvio a Noé y su familia (cf. Gen 7,7); la barca de Pedro en la que sube Jesús (cf. Mt 14, 25-33), representa a la barca en la que nos salvamos todos por don y gracia del Señor resucitado.

2.- En esta celebración en la que tenemos delante los restos de nuestro hermano Francisco, presbítero, deseo asociar su ministerio de sacerdote al ministerio de Cristo Sumo Sacerdote.

Jesús en la barca de su Iglesia es el timonel. Jesús instituye la Iglesia como tabla de salvación, dicen los Padres de la Iglesia, como lugar donde el náufrago se apoya y salva la vida.

Y a la Iglesia de Jesús, todos, a través del bautismo, hemos entrado, hemos subido a esta barca como pusieron a Moisés en la cesta y como se salvaron otros en la historia.

El Señor ha querido asociar a Francisco a su sacerdocio. Digamos que lo ha hecho ayudante del timonel. El que dirige la barca es Cristo; (en este momento el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo). Pero Él quiso asociar a unos hombres en la tarea de surcar los mares, de evitar escollos, para que no se hunda la barca y en la tarea de orientar la Iglesia hacia donde Él quiere llevarla.

Y el Señor quiso unir a su sacerdocio, a la tarea de dirigir la Iglesia, a nuestro hermano Francisco, sacerdote.

3.- Por eso, hemos de dar gracias a Dios. Gracias por haberlo asociado y gracias porque muchas personas han podido beneficiarse de ese ministerio, a través del perdón de los pecados, del bautismo en las aguas que salvan, y de la ayuda que ha prestado para que muchos pudieran entrar en la Iglesia. Como así mismo, el haber ofrecido la Palabra de Dios y la Eucaristía, para que todos pudieran participar del Pan de la Vida, de la Vida eterna, el Pan de la resurrección.

Estos son grandes motivos para dar gracias a Dios en esta celebración, en la que también pedimos, al final del trayecto de la vida temporal de nuestro hermano, que por lo que él ha servido a otros, el Señor tenga ahora misericordia con él y lo acoja.

4.- En el texto del salmo que hemos escuchado, nosotros recitábamos al unísono con el lector: «Humildes, buscar al Señor, y revivirá vuestro corazón» (Sal 68, 33). Humildes, no orgullosos.

El Señor no quiere prepotentes ni orgullosos. El Señor quiere un corazón humilde, como el de María la Virgen, que dice: “He aquí la esclava del Señor, estoy a tu servicio, lo que tú digas” (cf. Lc 1, 38).

Hemos escuchado la semblanza espiritual de nuestro hermano Francisco. Un sacerdote humilde que ha estado a la escucha de lo que Dios le pedía. Y eso ha hecho que su corazón reviviera, que el don del sacerdocio no quedará estéril. Por eso, también damos gracias al Señor, por el ejercicio de su ministerio humilde y callado que sólo Dios conoce y que los demás no podemos juzgar, ya que nadie conoce las intenciones de nadie, ni siquiera por lo que aparentemente podamos ver. No nos toca a nosotros juzgar. Ahora él está presente ante el Señor, ante el Altísimo, que es quien le juzga desde la misericordia y el perdón. No desde la exigencia como ocurre en lo que llamamos justicia humana. La justicia de Dios es siempre justicia salvadora, redentora, perdonadora y, aunque nos confesemos pecadores, el juicio divino es siempre de Salvación.

5.- Finalmente, hemos escuchado en el texto del Evangelio de Mateo que el Señor reprueba la actitud de unas ciudades: Corozaín, Betsaida, las compara con otras, Tiro, Sidón, Cafarnaúm. Y, ¿qué es lo que les dice a estas ciudades? Lo que también nos dice a nosotros: «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido» (Mt 11, 21).

Por eso, imaginad que cada uno de nosotros somos una de esas ciudades. El Señor puede reprendernos y decir: “Ay de ti, ay de cada uno de vosotros, que habéis sido queridos por Dios, se os ha regalado la fe, habéis entrado a formar parte de la Iglesia, habéis escuchado mil veces las lecturas de la Palabra de Dios, habéis participado de la Eucaristía, ¿cuántas cosas más queréis?” Y tal vez, no hayamos respondido como el Señor esperaba de nosotros. Y tal vez, otros que no han tenido tantas gracias y tantos dones, a lo mejor, están respondiendo mejor que cada uno de nosotros.

6.- Vamos a pedirle al Señor que acoja con misericordia a nuestro hermano. La fragilidad humana ha podido llevarle a cometer errores, pecados, faltas y egoísmos. El Señor nos redime a todos. Hoy le pedimos que perdone sus pecados y que lo acoja.

También queremos pedirle por nuestra conversión. Este acontecimiento y este encuentro en el Señor, nos está hablando y está diciendo que no esperemos a que llegue el día de la muerte, que no esperemos el final de la vida, debemos convertirnos ¡ya, ahora! Ahora es tiempo de conversión, ahora es tiempo de gracia.

Agradeciendo al Señor el regalo que ha supuesto nuestro hermano Francisco, como sacerdote, como colaborador de Cristo Sacerdote, le pedimos por su eterno descanso. Y por nuestra conversión personal, la de cada uno.

Que la Virgen y los santos le acompañen para encontrarse cara a cara, rostro con rostro con el Señor. Y por esa actitud que tenía él de humildad, lo reciba y lo acoja. Que así sea.

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