DiócesisHomilías

Entrega de la medalla Pro Ecclesia Malacitana a D. José Martín Carranque, sacristán de la Catedral (Catedral-Málaga)

Publicado: 13/12/2020: 5915

Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de entrega de la medalla Pro Ecclesia Malacitana a D. José Martín Carranque, sacristán de la Catedral (Catedral-Málaga) el 13 de diciembre de 2020.

ENTREGA DE LA MEDALLA

PRO ECCLESIA MALACITANA

A D. JOSÉ MARTÍN CARRANQUE,

SACRISTÁN DE LA CATEDRAL

(Catedral, 13 diciembre 2020)

Lecturas: Is 61, 1-2a.10-11; Sal Lc 1, 46-50. 53-54; 1 Ts 5, 16-24; Jn 1, 6-8.19-28. (Domingo tercero de Adviento-Gaudete).

Vivir en la alegría del Señor

1.- Este domingo es conocido como el “domingo de la alegría” (Gaudete), tomado de la carta de san Pablo (cf. Flp 4,4), porque la liturgia nos invita a estar alegres por la cercana venida del Señor que celebraremos en Navidad.

San Pablo, en su carta a los cristianos de Tesalónica, les exhorta a vivir tres actitudes que van unidas entre: la alegría, la oración y la acción de gracias. Detengámonos en esta primera actitud de la alegría constante.

El apóstol Pablo nos dice: «Estad siempre alegres» (1 Ts 5, 16). Es decir, permanecer siempre en la alegría, aunque las cosas no vayan como deseamos. Cuando las cosas funcionan bien tenemos alegría; y si se pierden esas cosas, como la salud, la vida, el trabajo; o perdemos personas queridas, nos quedamos vacíos.

La alegría de que nos habla hoy la liturgia es una alegría profunda que proporciona la paz de Dios; no es una alegría producida por los bienes materiales; tampoco es una alegría externa, sino que está dentro de nosotros, porque es un regalo del Espíritu Santo a nuestra alma.

2.- Las dificultades de la vida y los sufrimientos marcan a menudo nuestras vidas; la realidad suele ser dura y árida, como el desierto en el que resonaba la voz de Juan el Bautista, como nos recuerda el Evangelio de hoy (cf. Jn 1, 23).

Pero en ese desierto de la vida hay una presencia benefactora y salvadora, como indican las palabras del Bautista: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis» (Jn 1, 26). Nuestra alegría se basa en la certeza de que en este desierto está presente Jesús (cf. Papa Francisco, Ángelus. Vaticano, 17.12.2017), el Hijo de Dios que se hace hombre por amor a nosotros; es el Mesías, anunciado por los profetas y enviado por el Padre.

3.- El Ungido de Dios, en palabras del profeta Isaías, viene a sanar los corazones destrozados y dar libertad a los cautivos: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad» (IS 61, 1).

Estas mismas palabras las proclamará Jesús en la sinagoga de Nazaret, explicando que se cumplen en él estas profecías. Él ha venido a la tierra para devolver a los hombres la libertad de los hijos de Dios. Todo esto es motivo de gran alegría para nosotros y para toda la humanidad.

4.- Jesús es la Luz que ilumina al mundo y que Juan Bautista anunció. Juan fue «testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él» (Jn 1, 7). El Bautista era consciente de no ser la Luz de los hombres, sino un testigo de la misma (cf. Jn 1, 8); y fue sincero cuando le preguntaron.

También nosotros debemos ser testigos de la Luz; voces de la Palabra, que se encarnó hace más de dos mil años, para que nuestros contemporáneos puedan acercarse a la Luz verdadera y ser iluminados por ella en medio de tanta oscuridad.

Nuestra sociedad que parecía boyante e imparable en sus avances, se ha venido abajo a causa del coronavirus. Nuestra felicidad debemos fundamentarla en la Roca verdadera, que es Cristo (cf. 1 Co 10,4); y no en cosas que podemos perder.

Juan era la voz en el desierto que predicaba la conversión y la recepción del Mesías: «Allanad el camino del Señor» (Jn 1, 23). La liturgia de hoy nos invita a pregonar en el desierto de nuestra sociedad que el Mesías ya ha llegado y nos ofrece su salvación. Seamos pregoneros del Señor que viene a salvarnos.

5.- La alegría a la que se nos invita en estas fiestas de Navidad es la que brota de la fe de que el Señor viene a nosotros. Vino en carne mortal para destruir la muerte y viene continuamente a nuestras vidas de múltiples maneras: en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía; en la Palabra revelada en la Sagrada Biblia; en el perdón de los pecados; en la comunidad reunida en su nombre; en cada persona, sobre todo en los más necesitados; y también en cada acontecimiento, que nos ayuda a descubrir su presencia amorosa.

El Señor viene a nuestro encuentro y se hace presente en nosotros, invitándonos a entrar en comunión con él, abriendo nuestro corazón, como dice el libro del Apocalipsis: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20). ¡Abramos la puerta de nuestra alma para acogerle en esta Navidad!

El Señor, que ya está presente en nuestras vidas, quiere entablar con nosotros una relación más profunda y más amorosa, que sacie nuestro corazón. El anuncio de esta venida llena nuestro corazón de alegría.

6.- La Virgen María proclama en su canto del Magníficat la inmensa alegría que siente por las maravillas que Dios ha obrado en ella: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1, 46-47. 49).

Todos nosotros podemos proclamar hoy la alegría de sentirnos salvados por Dios, porque nos ha revestido con el vestido de fiesta, recibido en el bautismo para ser sus hijos: «Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia» (IS 61, 10).

En esta última etapa del tiempo de Adviento nos ponemos bajo la protección maternal de la Virgen María. Ella es “causa de nuestra alegría”, porque trajo a Jesús al mundo y porque sigue intercediendo por nosotros para que mantengamos la fe en Dios, la esperanza en la vida eterna y el amor constante a los hermanos.

Al final de esta Eucaristía entregaremos la “Medalla pro Ecclesia Malacitana” a D. José Martín Carranque, que ha ejercido como sacristán de nuestra Catedral durante varias décadas. Le agradecemos su fiel servicio y pedimos al Señor, que recompense su disponibilidad y su entrega y que le siga bendiciendo.

¡Que la cercanía del Señor nos llene la vida de alegría y nos conceda la paz que solo Él puede dar! Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo