DiócesisSemblanzas Semblanza de Salvador Gámez Portillo Publicado: 08/04/2020: 8371 Semblanza del sacerdote Salvador Gámez Portillo, fallecido el 6 de abril de 2020, en Ciudad Bolívar (Venezuela), ciudad donde residía desde 1969. Salvador Gámez Portillo nació el 17 de febrero de 1931 en Almáchar (Málaga), en plena II República Española, eran tiempos convulsos y hasta peligrosos para la vivencia de la fe. Sin embargo, sus padres le inculcaron firmes y arraigados valores cristianos, que marcarían la trayectoria de toda su vida, así como el párroco de su pueblo, a quién recordaba siempre como un hombre lleno de fe y valentía. A la edad de11 años Ingresó en el Seminario Diocesano de Santo Tomás y San Sebastián, en Málaga, seminario que dos décadas antes había construido el obispo San Manuel González García. Allí fue cultivando y adelantando en el aprendizaje de las ciencias humanas, bajo la mirada atenta de expertos profesores y magníficos educadores, que le acompañaron y guiaron en su proceso formativo, en el conocimiento de sí mismo y en el descubrimiento de la persona de Jesús, que suscitó en él la respuesta a una llamada, que poco a poco fue descubriendo y que desembocaría posteriormente en el sacerdocio. Todo este aprendizaje del seminario lo vivió en el ambiente de pos-guerra, donde había muchas carencias materiales, pero donde se forjaban hombres y cristianos maduros, capaces de influir en la sociedad y de llevar el evangelio a todos los rincones de la diócesis y más allá de ella. En él caló fuerte la espiritualidad eucarística, catequética, evangelizadora del obispo santo, y sus célebres frases: “ser evangelios vivos con pies de cura”, “amar a la iglesia, de balde y con todo los suyo”, que lo movió ya desde el Seminario a plantearse una vida para los demás, una incipiente vocación misionera. · El 12 de Junio de 1.954, cuando aún no había cumplido 24 años, fue ordenado sacerdote en la catedral de Málaga, siendo su Obispo D. Ángel Herrera, actualmente en proceso de beatificación. Comenzó su andadura sacerdotal en Sedella y en Salares desde 1954 hasta 1960; vicario de San Juan de Coín desde 1960 a 1964; En Guaro desde 1964 a 1967; en Competa, Canillas de Albaida y Corumbela desde 1967 a 1.969 Esos primeros 15 años, donde recorrió gran parte de la geografía de la diócesis por esos pueblos de la Málaga rural, con carencias económicas, sanitarias, culturales, religiosas, donde la presencia del cura se hacía casi imprescindible, le sirvió para curtirse en el ministerio, adquirir experiencia de vida como joven sacerdote, y fue un verdadero ensayo a los nuevos horizontes que Dios y la Iglesia le tenían reservado en otro lugar, más allá de los mares, donde recorrería muchísimos más kilómetros en su dilatada vida sacerdotal-misionera. La diócesis de Málaga, siguiendo su tradición misionera en todas las épocas de la historia y su compromiso particular con Venezuela, desde el llamado de Pio XII a cooperar y fortalecer a las iglesias de Latinoamérica con presencia sacerdotal española , sigue ampliando su campo y envía en Diciembre de 1969 a tres sacerdotes malagueños: José Sánchez Platero, Roberto Velasco y nuestro querido Salvador Gámez, quien el 19 de ese mes sale del puerto de Cádiz (España) y después de10 días de travesía llega al puerto de La Guaira (Venezuela) en el “Satrústegui” de la Compañía Trasatlántica Española. Después de unas diligencias en Caracas y visitar a compañeros malagueños en Cumaná, comenzó su andadura misionera en Guri (Estado Bolívar) a comienzos de Enero de 1970, es la respuesta de Málaga, a la petición del recordado Mons. Mata Cova, arzobispo de Ciudad Bolívar, quién había solicitado ayuda para su inmensa arquidiócesis, como bien recoge el p. Lorenzo Orellana, en su libro “1954-2004 Cincuenta años de cooperación entre la diócesis de Málaga y Venezuela” La terea pastoral del P. Salvador es inmensamente grande, diversa y compleja, tendrá que construir nuevas comunidades cristianas, templos adecuados y casas parroquiales en miles de kilómetros cuadrados, era época de bonanza para Venezuela. En esa atención religiosa que tenía asignada destaca las poblaciones de Guri, un pueblo nuevo, surgido de la construcción de la gran represa y central hidroeléctrica, una de las más grandes del mundo, que suministra electricidad a muchos estados de Venezuela, y a partes de Colombia y Brasil; Ciudad Piar, fue también uno de los ejes de su apostolado, un pueblo que se desarrolla al amparo de las minas de hierro que le dan vida; La Paragua, un pueblo histórico, perteneciente al Vicariato Apostólico del Caroní que dirigen los padres Capuchinos, pero que por falta de vocaciones sacerdotales, atiende la arquidiócesis de Ciudad Bolívar en acuerdo fraternal, es otro de los pueblos que p. Salvador atiende con perseverancia, ésta es una población que vive de la pesca y sobre todo de las numerosas minas de oro establecidas en su territorio, donde abundan numerosas comunidades de indígenas pemones; poblaciones éstas, y otras más como San Francisco de la Paragua, San José de Tocumita, Santa Rosa, Santa Bárbara de Centurión, El Pao de la Fortuna, todas ellas y numerosos caseríos, que Salvador ha pastoreado hasta hace pocos años, cuando su salud comenzó a mermar; hasta entonces él las había atendido directamente, y las visitaba con frecuencia manejando él su camioneta, posteriormente con ayuda de choferes, y siempre cargando con su campana en el cajón del vehículo, que tocaba cuando llegaba a las aldeas para convocar a la comunidad a la celebración, ese toque de campana era el llamado a la conciencia de sus feligreses para el encuentro con Dios y los hermanos. En los primeros años de su vida misionera, además de atender la zona ya indicada, también colaboró con algunos compañeros en la incipiente metrópoli de Puerto Ordaz, e incluso construyó varios templos en algunos barrios marginales de la población de San Felix, que se convirtieron posteriormente en grandes y nuevas parroquias, hoy, perteneciente a la diócesis de Ciudad Guayana. Ha sido un pastor en salida, en continua itinerancia, siempre en la carretera buscando a la oveja perdida, llevando la luz de la Palabra y la medicina de los sacramentos a niños, jóvenes, adultos, enfermos, criollos, indígenas, obreros, directivos, atendiendo a todos sin distinción social y con espíritu abierto y ecuménico, dándole las atenciones espirituales y materiales que necesitaban y estaban a su alcance. Le tocó fuerte cuando de repente su feligresía en Guri creció y se multiplicó enormemente al recibir esta población a una avalancha y gran cantidad de personas y familias que en el año 1999 quedaron sin hogar, sin empleo y muchas de ellas sin sus seres queridos en las terribles inundaciones y deslave del Estado Vergas, que causaron miles de víctimas, familias enteras que fueron desplazadas y reubicadas en Guri, un reto inesperado que él supo afrontar y ayudar a estos hermanos en sus necesidades humanas, sociales y espirituales en la medida de sus posibilidades, con la colaboración estatal, de la empresa y de particulares, Todos los obispos que ha tenido p. Salvador en Venezuela, han sabido valorar su trayectoria sacerdotal y su dedicación, comenzando por Mons. Crisanto Mata Cova, quien lo recibió y le dio la misión donde ha permanecido y entregado 50 años de vida; Mons. Medardo Luzardo Romero, quién lo respaldó siempre, y viendo que se hacía mayor, que había sufrido un ataque cardiovascular y un derrame cerebral, buscó en varias ocasiones ayuda de seminaristas, de seglares comprometidos, de sacerdotes amigos y conocidos, como el P. José Carretero y el P. José Luis que le acompañaron en Ciudad Piar, y misioneros malagueños del Movimiento Mac, que le ayudaron en La Paragua, donde brotó la primera vocación sacerdotal indígena de la arquidiócesis, actualmente párroco de esta misma localidad, el P. Alexander Cranes, perteneciente a la etnia Pemón. Todos esos colaboradores pasaron, pero P. Salvador continuó sirviendo y halando del carro de esas comunidades, a pesar de sus limitaciones físicas, cada vez más evidentes, pero con la confianza puesta en Dios y en la inestimable ayuda de sus queridos parroquianos, que nunca lo dejaron solo, tanto de esas comunidades como de la empresa hidroeléctrica, donde consolidó grandes amistades, una lista que sería interminable de mencionar, a los que él siempre les estará eternamente agradecido, algunos de ellos prestándoles la ayuda en la propia casa parroquial, con gran generosidad, hasta que sufrió el último y fuerte embate de neumonía y daño pleural que lo llevó a ser hospitalizado en una clínica de Puerto Ordáz, hasta que Mons. Ulises Antonio Gutiérrez, actual arzobispo de Ciudad Bolívar, lo trasladó al arzobispado para su mejor cuidado por su delicado estado de salud, proporcionándole las debidas atenciones medicinales, médicas, tres turnos de enfermeras, todo dentro de un ambiente sacerdotal con la preocupación constante de compañeros presbíteros y seminaristas; intención que tuvo siempre Mons. Ulises desde hacía varios años, y de la que somos testigos los padres de Caicara, paisanos de Salvador, cuando a menudo lo visitaba y veía que su salud se iba deteriorando. En varias ocasiones el P. Salvador había aceptado su traslado, pero cuando llegaba el momento se echaba para atrás, pensando que todavía podía llevar las riendas de su vida y valerse por sí mismo; D. Salvador, ha sido siempre una persona con gran sentido de la independencia, y nunca quiso ser molesto ni gravoso para nadie. Cuando en estos últimos años Mons. Ulises nombró a otros sacerdotes hacerse cargo de las parroquias de esta zona, una vez que P. Salvador finalizó su tarea como párroco, siguió ayudando y colaborando con cada uno de ellos según le permitía su estado de salud. En él destacó siempre su buen trato, compañerismo, su sentido del humor, sus emociones y lágrimas que estaban siempre a flor de piel, sobre todo cuando alguien se interesaba por él, cuando recordaba anécdotas del pasado, cuando recordaba a su familia, a sus sobrinas, a su amigo el P. Juan Morales, al P. Carretero y otros que en paz descanse. Siempre que se hablaba con él, sus conversaciones terminaban en lágrimas, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de agradecimiento y esperanza. Los obispos malagueños también fueron testigos de su densa y dilatada labor, del respeto y a la vez afecto que Salvador le tuvo a cada uno de ellos, que sabia expresar con detalles, como colocar el nombre de San Ramón Nonato, a la capilla del Pao de la Fortuna, en honor del obispo D. Ramón Buxarrais; D. Antonio Dorado, también tuvo la oportunidad de comprobar y experimentar el extenso y fecundo apostolado de D. Salvador, cuando visitó Venezuela y recorrió con él en un solo día mas de 500 km, quedando impresionado de la amplitud de la zona que atendía, como recoge en su libro el P. Orellana; también del cariño que todos le profesan, y que supo ganarse a lo largo de los años con su trato cercano, directo, alegre, emotivo y muy humano, en especial los empleados de la empresa estatal hidroeléctrica en la gran represa del Guri, donde era todo un referente y a quien el Estado venezolano lo condecoró en su día con la Medalla de Oro del Trabajo, y la empresa EDELCA (Electricidad del Caroní), con el Botón de Oro cuando cumplió 35 años de servicio religioso “ad honorem” a los trabajadores de dicha empresa. Este trato cercano, directo, empleando palabras muy claras y, a la vez, amable con todos, lo pudo experimentar el actual obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, cuando en el año 2011 visitó a los sacerdotes que misionamos en Venezuela. Salvador fue quien lo recibió en Puerto Ordaz , en nombre de todos los compañeros malagueños. Fue una inmensa alegría para él hacer de anfitrión y recibir al obispo de Málaga y a su vicario, D. Antonio Collado, en el primer día de visita en Venezuela; y aunque D. Jesús no pudo conocer in situ todos los pueblos que él atendía, por su apretada agenda en su visita a Caicara, el p. Salvador se las ingenió para que antes de partir hacia Ciudad Bolívar, conociera aunque fuera por aire, los pueblos y el basto territorio que él atendía, utilizando un helicóptero que le proporcionó la empresa. Esta semblanza de P. Salvador, seguro se queda muy corta, puede haber alguna inexactitud y seguro hay grandes lagunas, ya que Salvador hizo más de lo que aquí está reflejado. Expreso en esta semblanza lo que se de él, lo que he visto y he oído de sus propios labios y todo lo que he recordado, estoy convencido de que otros lo harían mejor, porque han estado más cerca, han sido amigos y compartido más, a mi me une el vínculo fraternal y sacramental del sacerdocio, de pertenecer a la iglesia malacitana y de compartir misión en la diócesis de Ciudad Bolívar, pero a unos 480 km de distancia. Lo hago como un homenaje no tanto a lo que él hizo, sino a lo que él es para Dios y para la Iglesia, UN SACERDOTE, UN MISIONERO, UN SER HUMANO que a pesar de sus limitaciones, fue un HOMBRE para los demás y permaneció 50 años en la MISIÓN, no solo en épocas doradas, de bonanzas o vacas gordas, también en épocas como la que hoy vive Venezuela desde hace mucho tiempo, eso en sí es ya un valor. Podría haberse retirado a su tierra, a su diócesis, a una residencia que asegurara su atención alimentaria y sanitaria, a otro mundo más confortable, es el derecho de toda persona, pero prefirió quedarse, en su longevidad, en su enfermedad, en esta precariedad e inseguridad, en la constante inestabilidad, porque a pesar de todo puso su confianza en el Señor y le fue siempre FIEL, no porque fuera impecable, no rompiera un plato o no tuviera debilidades, sino porque permaneció en Él y en su Misión, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así todos los días de su vida, hasta que la muerte, lo unió a Él para toda la ETERNIDAD. Descansa en Paz, P. Salvador. Ora a Papá Dios por la Iglesia que camina por el mundo, por la de Málaga, por la de Venezuela, por la Iglesia Universal. Manuel Lozano, sacerdote misionero en Venezuela Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Semblanzas Ha fallecido el P. 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