NoticiaColaboración La experiencia humana: una historia de amor Creación Publicado: 28/03/2023: 5870 Reflexión Artículo del doctor José Rosado, experto en drogodependencias Dios, cuando decidió crear al hombre, lo que hizo fue, en un acto singular de Amor, copiarse a sí mismo, y desde entonces su Presencia quedó marcada definitivamente en nuestra alma, que es lo más semejante a Dios que existe. Por esto, la persona humana es la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma y desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna que es la meta para la que ha sido creada. Para conseguir esta meta, Dios tiene diseñada una estrategia a lo divino, es decir segura y firme, y lo garantiza quedándose con nosotros, teniendo su templo en nuestra alma, y en un acecho de Amor que nos inspira la conciencia de nuestra propia inmortalidad, yo no sería, no existiría en absoluto, si Tú no estuvieras en mí. Así, buscar y encontrar Dios es fácil y sencillo, solo tenemos que entrar en nuestro interior y el encuentro será inevitable. Buscar a Dios es encontrar a Dios, pero con un matiz delicado de amor, pues como se encuentra en escucha permanente, siempre se adelanta haciéndose el encontradizo y, con los brazos abiertos, nos hace sentirnos amados y experimentar inefables plenitudes que jamás se pueden olvidar. Tenemos asegurado que Dios, con caricias y ternuras divinas, nos cuida y protege, y a su sombra permite que de día el sol no nos haga daño ni la luna de noche; no duerme ni descansa nunca, guarda nuestra alma y nuestras entradas y salidas, ahora y por siempre. Así se inicia una historia de amor que define nuestra experiencia humana que es propedéutica para la vida eterna. Pero Dios, con su amorosa Providencia, también ha creado el mundo más perfecto posible para la meta que nos ha señalado, de tal manera que todos los acontecimientos, sucesos y circunstancias que se nos presentan, nunca son dificultades ni obstáculos, sino bendiciones que, generadas y avaladas por la voluntad divina de Beneplácito, nos acercan más a Dios, nos hacen más de Dios y más en Dios. Y Dios, que nos ha dotado de libertad, signo eminente de la imagen divina, cuando nos identificamos con su voluntad y decimos Fiat, descubrimos que fuera de Dios todo es estrecho, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. Es la imagen de Dios, presente en todo hombre, la que nos hace participar de la luz y la fuerza del Espíritu divino y nos hace capaz de comprender las cosas establecida por el Creador y dirigirnos por nosotros mismos hacia el bien verdadero. Y es que yo no soy criatura humana en una aventura espiritual, sino una criatura espiritual en una aventura humana. Tengo un alma inmortal localizada en un cuerpo limitado en el tiempo que, al llegar a su final cae en corrupción y, dejando el alma liberada, está va al encuentro de su Origen y Meta. En este episodio de la experiencia humana, la muerte tiene un especial significado de beneplácito, es otra bendición pues, rompiendo la tela de un dulce encuentro, se manifiesta como Resurrección y nacimiento a la Vida eterna, matando, muerte en vida has trocado, y ofrece la oportunidad de transformar mi propia muerte en un acto de obediencia y amor hacia el Padre a ejemplo de su Hijo. La gran sorpresa, anunciada por los profetas en la Biblia, que es la carta de Amor de Dios a todos los hombres, se ha hecho realidad y, en su celo de Amor, envió al mundo a su Hijo Unigénito, único Hijo y de su misma naturaleza. El Verbo, se hizo carne y acampó entre nosotros: nació, murió y resucitó, y nos confirmó que el ser humano, por su filiación divina, también está llamado a divinizarse. Y el Padre, para completar la humanización de su Hijo, aprovechó la ocasión para un selectivo regalo: el Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, asumió y gestionó el asunto de la virginidad y maternidad de María; la llenó de Gracia, la hizo bendita entre todas las mujeres, vencedora absoluta sobre el pecado y la muerte y, preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer momento de su concepción y ,por privilegio de Dios omnipotente y en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, cuando finalizó su experiencia humana, se la llevó al cielo en cuerpo y alma. Desde entonces tenemos dos madres, una en la tierra y otra en el cielo que, por ser también Madre de Dios, bajo su protección nos acogemos y a ella invocamos con ganas, confianza, amor y seguridad, pues es la ¡Omnipotencia Suplicante!