Al perder el catolicismo su hegemonía en Europa, se impone la supremacía del poder civil. Esto implica la intromisión de los gobernantes en los asuntos de la Iglesia. Muchos de ellos se manifiestan hostiles y recelosos frente al pontificado romano.

No existieron en el XVIII grandes pensadores católicos capaces de crear una Teología o Filosofía cristiana. En el ánimo de los católicos se advierte que se descristianiza con rapidez. Una grave crisis de pensamiento se apodera principalmente de las cuatro naciones de mayor número de católicos: Francia, Austria, Alemania y España. Así, en Francia se impuso el viejo galicanismo, en Austria
el josefinismo, en Alemania el febronianismo y en España el regalismo.

El sistema más llamativo de todos fue el josefinismo austríaco, llamado así por ser el emperador José II el protagonista de una serie de reformas en el ámbito de la religión, al margen de la jerarquía de la Iglesia. Así suprimió los monasterios contemplativos por considerarlos inútiles. Creó la “Caja de la religión” con los bienes eclesiásticos secularizados y los invirtió en la construcción de 800 nuevas parroquias. Dio innumerables decretos sobre la liturgia y el culto, lo que le valió ser llamado por Federico
II de Prusia “el emperador sacristán”. Redujo el número de seminarios; confeccionó nuevos programas de estudios para los seminaristas; dictó normas sobre la elección de profesores. Suprimió muchas cofradías y asociaciones eclesiásticas. El papa Pío VI intentó arreglar la situación viajando a Viena, donde fue muy bien recibido por José II, pero no consiguió nada.

Con la Revolución Francesa, la praxis política del Despotismo Ilustrado pasó a la historia.