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Clausura del Centenario de la Congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret (Santuario de Santa María de la Victoria-Málaga)

Mons. Catalá, junto al párroco de la Victoria y a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret que asistieron a la clausura de su año jubilar
Publicado: 21/05/2022: 4746

Homilía del Sr. Obispo en la Eucaristía de clausura del Centenario de la Congregación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret celebrada en el Santuario de Santa María de la Victoria.

CLAUSURA DEL CENTENARIO DE LA CONGREGACIÓN DE LAS MISIONERAS 

EUCARÍSTICAS DE NAZARET

(Santuario de Santa María de la Victoria-Málaga, 21 mayo 2022)

Lecturas: Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66, 2-3.5-6.8; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29. (Domingo Pascua VI-C)

1.- Clausura del Centenario de las Misioneras Eucarísticas

Hoy clausuramos el Centenario del nacimiento de la congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret, fundada por san Manuel González el 3 de mayo de 1921. Un grupo de “Marías del Sagrario”, llamadas “Marías Nazarenas”, inició a los pies del nuevo Seminario de Málaga, en Villa Nazaret, una vida comunitaria de reparación eucarística, cuya aprobación por Roma tendría lugar en 1960.

Damos gracias a Dios por el regalo que hizo a la Iglesia en la persona de D. Manuel González, obispo que fue de Málaga y fundador vuestro, queridas hermanas nazarenas. Su obra se perpetúa en cierto modo en vosotras a través del carisma fundacional, que os legó.

Hoy agradecemos con gozo al Señor que nos ha permitido celebrar el Centenario de vuestra institución, que, providencialmente se ha prolongado un año más; y por ello habéis podido disfrutar de mayor tiempo jubilar. Queremos ser agradecidos a Dios; pero también queremos agradecer vuestra presencia en la Iglesia universal y, de modo especial, en nuestra diócesis de Málaga. Vuestra presencia supone una riqueza por el carisma recibido del Fundador.

2.- Superar las actitudes intransigentes

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado: «Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse» (Hch 15, 1). Es decir, exigían la normativa judaica; pero en Jesucristo había llegado la gran novedad, porque con su presencia había nacido algo nuevo. 

Pero algunos se aferraban a las tradiciones antiguas. Esto provocó una fuerte discusión con Pablo y Bernabé, que predicaban la novedad del Evangelio. Y se decidió que ellos y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles sobre esta controversia (cf. Hch 15, 2). Y eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos» (Hch 15, 22); y «hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Hch 15, 26). Estos emisarios eran, por tanto, personas fiables y maduras en la fe, que habían entregado su vida al servicio del Evangelio. Las primitivas comunidades cristianas debían convencerse de la gran novedad que Cristo había traído.

Los apóstoles decidieron, por inspiración del Espíritu Santo, no imponer más cargas que las indispensables» (Hch 15, 28); no cargarles con las leyes judaicas, que ya no servían; porque la gran norma de vida era el precepto del amor: a Dios y al prójimo.

En nuestras comunidades y en nuestras actividades eclesiales tampoco nosotros debemos imponer mayores exigencias para la vida de fe de las que el Señor nos ha ordenado. Tenemos la tentación de imponer normas, porque siempre se han hecho, porque nos gustan más, o porque nos lo han transmitido. Y a veces esas normas impiden el avance. 

En toda comunidad, sea de la familia, de una congregación, de una parroquia o de cualquier institución, estamos llamados a vivir en comunión y en unidad, respetando la pluralidad. 

Debemos ser personas de comunión, como fruto del amor de Dios. Y a ese estamos llamados todos.

3.- Dios inhabita en sus fieles

Jesucristo ha querido quedarse entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía, que es el memorial de su misterio pascual y alimento de inmortalidad. Por eso dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14, 23). Habla en plural: “haremos”; porque la Trinidad quiere habitar en las almas de los fieles. Las tres Personas divinas quieren hacer morada en nuestro espíritu, para hacernos partícipes de su vida divina.

San Manuel González, vuestro fundador y nuestro querido obispo, como bien sabéis, queridas hermanas Nazarenas, fue un adorador ferviente de la Eucaristía, que es presencia sacramental de Cristo. Esta presencia es la más importante entre otros tipos de presencia, como dice el Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 7). Cristo está presente a través de la liturgia, de su Palabra y también a través de las personas, sobre todo de los más necesitados. Pero la presencia sacramental eucarística es la más importante. Y os agradecemos que nos recordéis con vuestro carisma la presencia eucarística de Cristo entre nosotros. 

Participando de este augusto sacramento, san Manuel recibía en su alma la presencia divina, que lo inhabitaba y lo iba transformando cada vez más a imagen del Señor. El Espíritu Santo lo iba haciendo cada día más sacerdote, mejor obispo, mejor pastor. Su ejemplo es para todos y de modo especial para vosotras.

Como hijas de San Manuel sois “Misioneras eucarísticas”, que abrís vuestro corazón al Señor sacramentado, para que llene vuestra alma con su presencia salvadora y os transforme también para haceros más semejantes a Él.

Vuestro carisma fundacional se centra en la adoración eucarística para “cristificar” y “eucaristizar” la vida, como soléis decir; esto es, para transformar la sociedad en que vivimos; para hacer presente al Señor en nuestra vida, de tal manera que su presencia sane las heridas de la humanidad, borre los pecados, nos haga más hermanos y gocemos de un mundo más fraterno y más divinizado a la vez; más “cristificado” a la vez.

4.- El Espíritu Santo lo enseñará todo

El Señor Jesús nos prometió el envío del Espíritu Santo, que permite la inhabitación de Dios en nosotros. 

La actividad docente del Paráclito continúa la actividad docente de Jesús: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26). 

No enseña el Espíritu contenidos nuevos añadidos al Evangelio de Jesús, porque el Evangelio es único y no hay otro bajo el cielo. La revelación está ya toda dicha, porque Jesús es la Palabra definitiva y eterna de Dios. 

El Evangelio del Reino proclamado por Jesús y posteriormente por la Iglesia es el mismo en dos etapas sucesivas. La actividad docente del Paráclito consiste en llevar a los discípulos y a la Iglesia al núcleo de la enseñanza de Jesús. Se trata de una enseñanza interpretativa, profundizadora, animadora y dinamizadora. 

Jesús nos dice: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27). No nos acobardemos, a pesar de las críticas que podamos recibir, o de los insultos y palos. No nos acobardemos, porque tenemos a Jesús. 

5. Agradecimiento y petición de intercesión

Queridas Hermanas Nazarenas, felicidades por este Centenario, y gracias por vuestra presencia. 

Damos gracias a Dios por vuestro “carisma eucarístico” y por perpetuar el amor a la Eucaristía a ejemplo de san Manuel González. 

Pedimos al Señor que bendiga vuestra congregación y que la enriquezca con nuevas vocaciones.

Imploramos la maternal intercesión de la Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, en cuyo santuario nos encontramos y cuya imagen veneramos aquí. ¡Que Ella nos acompañe por el camino de la vida, siguiendo las huellas de su Hijo Jesucristo! Amén.

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