DiócesisHomilías

Virgen de la Paz, Patrona de Ronda (Iglesia de la Merced-Ronda)

Publicado: 23/01/2012: 4956

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la Virgen de la Paz, Patrona de Ronda en la Iglesia de la Merced de Ronda el 23 de enero de 2012.

VIRGEN DE LA PAZ, PATRONA DE RONDA

(Iglesia de la Merced-Ronda, 23 enero 2012)

 

Lecturas: Is 9, 1-3.5-6; Sal 84; Ap 21, 1-5ª; Lc 1, 26-38.

 

1.- La ciudad de Ronda se congrega en estos días para honrar a su Patrona, la Virgen de la Paz. Muchos fieles acuden a este templo de la Iglesia de la Merced, vinculado al Monasterio de Carmelitas Descalzas.

Están siendo días de reflexión, de oración intensa, de conversión al Señor. La Virgen de la Paz toca los corazones de sus hijos, para orientarlos hacia el “Príncipe de la Paz” (Is 9, 5), Jesucristo, el Hijo de Dios. Venerar a la Madre implica también dirigir la mirada y el corazón hacia su Hijo.

Deseo saludar a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Pasión y de Gloria, que viene esta tarde con actitud filial y como peregrinos a dar gracias a Dios por los muchos dones recibidos de su bondad, y a pedir la maternal intercesión de la Virgen de la Paz.

Son muchos los fieles de las distintas comunidades cristianas, que participan en esta novena a la Virgen, para agradecer sus favores y pedir su ayuda en las necesidades materiales y espirituales. María es Madre de todos y nos ofrece a su Hijo Jesús, para que alcancemos la salvación de nuestros pecados.

 

2.- En los días de preparación para las fiestas navideñas meditábamos el texto del profeta Isaías, que hoy ha sido proclamado: «El pueblo, que andaba a oscuras, vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos» (Is 9, 1-2).

Cristo Jesús es la luz del mundo, que viene a iluminar nuestros pasos por el camino de la paz. Caminando a su luz no tropezaremos nunca; siguiendo sus pasos, él nos llevará al reino de la luz y de la paz (cf. Lc 1, 79).

La Virgen María es quien nos ha traído tan hermoso regalo a nosotros los hombres. De ella ha nacido el Hijo de Dios. La profecía de Isaías se ha realizado en el seno de María: «Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre “Maravilla de Consejero”, “Dios Fuerte”, “Siempre Padre”, “Príncipe de Paz” (Is 9, 5).

Demos gracias a nuestra Madre, la Virgen, que aceptó la voluntad de Dios en su vida, engendrando a Jesucristo en sus entrañas. Con gran valentía pronunció las palabras de amor, correspondiendo así a la invitación de Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por eso ella es, en verdad, Madre de Dios.

 

3.- La venida de Jesús al mundo ha sido el hecho más importante de la historia de la humanidad. Con Jesucristo se ha realizado una maravillosa transformación; ha aparecido un mundo nuevo, como hemos escuchado en la lectura del libro del Apocalipsis: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21, 1).

            El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo ha marcado un hito en la historia. Dios ha puesto su morada entre los hombres: «Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él será su Dios» (Ap 21, 3).

La humanidad vive desde entonces una etapa nueva, en la que encuentra sentido al dolor, a la enfermedad, e incluso a la muerte: «Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21, 4).

Más aún, la relación del hombre con Dios y de los hombres entre sí, rota por el pecado, queda restablecida y es posible la armonía y la comunión entre ellos. La presencia del “Príncipe de la Paz” en el mundo ha transformado la vida del hombre, iluminando sus ojos y derrotando la muerte.

            Esta maravillosa re-creación y renovación de la humanidad ha sido posible gracias a la Virgen María, que nos ha traído al Salvador del mundo; Ella nos lo ha hecho cercano.

 

4.- Ser fieles devotos de la Virgen de la Paz implica trabajar por la paz. El Señor Jesús llamó bienaventurados a quienes trabajaran por la paz: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).

            En la descripción de otras bienaventuranzas se dice cómo hay que ser para alcanzar la felicidad: pobres de espíritu, afligidos, mansos, puros de corazón. En esta bienaventuranza se hace más hincapié en lo que hay que hacer. Se trata de trabajar por la paz; de empeñarse en pacificar las relaciones humanas; de amar mucho la paz; de procurar la paz entre quienes están divididos. El trabajo por la paz empieza con uno mismo, es decir, en dejarse reconciliar con Dios; después sigue en las relaciones más cercanas: familia (esposos, padres e hijos), amigos, miembros de la misma comunidad cristiana, cofradía o asociación, los que profesan una misma religión, paisanos, compañeros de trabajo, conciudadanos. En resumidas cuentas, el trabajo por la paz abarca a todo el mundo.

            Los que trabajan por la paz no se identifican con las personas tranquilas o pacíficas, que evitan los conflictos, pero se desentienden de los problemas; tampoco es sinónimo de “pacifista”, entendiendo con ello a quienes protestan contra la guerra, pero no hacen nada para reconciliar entre sí a los adversarios. El término más adecuado es de “pacificadores” o “promotores de la paz”.

            Trabajar por la paz se desprende del mandamiento nuevo del amor fraterno; es una forma en la que se expresa el amor al prójimo. Como ha dicho el Papa Benedicto XVI: “La verdad de la paz llama a todos a cultivar relaciones fecundas y sinceras, estimula a buscar y recorrer la vía del perdón y la reconciliación, a ser transparentes en las negociaciones y fieles a la palabra dada” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la paz, 6. Vaticano, 1.01.2006).

 

5.- Un campo específico del trabajo por la paz es la relación entre los seguidores de las diversas religiones y creencias. Asistimos actualmente a un recrudecimiento de la persecución contra los cristianos en diversos lugares del mundo, desatada sobre todo por algunos seguidores del islam. Hemos conocido los atentados contra iglesias cristianas en Nigeria y en la India. Estos hechos no son más que los más recientes de una nefasta cadena de atentados contra personas y lugares de culto cristianos. El setenta y cinco por ciento de las víctimas del odio religioso en el mundo son cristianos.

            Las manifestaciones de cristofobia hacen más urgente el testimonio de nuestra unidad y de nuestra solidaridad con nuestros hermanos cristianos, sean de la confesión religiosa y de la nación que sean.

Estamos en pleno Octavario de “Oración por la Unidad de los Cristianos”. El verdadero motivo para la unidad no nace de unas circunstancias históricas, que la hacen más útil o más conveniente. Nace de la voluntad de Dios y de la oración de Cristo, que pidió al Padre nuestra unidad para que el mundo creyera (cf. Jn 17, 21). La voluntad de Dios corresponde, además, con el deseo de unidad, que llevamos inscrito en el corazón, unidad de la que la Iglesia es, en Cristo, signo e instrumento eficaz (cf. Lumen gentium, 1).

 

6.- Como nos ha recordado el Papa Benedicto XVI: “Gracias a la ayuda divina, resultará ciertamente más convincente e iluminador el anuncio y el testimonio de la verdad de la paz. Dirijamos con confianza y filial abandono la mirada hacia María, la Madre del Príncipe de la Paz. Al principio de este nuevo año le pedimos que ayude a todo el pueblo de Dios a ser en toda situación agente de paz, dejándose iluminar por la Verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Que por su intercesión la humanidad incremente su aprecio por este bien fundamental y se comprometa a consolidar su presencia en el mundo, para legar un futuro más sereno y más seguro a las generaciones venideras” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la paz, 16. Vaticano, 1.I.2006)

            Le pedimos a la Virgen de la Paz que interceda ante su Hijo, para que todos los cristianos vivamos unidos en el mismo amor; para que sepamos superar las dificultades del diálogo ecuménico; para que abramos nuestros corazones, acogiendo a todos los que profesan la misma fe en Jesucristo; para que la unidad entre los cristianos vaya siendo cada día una realidad más cercana.

Pidamos a la Virgen de la Paz que nos ayude a ser promotores de paz y de comunión entre nosotros y entre todos los hombres; que sostenga nuestras relaciones fraternales como hijos de una misma familia; que apoye las actividades en pro de la concordia entre las naciones y entre los diversos pueblos; que sea nuestra protectora en la misión, que el Señor nos confía como cristianos y testigos del Evangelio.

            ¡Queridos rondeños, miembros de las Hermandades y Cofradías, y fieles cristianos todos, que os congregáis para venerar a la Virgen de la Paz, anunciad la Buena Nueva de la salvación y de la paz, siendo valientes testigos del Evangelio!

¡Que la Virgen de la Paz interceda con su maternal solicitud por todos nosotros! Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo