NoticiaEntrevistas Ana García Mina:«Jesús de Nazaret fue un gran pedagogo de las emociones» Publicado: 19/01/2012: 2968 Una experta en emociones también se enfada. De hecho, enfadarse puede ser saludable, afirma Ana García Mina, profesora de psicología básica e intervención clínica de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), que este mes ha protagonizado la conferencia del Aula Arrupe. Entre sus trabajos más recientes aborda la violencia y el género, las diferencias y semejanzas entre niños y niñas y la educación de las emociones. Esta última es la que ha compartido con los malagueños durante su visita a la diócesis. Con una sonrisa tan clara como sus planteamientos, afirma convencida que el Evangelio es una gran fuente de aprendizaje de las emociones. – Profesora de psicología, especializada en el tema de las emociones… ¿Usted nunca se enfada? – Claro que me enfado (ríe). De hecho es muy saludable enfadarse cuando tiene sentido y sabemos encauzarlo. Así que sí, he de responder afirmativamente: yo también me enfado. – ¿Existen emociones positivas y negativas? ¿Es censurable sentir rabia, tristeza o desesperación? – No. Es verdad que muchas veces decimos emociones positivas o negativas, buenas o malas. Pero las emociones son amorales, forman parte de nuestra dimensión de la humanidad, es lo que nos constituye como humanos. Lo que pasa es que sí hay emociones que, dependiendo de cómo las manejemos, generan un comportamiento que es moralmente analizable. Por eso, el enfado nos lleva más veces a tener comportamientos que hacen daño a otro, y decimos que eso es malo, y por otra parte, el amor nos lleva a tener comportamientos que ayudan a los otros a crecer. Pero las emociones no son buenas o malas, simplemente están. Lo que son morales son los comportamientos, y nunca ninguna emoción justifica un comportamiento. – ¿Qué utilidad tienen los sentimientos en el crecimiento personal? – Son uno de los caminos fundamentales de autoconocimiento. Para que la persona crezca, necesita conocerse; y una de las formas imprescindibles de saber quién soy yo, cómo me afecta la vida, qué valoro, qué me importa, qué me está haciendo daño… es el mundo emocional. La forma de poderlo analizar nos daría muchas claves a ese respecto. – ¿Y en el crecimiento espiritual? – De hecho, el trabajo del discernimiento espiritual pasa necesariamente por saber discernir las emociones. Por ejemplo, mucho de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola se basa en una educación de los sentidos para poder captar cómo nos relacionamos con Dios. Lo que pasa es que, a veces, discernir las emociones es complejo: nos confunden, nos equivocan y una determinada vivencia de sequedad emocional la asociamos con un silencio o una ausencia de Dios, cuando quizás no tiene tanto que ver con lo espiritual sino con una experiencia que estamos viviendo. – Nuestra sociedad nos invita, tantoa grandes como a pequeños a esconder nuestros sentimientos ¿nos estamos haciendo daño? – Yo creo que sí. Aunque no estoy de acuerdo con los planteamientos que abogan por que lo importante es sentir y expresar nuestras emociones. Si expresamos las emociones pero no las gestionamos ni canalizamos igual de daño nos haríamos a cuando las ocultamos. Las emociones hay que expresarlas y canalizarlas de modo que sean un medio de crecimiento personal. – En el seno de una familia ¿cómo podemos educar nuestras emociones para crear una comunidad emocionalmente sana? – Lo primero que aconsejaría es que seamos una familia que sienta y que se permita sentir, que puedan expresar tanto niños como adultos, sus sentimientos, y que en relacion con ellos se dé un proceso de reconocimiento de la emoción y de diálogo con ella, y de buscar qué me está diciendo esta emoción de la vida. En el fondo su objetivo es informarnos de cómo nos está afectando la vida. Tampoco ayudaríamos si como padres les permitimos a nuestros hijos sentir, pero les dejamos atrapados en esa emoción. Hay que enseñar a poner la mente al servicio de la emoción y viceversa. – ¿Prestamos suficiente atención los padres a las emociones de nuestros hijos? ¿Sabemos interpretarlas? – Sí, todo padre sabe solamente por cómo arrastra la mochila su hijo al llegar a casa o por cómo se sienta, que algo sucede. La comunicación no verbal nos está dando mucha información sobre los sentimientos que embargan a nuestros hijos. El problema es que muchas veces los padres no sabemos cómo gestionar dichos sentimientos porque no sabemos hacerlos ni siquiera con los propios. A este respecto, sería aconsejable trabajar en dos áreas: por un lado una especie de "escuela de padres" donde aprender los adultos a escuchar, reconocer y dialogar con las emociones; por otro, somos modelos para nuestros hijos, por lo que muchas veces estamos trasmitiendo a nuestros hijos modelos de afrontamiento emocional equivocados mediante nuestro propio ejemplo. Y si trabajamos en esos dos campos, las emociones serán saludables. Porque la emoción cuando se escucha y hacemos algo respecto a lo que nos está queriendo decir, desaparece. Las emociones no tienen como objetivo perdurar. Una persona emocionalmente estable no es alguien que esté permanentemente alegre o cariñosa, sino que las emociones son como un río que pasa por nosotros, nos informa de algo y desaparece. La expresión emocional más saludable sería, quizás, la serenidad interior relacionada con personas que saben descansar en sí mismas. Alguien que logra hacer eso es una persona en paz. – ¿Encontramos en el Evangelio algunas claves para gestionar de manera óptima y saludable nuestras emociones? – Yo creo que sí. De hecho, Jesús fue un gran pedagogo de las emociones en las relaciones que establecía con las personas con las que se encontraba. Sería una gran pedagogía en la catequesis coger personas significativas de las escrituras en las que hay una buena canalización de las emociones. Tenemos ahí una gran fuente de aprendizaje. Video de la conferencia de la Profesora Ana García Mina Autor: Ana Medina