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Aniversario de la nueva advocación de la cofradía de Santa María del Monte Calvario y de la bendición de la imagen (Basílica de Santa María de la Victoria-Málaga)

Santa María del Monte Calvario en salida extraordinaria
Publicado: 08/10/2016: 12618

ANIVERSARIO DE LA NUEVA ADVOCACIÓN

DE LA COFRADÍA DE SANTA MARÍA DEL MONTE CALVARIO

Y DE LA BENDICIÓN DE LA IMAGEN

(Basílica de Santa María de la Victoria-Málaga, 8 octubre 2016)

Lecturas: Gn 3,9-15.20; Sal: Jdt 13,18-19; Rm 5,12.17-19; Jn 19,25-27.

1.- La advocación de Santa María del Monte Calvario

Queridos cofrades y fieles todos, celebramos hoy el septuagésimo quinto Aniversario de la nueva advocación de la Hermandad y de la bendición de la imagen de vuestra titular Santa María del Monte Calvario.

El Monte Calvario de Málaga es un enclave de piedad popular, que se remonta a finales del siglo XV, cuando se estableció la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, tras la toma de la ciudad por los Reyes Católicos.

Durante la Guerra Civil fue destruida la ermita del Calvario con las imágenes que albergaba. En 1941 se repuso una nueva imagen de la Virgen, que sería llamada Santa María del Monte Calvario.

Damos gracias a Dios hoy por el resurgimiento de la devoción mariana en la ermita, por la nueva advocación y por la bendición de la imagen.

2.- Pecado de nuestros primeros padres

En el relato del libro del Génesis, que hemos escuchado, Dios llama a Adán, tras haber pecado, y se interesa por su situación de desnudez. Adán se percata de que está desnudo y por eso se esconde. Dios le pregunta: «¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?» (Gn 3,11). Adán echa la culpa a su mujer Eva (cf. Gn 3,12) y ésta a su vez se excusa con la serpiente tentadora (cf. Gn 3,13).

La realidad es que el ser humano ha querido “endiosarse”, despreciando el mandato de Dios y la consecuencia grave ha sido quedar “desnudo”, es decir, “privado” de la gracia y separado de la amistad con su Creador. Esto sigue sucediendo en nuestros días cuando los seres humanos prescinden de Dios y se sitúan como centro del universo, queriendo vivir una falsa libertad y autonomía. Esta es la gran tentación, sobre todo en esta época.

El ateísmo moderno “lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 20). No solo no les hace falta Dios, ni se sienten dependientes del Creador, sino incluso lo rechazan y se autoproclaman creadores y dioses. Estamos cayendo en una falsa auto-suficiencia.

Queridos cofrades, vuestra titular Santa María del Monte Calvario nos invita a vivir esperanzados por la salvación que su Hijo nos ha ofrecido; y en la que Ella ha colaborado de modo eminente.

3.- La figura de María en la promesa de salvación

La creación del hombre y el calvario son dos momentos muy importantes en la historia de la humanidad. La figura de María es clave en la promesa de salvación.

Tras el pecado original Dios puso hostilidad entre mujer y el diablo, y entre ambas descendencias; pero aseguró la victoria de la descendencia de la mujer (cf. Gn 3,15). Santa María del Monte Calvario es Santa María victoriosa, María de la Victoria, Madre de Dios y madre nuestra.

Aparece desde el primer momento de la historia de la salvación la figura de la Madre del Salvador en la economía de la salvación, preparando el advenimiento de Cristo al mundo.

Esto ilumina, como dice el Concilio Vaticano II, “la figura de la mujer Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gn., 3,15)” (Lumen gentium, 55).

Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será “Emmanuel” (cf. Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23); es decir, “Dios con nosotros”, que no ha abandonado nunca a la humanidad. Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que esperan la salvación; con ella se cumple la “plenitud de los tiempos” y se inaugura la nueva etapa de salvación, al hacerse hombre el Hijo de Dios y asumir la naturaleza humana para librar al hombre del pecado (cf. Lumen gentium, 55). Por eso somos hombres de esperanza; el desastre producido por el pecado original tiene solución.

Como nos ha recordado hoy san Pablo en su carta a los Romanos: «Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Adán trajo la muerte; pero el “nuevo Adán”, el Hijo de Dios nacido de María, trajo la vida.

Por eso hemos atribuido a la Virgen María en el canto interleccional el himno que el pueblo de Israel dedicó a Judit, cuando salvó a su pueblo de la mano de sus enemigos: «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres el orgullo de Israel, tú eres el honor de nuestro pueblo» (Jdt 15, 9); «Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra» (Jdt 13,18).

Proclamemos en voz alta este canto dedicado a Judit, que nosotros dedicamos a la Virgen: ¡Santa María del Monte Calvario, / tú eres nuestra alegría, / tú eres nuestro orgullo, / tú eres el honor de nuestra raza! (Todos repiten estas estrofas).

4.- El discipulado de Jesús

El evangelio proclamado hoy nos ha recordado que estando Jesús clavado en la cruz y junto a él su Madre, acompañada de otras mujeres y del discípulo amado, le dijo a ella: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Y luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio» (Jn 19,27).

La nueva traducción de la Biblia española utiliza una expresión que es mucho más adecuada al texto que la traducción anterior que decía que Juan, el discípulo, recibió a María en su casa. “Acoger en casa” es menos comprometedor que acoger a alguien como “algo propio”. Uno puede acoger en su casa a un huésped, con el que no tiene una relación significativa. Mientras que recibir a María como madre es recibirla como algo propio y no solo como un simple huésped.

Ser discípulo de Jesús significa reconocerlo como maestro propio. Seguir a Jesús no es una simple aceptación intelectual, sino más bien una adhesión a su persona (cf. Mt 8,19-22); se trata de una relación personal e íntima. El seguimiento de Jesús implica la escucha de su palabra y la renuncia a la propia voluntad, para configurarla con la de Cristo, como él mismo la configuró con la voluntad de su Padre. Y el mismo Jesús decía: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8,34). Esto es lo que ha hecho también Santa María del Monte Calvario.

El discípulo de Jesús es llamado a compartir el destino mismo de su maestro: llevar su cruz y beber su cáliz (cf. Mc 10,38), para recibir de él la vida eterna (cf. Mt 19, 28-29). Es llamado, como dice el apóstol Pablo, a reproducir la imagen de Cristo en su vida: «A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo» (Rm 8, 29).

Queridos cofrades y devotos; Dios nos ha elegido y nos ha destinado a reproducir en nuestra vida la imagen de su Hijo Jesucristo; y para eso nos ha regalado a su Madre, que con solicitud maternal nos acompaña y cuida siempre de nosotros.

5.- La maternidad de María se extiende a todos los hombres

La maternidad de María respecto a su Hijo se extiende a todos los discípulos de su Hijo y a todos los hombres.

El papa Pablo VI, en la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II (1964), declaró a María santísima “Madre de la Iglesia”; y determinó que “en adelante, todo el pueblo cristiano, con este nombre gratísimo, honre más todavía a la Madre de Dios”.

A partir de entonces se ha venerado a la Santísima Virgen con el título de “Madre de la Iglesia”. María del Monte Calvario, María de la Victoria es madre de todos los hombres y madre de la Iglesia.

Como dice el Concilio Vaticano II: “La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (Lumen gentium, 63).

La Santísima Virgen María es modelo y madre de la Iglesia, que es también a su vez madre y virgen. María, creyendo y obedeciendo, engendró al Hijo de Dios-Padre; y como una nueva Eva, dio a luz al Primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8,29).

Todos nosotros somos hijos adoptivos en Jesucristo; y la Virgen Madre “cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria feliz. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre” (Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, 4).

¡Que Santa María del Monte Calvario, Madre de la Iglesia y oyente diligente de la Palabra de Dios, os conceda, queridos cofrades y devotos, llevar a término los buenos propósitos, hechos con ocasión de este septuagésimo quinto Aniversario de la nueva advocación de vuestra Hermandad! ¡Que la fe en su Hijo Jesucristo sea fermento, sal, luz y verdadera vida para todo el mundo!

Repetid conmigo: ¡Santa María del Monte Calvario, / madre de la Iglesia / y madre de todos los hombres, / ruega por nosotros! Amén. (Todos repiten estas frases).

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