Una de las personalidades más atractivas y extraordinarias del pontificado romano en todas las épocas de la historia es la del papa Pío XII (1876-1958).

Eugenio Pacelli, que así se llamaba, había nacido en Roma. Su abuelo Marcantonio, su padre Filippo y su hermano Francesco estuvieron como juristas muy vinculados al Vaticano. El futuro Papa recibió una exquisita formación humana y religiosa. En la Italia de finales del XIX, el anticlericalismo estaba de moda, por lo que los padres de Eugenio Pacelli encomendaron la primera formación de su hijo a las Hermanas de la Divina Providencia. A los diez años, el profesor Marchi lo introdujo en el mundo de los clásicos y así empezó a familiarizarse en el mundo del latín y del griego. A los quince años, el joven Eugenio se matriculó en el Liceo Quirini Visconti, cuyo profesorado era altamente irreligioso; en más de una ocasión tuvo que defender el cristianismo contra las explicaciones de sus profesores, admirados de su saber. A los dieciocho años ingresó en el Colegio Capranica, como estudiante de Teología. Terminados estos estudios, pese a su delicada salud, se doctoró en Filosofía y Teología en la Gregoriana de Roma. Años después obtuvo otros dos doctorados en Derecho Civil y en Derecho Canónico.

Hay aspectos en su vida que llaman la atención. Desde muy pequeño aprendió a tocar el violín; le encantaba la astronomía (elegido papa, instaló un telescopio sobre el techo de la residencia papal Castelgandolfo). Le gustaba montar a caballo y en el Tíber aprendió a remar y a nadar. Desde su adolescencia dominaba tres idiomas: inglés, francés y alemán.

Desde niño sintió la llamada de Dios a la cual siempre fue fiel. Desde su gran preparación y su profunda piedad fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1899. Su gran ilusión era la de servir pastoralmente en una parroquia y así su primer ministerio lo desarrolló en la Chiesa Nova: confesonario, catecismo y atención a los enfermos.