NoticiaEspiritualidad Bienaventuranzas, por Chércoles Publicado: 08/04/2012: 15374 «Las bienaventuranzas son la oferta más limpia que se ha hecho en la historia». Así las define el jesuita Adolfo Chércoles (Carmona, 1936). Lleva treinta años trabajando este tema y, en su periplo nacional e internacional, ha recorrido gran parte de la geografía malagueña compartiendo lo que él ha descubierto. No se trata de moral, ni de filosofía, en las bienaventuranzas encontramos, sencillamente, la experiencia de Jesús. Por medio de ellas, Cristo nos muestra el camino de la felicidad, y nos pregunta: "¿qué te parece?, ¿quieres?". Es nuestra decisión para ser bienaventurados. «Toda persona busca la felicidad. Sin embargo, en eso, en lo que todos estamos de acuerdo, es en lo que menos logros hemos llegado a alcanzar. Cada uno de nosotros tiene su propia apuesta por la felicidad, pero está tan amenazada que nunca llega a realizarse. Frente a estas apuestas "particulares", las bienaventuranzas son la apuesta de Jesús por la felicidad del ser humano. Puede resultarnos un disparate, pero está sin estrenar. ¿Y si el Evangelio fuese verdad?», se pregunta Chércoles. «Jesús clava su apuesta por la felicidad en aquello que precisamente consideramos que la haría imposible: la pobreza, el dolor, el hambre... Ante esas realidades que se nos imponen, el Evangelio nos dice que para ser felices, no hay que evitar la realidad que nos rodea, sino partir de ella». El planteamiento que propone este jesuita para acercarnos a las bienaventuranzas es partir de las dos preguntas que enmarcan todo el Evangelio: "¿qué te parece?" y "¿quieres?". «Cada bienaventuranza toca un problema que afecta a toda persona (crea o no, sea de una cultura o de otra) y nos avisa de las tentaciones que dicho problema lleva consigo, para posibilitar objetivamente la fraternidad». LOS POBRES EN EL ESPÍRITU Esta bienaventuranza trata de nuestra relación con las cosas. La tentación es la codicia, ya que todos somos necesitados y tendemos a pensar que aseguramos la vida si acumulamos. Jesús nos muestra que nuestra relación con la riqueza es un peligro, y que la dicha está en compartir desde la confianza en la providencia. La situación de pobreza es lugar de revelación de Dios. ¿Cómo vivió Jesús la pobreza? Lc 2 (nacimiento); Jn 1, 46; Lc 16, 1-12 (administrador infiel); Lc 16, 19-31 (el rico Epulón). ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? 1 Cor 1, 26-31 ("mirad quiénes habéis sido elegidos"); Hch 3, 1ss ("lo que tengo te doy"); 2Cor 8,9 y 1 Tim 6, 7. LOS MANSOS El poder es el tema central de esta bienaventuranza. La tentación es usar la agresividad para imponernos o defender nuestros derechos. Jesús nos muestra que la dicha está en recuperar al otro a través de la mansedumbre, poniéndonos al servicio, como un "sujeto de deberes". ¿Cómo vivió Jesús la mansedumbre? Mt 11, 29-30; Mt 21, 12-17; Mt 12, 15-21; Mt 5, 38-48. ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? 1 Cor 6, 1ss; Hch 7, 55-60; Rm 12, 18-21; 1 Pe 3, 8-17. LOS QUE LLORAN En la vida hay dolor, y nuestra tentación es huir, darle la espalda. Pero lo único que nos hace personas es afrontarlo. Sólo así posibilitamos la experiencia pascual, el dolor como lugar de maduración y crecimiento humano. ¿Cómo vivió Jesús el sufrimiento? Lc 19, 41; Jn 11, 33-35; Mt 26, 36; Jn 19, 25-27; Mt 11, 28. ¿Cómo lo vivió la primera comunidad cristiana? Heb 2, 9-15; He 5, 40-41; 2 Cor 11, 28-30; 1 Pe 2, 24. LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE LA JUSTICIA Esta bienaventuranza aborda el espinoso tema del deseo, donde la tentación es creer que el ser humano es sólo un ser de necesidades. La trampa es la insatisfacción inmediata que imposibilita que esta fuerza, la del deseo, sea dinamizadora. Jesús nos muestra que la dicha está en salir de nosotros mismos, en dar la vida. ¿Cómo vivió Jesús el deseo? Mt 5, 20 ("si vuestra justicia no es mayor"); Mt 4, 1ss ("no sólo de pan vive el hombre"); Jn 4, 1-26 (Samaritana); Mt 13, 44 (el tesoro y la perla). ¿Cómo lo vivió la primera comunidad cristiana? He 6, 1ss (diáconos); St 2, 15 (fe sin obras); 1 Jn 4, 21 ("si amo a Dios"); St 5, 1 y ss. (engordar para la matanza); 1 Cor 11, 17 (Eucaristía). LOS MISERICORDIOSOS Esta bienaventuranza se centra en la pretensión humana de salvar nuestra imagen, lo que produce un distanciamiento con los otros. El Evangelio nos dice que sólo la debilidad nos hermana, y que la fraternidad sólo es posible desde nuestra condición de pecadores necesitados de misericordia. ¿Cómo vivió Jesús la propia imagen? Flp 2, 6 ss; Jn 1, 46; Mc 10, 17; Mt 11, 16-19; Jn 8, 1ss. ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? 2 Cor 4, 7; Rm 11, 30-32; 1 Tim 1, 12-17; Hch 3, 12-20. LOS LIMPIOS DE CORAZÓN Esta bienaventuranza aborda nuestra identidad, nuestra autenticidad de vida. La trampa reside en justificar las incoherencias que tenemos, lo que genera rechazo en los demás, y juzgar a los demás. La felicidad está en ir con sencillez, haciendo el bien, siendo "transparentes". ¿Cómo vivió Jesús la propia identidad? Mt 4, 5; Mt 11, 29; Jn 18, 19-23; Mt 15, 1-20; Mt 6, 1-21. ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? 1 Cor 4, 3-5; Rm 7, 15; Gal 5, 13; Jn 1, 18; Flp 4, 8. LOS QUE CONSTRUYEN LA PAZ La paz está por hacer. Ésa es la clave de esta bienaventuranza. Estamos llamados a la convivencia y caemos en la trampa de creer que la ausencia de conflictos la asegura, pero sólo lo logramos por el perdón, la corrección y la sospecha sobre la propia conciencia. ¿Cómo vivió Jesús la paz? Lc 2, 14ss; Lc 19, 42; Lc 12, 49-53; Jn 14, 27; Jn 16, 33. ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? Hch 2, 42-46; Ef 2, 11, 22; 1 Cor 12; 2 Cor 5, 17-21. LOS PERSEGUIDOS Esta bienaventuranza se centra en la dignidad de todo ser humano. La tentación es el miedo, ir de víctima o de héroe, sin embargo, el Evangelio nos muestra que nadie puede dañar nuestra dignidad salvo nosotros mismos, y que es precisamente en la persecución de Jesús donde se manifiesta su realeza. ¿Cómo vivió Jesús la dignidad? Mt 12, 14; Jn 8, 48 ss; Jn 5, 18; Mt 26, 63 ss; Lc 23, 3. ¿Cómo la vivió la primera comunidad cristiana? Hch 5, 40-41; Hch 9, 16; Heb 10, 33ss; 1 Cor 4, 9. Autor: Ana María Medina