DiócesisHomilías Domingo de Ramos (Catedral-Málaga) Entrada de Jesús en Jerusalén. Publicado: 10/04/2022: 2155 Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la Catedral de Málaga en el Domingo de Ramos de 2022 DOMINGO DE RAMOS (Catedral-Málaga, 10 abril 2022) Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23,56. Profecía cumplida en Jesús 1.- En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor vemos que se ha cumplido la profecía de Isaías, referida al Siervo de Yahvé: «Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos» (Is 50,6). Como hemos escuchado en el relato de la Pasión del Señor, esta profecía se ha cumplido sobradamente. Jesús de Nazaret, el Siervo de Yahvé, el Mesías esperado, ha soportado el peso de las iniquidades de la humanidad; ha cargado con los pecados de todos los hombres; ha ofrecido su vida para salvar la nuestra. Hoy es un día de gran esperanza, porque hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte, porque el Siervo de Yahvé, Jesús, asumió sobre sí la condena eterna que pesaba sobre nosotros. 2.- Jesús es el descendiente del rey David; el cumplimiento de la promesa davídica. Pero no es rey con poder temporal, ni con fuerzas físicas, ni con armas; no es un reinado terreno. Jesús, el verdadero Mesías enviado por Dios Padre, entra en la ciudad santa de Jerusalén sin un ejército, defraudando a los falsos mesianismos de la época, que esperaban un mesías con poder terrenal. Jesús es el Rey que trae la paz y la salvación universal. Es Aquel que viene en nombre del Señor, en nombre de Dios-Padre misericordioso. La liturgia del Domingo de Ramos celebra la entrada de Jesús en Jerusalén con una procesión de fieles que lo acogen llevando en sus manos ramos y palmas. La liturgia de hoy nos invita a regocijarnos y a cantar: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21, 9). Eso mismo hemos venido cantando desde la iglesia de San Agustín hasta la Catedral, emulando la solemne entrada de Jesús en Jerusalén. 3.- Jesús de Nazaret quiso entrar en Jerusalén sobre un borriquillo, para que se cumpliese lo que dijo el profeta Zacarías: «¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna» (Zac 9, 9). El Mesías debía revelarse precisamente como rey manso, que cabalga sobre un borrico. De ese modo muestra su verdadero mesianismo entrando de manera humilde y sencilla. Como dice el himno de la carta a Filipenses, Cristo se rebajó haciéndose hombre: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios» (Flp 2, 6). Y tomó condición de siervo haciéndose semejante a los hombres (cf. Flp 2, 7); «y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Este es el gran ejemplo que Jesús nos da. 4.- El pueblo judío lo aclama y lo acoge como el Mesías, Hijo de Dios. Nosotros lo acogemos y lo aclamamos también como Señor y Dios nuestro. En este Domingo de Ramos también nosotros hemos venido para revivir litúrgicamente este acontecimiento profético. Repetimos los gestos y las palabras que pronunció la muchedumbre de Jerusalén. Jesús de Nazaret, aceptando nuestra liturgia, quiere que se manifieste la verdad mesiánica sobre el reino, que no indica dominio sobre los pueblos, sino que revela la realeza del hombre: su verdadera dignidad recibida en la creación, cuya imagen y semejanza perdida por el pecado, queda restituida por el Hijo de Dios (cf. Juan Pablo II, Homilía de la misa del Domingo de Ramos, Ciudad del Vaticano 12.IV.1981). Jesús nos devuelve la imagen y semejanza como hijos de Dios que han sido borrados y desfigurados por nuestros pecados. 5.- La celebración de Ramos es el inicio de la llamada “Semana Santa”, aunque este término no es litúrgico, sino convencional, porque seguimos en Cuaresma hasta la mañana del Jueves Santo; y empezaremos por la tarde el Triduo Pascual. De todos modos, con esta celebración arranca la gran Semana del misterio pascual de Cristo, cuyo memorial conmemoraremos en días sucesivos. El Salmo responsorial, en vez de las aclamaciones llenas de entusiasmo y de los gritos de “Hosanna”, nos ha hecho escuchar las voces de burla y escarnio, que comenzarán la noche del Jueves Santo y alcanzarán su culmen en el monte de la crucifixión, el Calvario: «Cuantos me ven se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza» (Sal 21, 8). El Inocente es perseguido por sus enemigos: «Me cerca una banda de malhechores; me inmovilizan las manos y los pies» (Sal 21, 17). Le taladran los pies con clavos y se pueden contar sus huesos (cf. Sal 21, 18); se reparten sus ropas y echan a suertes su túnica (cf. Sal 21, 19). Pero el Inocente condenado se fía de Dios-Padre y pone su confianza en él y exclama: «Mas tú, Señor, no te quedes lejos, Fuerza mía, apresúrate a ayudarme» (Sal 21, 20). 6.- En las dificultades de nuestra vida, en las calamidades sociales que pasamos, en los sufrimientos y enfermedades acudamos con gran confianza junto con Jesús, al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Co 1, 3; Rm 15, 6), para decirle “apresúrate a socorrerme”; “no te quedes lejos de nosotros”. O mejor aún, debemos pedirle: “No permitas que te abandonemos”. Porque Dios siempre está a nuestro lado, aunque no lo percibamos; somos nosotros los que nos alejamos y desconfiamos de él; los que nos apartamos de su amor. En cualquier prueba de enfermedad, de dolor, de odio, de guerra, de muerte, Jesús está a nuestro lado, queridos hermanos, porque ha cargado con nuestro sufrimiento; y Dios-Padre no nos abandona nunca. 7.- Cristo, con su entrega total, con su propia humillación y obediencia hasta la muerte de cruz, ha abierto el Reino de Dios a toda la humanidad, mediante su exaltación por obra del Padre. Como dice el himno de Filipenses: «Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Para que toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor (cf. Flp 2, 10-11). A ese Reino de paz, de amor, de misericordia, de perdón, que nos ha traído Jesús, el Mesías, están llamados todos los que confesamos su nombre; y de ese Reino, queridos hermanos, somos testigos en esta sociedad. ¡Que nos acompañe la Virgen María, que acompañó siempre la vida de su Hijo! Amén. 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