NoticiaCoronavirus JULIO DIÉGUEZ. Quiero un cristianismo de amor y alegría Julio Diéguez Soto Publicado: 19/04/2020: 25013 JULIO DIÉGUEZ SOTO Después de escuchar la meditación del Viernes Santo propuesta por los Jesuitas, casualmente apareció el vídeo de presentación del libro de José María Rodríguez Olaizola, sobre las contemplaciones de papel de la Pasión. Él confesaba, que comenzó a escribir porque no le era fácil expresar todo lo que su alma experimentaba cuando hizo los ejercicios de San Ignacio de un mes. Tengo una familia que atender, un trabajo que desempeñar, un servicio que prestar y aunque quiera no podré nunca acoger al inmigrante, defender a la maltratada, visitar al preso o salvar vidas en los hospitales, todo al mismo tiempo. Gracias a Dios, y a la Iglesia, su cuerpo al completo, sí. Salvando las distancias y muy lejos, evidentemente, del don recibido por Olaizola para escribir y de la profundidad de sus comentarios, esta anécdota me dio la idea de expresar por escrito lo que esta Semana Santa ha supuesto para mí y que no he sabido compartir. Comencé la semana, ya consciente de la fragilidad del ser humano y de las principales ventajas en inconvenientes de vivir confinados a causa de una pandemia global. También, de la oportunidad que puede representar para el desarrollo futuro de la humanidad al completo. En estos días, experimenté rechazo cuando la oración/meditación de turno ponía el acento en el sufrimiento/dolor. Mi alma realmente resultaba dañada cuando un Dios, aparentemente sádico, se recreaba en el dolor/sufrimiento de Jesús (o de cualquier ser humano) para poder saldar no se qué deuda (la película de Mel Gibson, por poner un ejemplo). A veces, no he querido romper el silencio de la oración comunitaria, porque “más vale permanecer callado y que sospechen de tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello” (Abraham Lincoln). No sé si lo que rumiaba por dentro era de Dios o no. No sé si es mejor permanecer callado cuando soy plenamente consciente de que mi vida no va a sufrir grandes cambios, y por eso no quiero continuamente golpearme con el látigo de un querer y no poder. Tengo una familia que atender, un trabajo que desempeñar, un servicio que prestar, y aunque quiera no podré nunca acoger al inmigrante, defender a la maltratada, visitar al preso o salvar vidas en los hospitales, todo al mismo tiempo. Gracias a Dios, y a la Iglesia, su cuerpo al completo, sí. ¿Por qué seguir llenándome reproches? ¿Por qué no poner mejor el foco en mejorar la calidad del servicio que si puedo realizar en el día a día? ¿Por qué no compadecerme –padecer con- de los niños y jóvenes que trato? ¿Por qué no vivir cada encuentro desde la profundidad y la consciencia que se merece cada persona? Esta Semana Santa me llevó a centrarme en dejar la Cruz vacía, en acompañar a tanta chavalería sufriente desde la infancia (padres en la cárcel, madres con adicciones, abandonados, dejados a su suerte…). El dolor/sufrimiento no salva, el que salva es el amor. Quiero huir de retiros, oraciones, encuentros… que solo me llevan al reconocimiento del pecado o simplemente me hacen reconocer mi finitud e impotencia para resolver los problemas de la humanidad pero que no cambian un ápice mis relaciones, ni la profundidad de las mismas. Por eso, a veces, prefiero callar. A pesar de todo lo dicho más arriba, también me planteo si será el demonio el que no quiere que me enfrente a la verdad. Esta Semana Santa fui consciente de mi incoherencia, de la debilidad de la carne capaz de pasar de la hondura y la reflexión a la superficialidad y la indiferencia en “cero coma”. No quiero un cristianismo triste, que siempre esté en Cuaresma y en cuarentena. No quiero un cristianismo que realza y se recrea en el dolor/sufrimiento. Quiero un cristianismo de amor y de concreción cotidiana, aunque ello lleve ineludiblemente aparejado hacer míos el dolor/sufrimiento de los otros. El foco siempre debe estar en el amor. Y un fruto meridiano del amor, es la alegría. La alegría es el signo de Dios y si no la encuentro en el camino, mejor no camino. Julio Diéguez Soto es responsable general del MAC