El 14 de marzo, en el patio central del Hospital Civil, un hombre me hizo la siguiente confidencia:

«Llevo dos años con consumo de cocaína, alcohol, dos paquetes de tabaco y comiendo lo que afano y puedo. Hace cinco días que tengo fiebre, dolores por todo el cuerpo, fiebre y respiro con fatiga. He disminuido la dosis de cocaína porque no puedo salir mucho a trapichear pero no me faltan las cajas de cerveza. Hace unos días me quede adormilado pensando en mi madre y lo feliz que me hacía sentirme, sobre todo cuando por las noches me daba un beso y el sueño me llegaba con las “cuatro esquinitas tienen mi cama…” y los “cuentos” sobre santos, milagros y creencias sobre ángeles, demonios y cielos.

Con una dosis de cocaína, algunas botellas de cerveza y una decisión de “fugarme de mi mismo” conseguí un “estado de conciencia sin conciencia”. Fue cuando tuve una situación de ¿ alucinación?, y alguien se me hizo presente y grabó de manera firme en mi mente que esas creencias eran seguridades absoluta: experimenté una paz, armonía y plenitud que nunca había conocido. Al despertar, me quedaron unos rescoldos que mantienen unos interrogantes e inquietudes que hipotecan casi todos mis pensamientos.

¿Será verdad que yo no soy un cuerpo sino un alma? ¿Será verdad que Dios está escondido en mi alma?»

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