NoticiaAño de la Misericordia El Salvador y la pecadora Fotograma de la película "La Pasión de Cristo" Publicado: 23/12/2016: 11392 “Misericordia et misera” es el título de la última Carta Apostólica del Papa. Se traduce como “La misericordia y la miserable” y hace referencia al encuentro entre Jesús y la adúltera. La Carta Apostólica del papa Francisco comienza con estas palabras: «Misericordia et misera» (la misericordia y la miserable) son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8, 1-11). No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia». No es un paréntesis El Papa nos presenta este episodio de la adúltera y Jesucristo, tan popular por el dicho «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra», para hacer un balance de este Año Jubilar: «un tiempo rico de misericordia, que pide ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades. En efecto, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia». Recreémonos en la escena: Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de ser apedreada; Él, un Maestro que quiere devolver a la ley su propósito original: no atar con una condena sino liberar al hombre del pecado. En el juicio de esta escena la sentencia no la fija la ley fría sino la ley del amor que alcanza lo sublime en el perdón. En este relato evangélico, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Dice la Carta: «La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8,9). Y después de ese silencio, Jesús dice: Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más (vv. 10-11). Se abre un horizonte grandioso: cuando hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, podemos mirar más allá y vivir de otra manera. Quien ha sido perdonado, ama. Quien ama, pide perdón. Esta lógica es llevada a su máxima expresión cuando Jesús dijo a otra pecadora, la que le lavó los pies con sus lágrimas y los secó con su cabello: «sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (Lc 7,47). Comentaremos, en sucesivas páginas, las enseñanzas capitales de esta hermosa carta.