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Ordenación de diácono permanente (Parroquia Sagrado Corazón-Melilla)

El Obispo Jesús Catalá ordena como diácono a Fernando Moreno Amador, en Melilla// C. RUBIALES
Publicado: 10/12/2016: 13880

ORDENACIÓN DE DIÁCONO PERMANENTE

(Parroquia Sagrado Corazón-Melilla, 10 diciembre 2016)

Lecturas: Is 35,1-6a.10; Sal 145,7-10; Sant 5,7-10; Mt 11,2-11.

(Domingo Adviento III-A)

1.- Presencia transformadora del Salvador

«El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo» (Is 35,1-2).

El profeta Isaías, con ojos de vidente que traspasan la realidad inmediata, es capaz de intuir una transformación de lo árido y desértico en jardín rebosante y fecundo.

Nuestras vidas, pobres y vacías cobran fuerza y vigor ante la presencia del Todopoderoso, que viene a nosotros para transformarnos y revitalizarnos. Dice Isaías: «Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes» (Is 35,3).

Hoy se nos da ánimo para vivir: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! (…). Viene en persona y os salvará» (Is 35,4). La vida cristiana tiene que ser vivida desde la alegría, aún en medio de dificultades y desiertos de la vida.

Querido Fernando, hoy vas a recibir el Orden del Diaconado. ¡Sé pregonero de esta Buena Noticia! La presencia de Dios es transformante, como nos lo ha dicho poéticamente el profeta. ¡Déjate transformar por el Señor y después anuncia las maravillas que Dios obra en ti y en los hombres! Eso es lo que hizo la Virgen, la Mujer del Adviento, nuestra madre querida, que se dejó transformar por el Espíritu y después proclamó las maravillas que Dios había hecho en Ella y para la humanidad.

2.- Alegría por la renovación

Haciendo breve memoria, el primer domingo de Adviento Dios nos invitaba a despertar; el segundo a convertirnos. Hoy nos invita a la alegría mesiánica, que no es cualquier alegría. Hoy es el domingo “Gaudete”, del domingo de la alegría: ¡Alegraos!

La presencia de Dios entre los hombres trae verdadera alegría, que no es comparable con la que presenta el mundo. Cuando los discípulos de Juan Bautista fueron a preguntarle a Jesús quién era, éste respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (Mt 11,4-5). Jesús no contestó con una frase teórica quién era él; Jesús manifestó los signos de la presencia del Reino a través de su persona.

La Iglesia te confía hoy, querido Fernando, el ministerio diaconal para que realices estos milagros a través de tu ministerio. ¿Cómo puede ser posible eso? Ciertamente, lo hará el Espíritu. Con tu predicación de la Palabra divina serán iluminados, porque Cristo es la Luz del mundo (cf. Jn 8,12), y podrán ver; los ciegos verán con la luz del Evangelio. Con el alimento de la Eucaristía, que distribuirás a los fieles, podrán nutrirse y tomar fuerzas en el camino de la vida; podrán fortalecerse sus rodillas vacilantes. Con el bautismo que administrarás, serán limpiados de la lepra del pecado original. Por tanto, se van a realizar estas maravillas anunciadas por el Señor, porque las va a realizar él, a través de tu ministerio.

¡Gran alegría hay cuando un ciego recobra la vista, cuando un cojo comienza a caminar, cuando un sordo puede escuchar, cuando un mudo se pone a hablar (cf. Is 35,5-6)!

¿Acaso no somos nosotros esos ciegos, cojos, sordos, mudos, que estaban desamparados e indefensos, hasta que el Señor Jesús nos curó de nuestra ceguera, sordera, mutismo e inmovilidad?

Podemos estar alegres por la renovación que Dios ha hecho en nuestras vidas. Dice el apóstol Pablo: «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados» (1 Col 1,13-14). Él ha obrado en nosotros el milagro de la redención.

Cristo nos trae la alegría mesiánica, para iluminar nuestra vida. Jesucristo Salvador, que viene a nosotros, nos llena de su alegría, pues Él es la alegre noticia del Padre. ¡Ojalá sepamos gozar de ella, llenar nuestro corazón y transmitirla a nuestro alrededor!

3.- Transmitir la alegría de la Navidad

¿Somos cristianos de esperanza gozosa o cristianos tristes y pesimistas? El papa Francisco nos dice al respecto: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii gaudium, 2). Pero “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii gaudium, 1).

El Adviento nos anima a vivir la alegría de ser salvados, de ser transformados por el Señor. En este domingo de la alegría abramos nuestro corazón para llenarlo de la alegría del Señor resucitado y transmitamos esa alegría a los demás. Preguntémonos como el Papa Francisco: “¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?” (Evangelii gaudium, 5).

Jesús hace realidad lo que soñaba Isaías: «Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo» (Is 35,5-6). Cristo ofrece el afecto que falta a tantas personas que viven en soledad, que atraviesan crisis en la vida, que viven un vacío interior, que se encuentran en la desesperanza.

Para hacer realidad el Evangelio hoy, también tendremos nosotros que brindar a los demás: afecto, cercanía, respeto, escucha; acogida y comprensión. Si no lo hacemos, no podemos decir llamarnos seguidores de Jesús. Aquí se fundamenta la radicalidad del Evangelio, que se hace cercanía, entrega, afecto y solidaridad con el hermano.

Querido Fernando, ofrece todo esto a través de tu ministerio a quien lo necesite. Hazte presencia del Señor y cercanía al otro. Hazte también “oyente”, que escucha y sabe lo que el otro necesita. Hazte comprensión del otro. Este mensaje es para todos y no solo para Fernando. Pero hoy la Iglesia le confía el ministerio de la Palabra, de los sacramentos y de la dimensión caritativa y social, propio del diácono. Además de ayudar en la liturgia y de proclamar la Palabra, la Iglesia te confía a partir de hoy el cuidado de los más débiles.

4.- Esperar con paciencia la venida del Señor

Pensemos que la venida del Señor está cerca. Santiago nos ha recordado: «Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca» (Sant 5,8). La Virgen María y José esperaban con alegría y paciencia el nacimiento de su Hijo Jesús. Para que la lluvia fecunde los campos, el labrador tiene que esperar con paciencia. Hay que dejar que el Señor actúe en el momento en que Él quiera y como Él quiera; no a nuestro estilo. Dejémosle el protagonismo al Señor; a nosotros nos toca acoger y esperar.

Pedimos a la Virgen María, Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, la excelsa figura del Adviento, que nos ayude a vivir la alegría de ser salvados, de ser transformados; y a compartir esa misma alegría con los demás. Y hoy, de modo especial, le pedimos por nuestro hermano Fernando, que va a recibir la Ordenación diaconal, para que sirva con sencillez y humildad al pueblo fiel. Amén.

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