DiócesisHomilías

Eucaristía con los seminaristas (Seminario-Málaga)

Publicado: 07/10/2014: 555

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con los seminaristas en el Seminario de Málaga el 7 de octubre de 2014.

EUCARISTÍA CON LOS SEMINARISTAS

(Capilla del Seminario-Málaga, 7 octubre 2014)

 

Lecturas: Gal 1, 13-24; Sal 138, 1-3.13-15; Lc 10, 38-42.

(Fiesta de la Virgen del Rosario)

1.- Llamamiento por parte de Dios

San Pablo es llamado por el Señor para ser su misionero, sobre todo en tierra de gentiles. En este llamamiento hay dos momentos: «cuando aquel que me escogió desde el seno de una madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles» (Gal 1, 15-16).

La elección de Dios lleva, en primer lugar, una revelación del misterio de Cristo. Dios se le revela, se le da a conocer. San Pablo tiene un encuentro con el Señor en el camino de Damasco (cf. Hch 9, 3-9); empieza a conocerlo, a penetrar en su vida y doctrina, y a configurarse con Cristo. De tal manera, que llegará un momento en el que será capaz de decir: «no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 2-20). Tiene los mismos sentimientos que Cristo, la misma vida en Cristo. Esta es ahora vuestra tarea: conocer mejor a Cristo y configuraros con Él. Aunque ese conocimiento y esa configuración no terminarán hasta el paso a la eternidad, no es solamente de la época del Seminario, es para toda la vida. Pero es necesaria esa primera parte, primera tarea de conocer a Jesús, de penetrar en la revelación del misterio encarnado, eso es básico.

También el Señor nos conoce mejor que nosotros mismos, como hemos rezado en el Salmo responsorial: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos» (Sal 138, 1-2). Hay una correspondencia, Dios me conoce y me invita a conocerme y penetrar en esa riqueza insondable que es el misterio de Dios.

            En segundo lugar, la llamada de Dios implica una misión evangelizadora: anunciar el Evangelio a los gentiles. Anunciar el Evangelio a los gentiles es la misión de Pablo y también la nuestra, hoy. Hay más gentiles de los que nos parecen. Hay tal vez mucha práctica religiosa, pero creo que hay mucha gentilidad. Hay mucho paganismo en nuestra sociedad, menos que en la época de Pablo porque cuando fue a predicar por primera vez a Atenas no se había oído hablar ni siquiera del cristianismo. Hoy han oído mucha gente hablar del cristianismo, pero no conocen a Jesús.

            Esta misión, que ya empezáis a realizar con vuestro testimonio de vida, la desarrollaréis más plenamente a partir de vuestra ordenación diaconal y presbiteral. Como van a ser ya dentro de poco nuestros dos hermanos Miguel e Isidro. A vosotros os corresponderá ya la segunda parte de anunciar el Evangelio, una misión específica a la que la Iglesia os envía.

2.- Actitud contemplativa de María

            En el Evangelio hemos escuchado el pasaje de Jesús en casa de sus amigos y la actitud contemplativa de María, que embelesada, «sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra» (Lc 10, 39). Ella había escogido la mejor parte (cf. Lc 10, 42).

También el Señor nos advierte, como a Marta, que no andemos inquietos y preocupados por tantas cosas (cf. Lc 10, 41). A veces estamos muy dispersos, queremos hacer, hacer, hacer: hacer pastoral, hacer cosas. Y en este momento, el Seños os pide que hagáis más como María, más contemplativos, más oración, más conocimiento del Señor, más estudio de teología. No es un tiempo banal. Y no desde un sentido profesional porque hay que aprobar unas asignaturas, sino que en ello a todos nos va ese camino de seguimiento del Señor, esa respuesta a Él. Tomadlo en este tiempo de Seminario, no solamente como tarea académica, fundamental en vuestra vida, sino como una exigencia del seguimiento del Señor. Y no sólo como una preparación, que también de la segunda parte que hemos dicho del anuncio del Evangelio a los gentiles, en este caso a nuestros paisanos, sino como una tarea individual y personal de un proceso que necesitamos hacer de cara a la identificación con el Señor.

3.- Fiesta litúrgica de la Virgen del Rosario

Hoy celebramos la fiesta litúrgica de la Virgen del Rosario, que Ella vivió, desde el instante de su concepción inmaculada, de una manera especial, su consagración total a Dios.

            En los misterios del Santo Rosario contemplamos a María vinculada a la obra de salvación de su Hijo Jesús. Y como nos recordó el papa san Juan Pablo II: “El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano” (Rosarium Virginis Mariae, 5).

La Virgen María es modelo de contemplación. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. Y María no fue a la escuela rabínica, ni fue a la Facultad de Teología, pero penetró en los misterios de Dios y los vivió en carne propia y los aceptó. El rostro del Hijo le pertenece a Ella de un modo especial (cf. Rosarium Virginis Mariae, 10). Os invito a leer, si no la habías leído ya, o a releer quien ya lo haya hecho, la Carta del papa, Rosarium Virginis Mariae, para conocer mejor por qué rezamos el Rosario. Cuando he llegado estabais rezando el Rosario y es bueno que lo hagamos, lo rezo todos los días; incluso en dos momentos si hace falta y es una oración llena de contemplación del Misterio y en la que el Espíritu también te ilumina y va penetrando en nuestra alma y en nuestro corazón. Es como esa lluvia, esa gota de agua que va cayendo sobre un terrón seco y duro de tierra, pero lo va reblandeciendo.

            Os invito, pues, a rezar el Santo Rosario teniendo a María como Maestra para contemplar a Cristo, para comprenderlo, para conocerlo y para configurarse con Él.

4.- Candidatos al diaconado, Miguel e Isidro

En esta Eucaristía, al final, aceptaremos el sí de nuestros hermanos, de Miguel y de Isidro. La Iglesia hoy os llama de forma ya explícita, oficial y definitiva al sacerdocio. Todos los síntomas de vocación que tenéis no se concretan hasta el día de hoy. Uno puede manifestar porque siente una llamada, cree que Dios le llama, le parece, busca donde ir, llama a la puerta del Seminario; pero al final, hoy, en vuestra historia vocacional, el Señor a través de la mediación de la Iglesia, en la persona del Obispo, os llama de una manera clara, explícita y oficial. Por tanto, hoy se concreta vuestra vocación después de todo ese largo camino que habéis recorrido en vuestro proceso personal.

            Pedimos, por tanto, de un modo especial por ellos y damos gracias a Dios porque les ha ido acompañando a través de vosotros, de los Superiores, de la familia, de las comunidades cristianas donde habéis estado. Todo un largo proceso de un sí de cada día. Toda vocación no se resuelve con un sí y basta, es un sí cada día, cada momento. El día que uno deja de decir sí en cualquiera de las vocaciones, ese día deja de responder a la llamada de Dios.

            Por tanto, no termina vuestro proceso vocacional hoy, termina la etapa inicial en la que ahora sí que sabéis claramente que Dios os llama al sacerdocio, y os lo dice a través de la Iglesia. Pero ahora empieza un sí desde la Iglesia, y por tanto personal vuestro al Señor, que debe durar toda la vida. Sencillamente habéis cambiado de etapa, pero no habéis concluido, ni vosotros ni nadie. Ninguno de nosotros ha concluido el continuo proceso de decir sí al Señor.

            Le pedimos a la Santísima Virgen, hoy bajo la advocación de Nª. Sª. del Rosario, que nos acompañe siempre en nuestra vida y nos proteja con su amor maternal. Y que con Ella meditemos los misterios de Cristo, el misterio de nuestra redención. Que así sea.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo