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Fiesta de la Virgen de la Merced (Mercedarias de la Caridad-Málaga)

Publicado: 24/09/2016: 3711

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Fiesta de la Virgen de la Merced (Mercedarias de la Caridad-Málaga) celebrada el 24 de septiembre de 2016.

FIESTA DE LA VIRGEN DE LA MERCED

(Mercedarias de la Caridad-Málaga, 24 septiembre 2016)

Lecturas: Jdt 15, 8.10-16; Gal 4, 4-7; Lc 1, 1-26.

1.- Mujeres tipo de la Virgen (Judit, Rut, Eva).

Hemos escuchado el texto de libro de Judit, que nos presenta la figura de una mujer tipo de lo que, después, llegada la plenitud de los tiempos, sería la figura de la Virgen.

Hay varias figuras en el Antiguo Testamento que nos reenvían a la figura de la Virgen: Judit, que es una mujer que da la victoria al pueblo de Israel; Esther, una reina, una mujer del pueblo judío que no quería que se supiese su origen y al final llega a ser reina sustituyendo a la reina Vasti, y, por tanto, una figura emblemática. Hay otras mujeres que hacen referencia a lo que después sería la Virgen.

Cada una de estas mujeres tiene un aspecto particular: una de la victoria, otra reina, otra acaudilla al pueblo, otra representa lo que es el resto de Israel. Y María, la Virgen, resume en el Nuevo Testamento todos esos aspectos de las distintas mujeres del Antiguo Testamento. María es reina, es victoria, representa al pueblo de Israel que mantiene la fe, es representante del resto de Israel y resto de Yahvé.

María reúne las distintas dimensiones y aspectos de esas santas mujeres, como tipo y figura de la Iglesia. El mismo Concilio Vaticano II proclamará a María como modelo de la Iglesia. Esas y otras figuras también son modelo de la Iglesia. Una figura muy significativa es Eva, por cuya causa el género humano queda derrotado, tocado por el pecado original. La nueva Eva, la nueva Virgen María restaurará ese linaje perdido. María es síntesis de Eva, Esther, Judit y de todas las santas mujeres que han ido enarbolando una dimensión de fe, de esperanza, de victoria, de presencia del poder de Dios en el Pueblo de Israel.

Tenemos a María como ejemplo de este tipo de mujer, pero tenemos también a estas otras mujeres que nos presenta la liturgia de hoy. También nosotros podemos asumir una de esas dimensiones. Todas no podemos; tenemos que imitar a María asumiendo alguna de sus dimensiones. Una puede imitar a María la humilde, la esclava, la pequeña, la que pertenece al resto de Israel y que no adquiere un roll triunfador o real, de realeza. Pues María es pequeña, humilde, escondida, esclava del Señor, contemplativa…

En el caso de hoy, como nuestra fiesta es la Virgen de la Merced, se presenta a la Virgen liberadora que ofrece, a manos llenas, a su Hijo que nos regala el mejor don, la libertad auténtica que nos libra de las cadenas. María ofrece unas cadenas rotas porque, dándonos a su Hijo, es Él quien rompe las cadenas del pecado y nuestras ataduras.

María se da y se entrega totalmente a la voluntad de Dios. María visita a su prima y, así, se acerca al más necesitado.

Que cada una mire, con motivo de esta fiesta, qué virtud de María, qué actitud de María podría imitar en estos días, a raíz de esta fiesta. Ahí queda la invitación.

El pueblo de Israel la saludó y, a una voz, la bendijo diciendo: «Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza» (Jdt 15, 9).

Dios había dado la victoria a su pueblo por manos de Judit: «Al hacer todo esto por tu mano has procurado la dicha de Israel y Dios se ha complacido en lo que has hecho» (Jdt 15, 10).

2.- Maternidad de María.

Hoy festejamos a Ntra. Sra. de la Merced con lo que significa de libertad, de verdad, de luz, porque nos ha regalado al Hijo. Esa es la idea que el texto de san Pablo a los Gálatas quiere que celebremos hoy. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley. Para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4-5).

María nos regala al Hijo de Dios y, después, ese Hijo, dice el texto de Juan, nos la entrega como madre. Con lo cual, gracias a la Madre, se nos hace hijos en el Hijo. Somos hijos adoptivos. Se nos concede la libertad verdadera, se nos rescata de la ley y pasamos del ambiente de ley al ambiente de libertad. De pecado a gracia, de tinieblas a luz, ese es el gran milagro que recibe la humanidad de manos de María a través de su Hijo.

También esa liberación que María nos da, pero que nos trae el Hijo rescatándonos de la ley, rompe las cadenas para que podamos decir: «¡Abbá, Padre!» (Gal 4, 6); de esta forma podemos, en nuestra oración, dirigirnos a Dios como Padre. Eso no lo habían podido hacer los israelitas antes de Jesús; no podían llamar a Dios Padre. Lo llamaban Dios, Señor, Rey, Poderoso, Omnipotente…, pero la palabra Padre nos la trae Jesús de manos de María.

3.- Hijos de la Virgen.

Detengámonos en la escena tan llena de amor y de afecto, cuando Cristo desde la cruz dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-17). En esta escena es importante la anotación que hace el evangelista. La traducción que hemos hecho en la Conferencia Episcopal Española se diferencia de la que acabamos de leer. Nosotros hemos leído: «Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-17). Sin embargo, la traducción de ahora dice: «Y desde aquella hora el discípulo la tomó como algo propio» (Jn 19,26-17).

Juan recibió a María como algo propio, no es que la recibió en su casa, que es un aspecto muy secundario y superficial. No es que se la llevara a casa como esclava, como compañera, como colaboradora, no. La acogió como algo propio, como madre propia. La traducción es más bonita y más real. Juan se la lleva a su casa, no como una persona más, sino como madre, como algo propio. No era propia, no era madre de Juan, pero al regalársela el Señor, Juan la toma como algo suyo. Hemos ganado en esta traducción.

Este significado de tomar Juan a María como algo propio, como algo muy íntimo, como parte de uno mismo, es a lo que nos invita la fiesta de hoy. Acojamos a la Virgen, Ntra. Sra. de la Merced, la advocación que hoy celebramos, como algo propio, como Madre propia y sintámonos como hijos e hijas propios, suyos.

En esta fiesta, además de dar gracias a Dios por este gran regalo de la Virgen, que a su vez nos ofreció al Hijo de Dios, pedimos por vuestra Congregación de las Mercedarias de la Caridad, para que seáis fieles al carisma que habéis recibido del Señor y para que os mantengáis en el gozo y la alegría de la consagración religiosa. Así podéis encarnar mejor, desde esa consagración, el espíritu de esta fiesta, el espíritu de la maternidad de María que nos concede, a través de su Hijo, la libertad para poder llamarnos hijos de Dios, es decir, para que todo el mundo pueda llamarse hijo de Dios.

Pues con estas buenas intenciones proseguimos la Eucaristía dándole gracias a Dios y pidiendo también por vuestra Congregación. Que así sea.

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