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Soy más que un cuerpo

Publicado: 30/10/2019: 6357

El Dr. José Rosado, médico acreditado en adicciones, analiza la capacidad que tiene el cerebro humano de desencadenar una expansión de la conciencia “fuera de límites”.

El cerebro mantiene una actividad en que la tarea principal está argumentada por un proceso constante de cambio y de adaptación para conseguir una existencia en óptimas condiciones: nunca llega a su perfección porque siempre se está perfeccionando.

En su estructura se distingue tres tipos de formaciones intrínsecamente relacionadas: el cerebro reptiliano, localizado en zonas hipotalámicas, común con los animales, sede de los instintos primarios que determina la supervivencia, conservación y perpetuación de la especie; el emocional, que se desarrolla posteriormente y se localiza en el sistema límbico, señala el mundo afectivo, y el racional, especifico del ser humano que ocupa la corteza cerebral y es patrimonio de la razón: tiene la misión de, contemplando y valorando las informaciones de los dos anteriores, decidir la respuesta más idónea ante los acontecimientos que se le presentan. En ellos se identifican elementos celulares, psíquicos y energéticos que señalan dimensiones físicas, emocionales y espirituales que garantizan una identidad armónica, equilibrada, jerarquizada y ordenada.

¿Quién está al mando de todo este sistema? Los neurocientíficos han buscado en todos los escondrijos del cerebro y no han encontrado a nadie, pero aceptan, como hipótesis, la presencia de un principio o entidad espiritual, con las cualidades específicas de su naturaleza: “sabemos que existe por sus efectos”.

El ADN demuestra que cada persona es única, original, irrepetible, con conciencia de su ser y voluntad libre que le capacita para tomar decisiones y determinarse por sí misma en un libre albedrío, y marca sus rasgos esenciales: individualidad, libertad y racionalidad. En él también se encuentran detallados los programas neuronales con los recursos y capacidades suficientes para el mantenimiento, conservación, defensa, reparación y sanación que le ofrecen autonomía e independencia en su experiencia humana.

Es la razón, al contemplar esta estructura tan perfecta, con esos anhelos constantes de perfección y plenitud y unas inquietudes que le indican permanencias más allá de las biológicas, la que se plantea la irracionalidad de estar diseñado para una existencia fugaz y transitoria.

Pero la persona, ejercitando su libertad, decide consumir drogas. Para producir sus efectos es obligatorio utilizar los mecanismos de acción cerebrales, y por ser sustancias extrañas, de manera progresiva contaminan y alteran la transmisión de mensajes y órdenes al organismo y deterioran todos los movimientos cognitivos, volitivos y afectivos. En este caos informático, el cerebro instintivo asume el protagonismo, mutila el mundo emocional y reduce la actividad del cerebro racional; la persona pierde la conciencia de su propia identidad, un yo disperso y difuminado condiciona un cuerpo que, sin “espíritu”, suena a hueco y sin porvenir.

Cuando, en esta situación de vacío existencial se nos presenta pidiendo ayuda, el objetivo esencial es recuperar la suficiente normalidad funcional del cerebro, porque es el único instrumento terapéutico que, en su proceso de introspección, tiene la potencialidad de desencadenar una expansión de la conciencia “fuera de límites”, que propicia la presencia y activación de un pneuma, a modo de aliento o soplo animador, con el que identifica su ser y que, “animando e iluminando”, le descubre el significado, sentido y utilidad de su vida, siempre orientada hacia algo que no es él mismo.

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José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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