NoticiaCotolengo Cottolengo: «el sí rotundo y la acogida inmediata» Publicado: 25/06/2017: 20841 Ángel, Katia y la familia de Mohamed tienen una cosa en común, no tenían nada ni a nadie. Ellos son solo un ejemplo de las muchas personas que han pasado por la Casa del Sagrado Corazón. Y es que, como recuerda el director del Cottolengo, Patricio Fuentes, «esta Casa se define por la acogida inmediata y el sí rotundo ante situaciones de extrema urgencia. En estos casos no existe el “mándame el informe, ya veré si puedo…”. Para nosotros los más pobres de la sociedad son los primeros». La esperanza de los que no tienen nada ni a nadie «Si necesitas algo, si no te encuentras bien o algo no marcha como tú esperabas, solo tienes que llamarnos y vamos a por ti». Es lo que dice una madre a un hijo cuando se va a estudiar fuera, y eso mismo es lo último que escucha una persona cuando deja la Casa del Sagrado Corazón (Cottolengo) para residir en un lugar más definitivo. Como le duele a una madre cuando se cierra la puerta y sabe que su hijo esa noche no dormirá allí, igualmente le duele a todos los que forman el Cottolengo, voluntarios, trabajadores y residentes, pero igualmente entienden que cada persona necesita su espacio. «No debemos ser egoístas y pensar que, si aquí está bien ¿porqué se tiene que ir?, “¿donde va estar mi niño mejor que en su casa?” diría cualquier madre. Pero nuestra misión es darles alas y herramientas para vivir sus vidas. Y así poder ayudar al mayor número de personas posible. Cuando sale una persona podemos acoger a otra. Además nunca perdemos el contacto, hablamos por teléfono y muchos vienen a vernos», explica la subdirectora de la Casa, Susana Lozano. Este es el caso de Ángel, de 72 años, nacido en Hospitalet de Llobregat. Ahora vive en una residencia de la Junta de Andalucía en Estepona, cerca del mar, «dice de su residencia que es como un hotel de lujo. Muchos días coge un autobús para venir a vernos, se queda a dormir esa noche y se va al día siguiente, porque viene a su casa y duerme en su antiguo cuarto». Antes de vivir en la Casa era usuario del Albergue Municipal, «Es un hombre muy formal, cumplidor, y que estaba fuera de su entorno. Además, por su edad, no debía vivir en la calle. Vino a Málaga gracias a un amigo, pero finalmente las cosas no salieron como le habían prometido y se encontró en la calle. Fueron los propios trabajadores del albergue los que, al no encontrar otro recurso, recurrieron a nosotros», explica la subdirectora. «De forma inmediata, Ángel se adaptó a la Casa y, desde el primer momento, quería colaborar, tenía su día a día organizado, su independencia. Tras un tiempo en la Casa, intentamos buscarle un recurso más definitivo. El primer obstáculo que surgió fue que no había cotizado lo suficiente, por lo que no tenía derecho a una pensión. Su empadronamiento tampoco fue fácil. Hubo que hacer un gran trabajo de investigación pero gracias a un voluntario conseguimos hacerlo. Finalmente, pudimos gestionarle una pensión no contributiva a la que tenía derecho. Por exclusión social, pudo solicitar una plaza en una residencia; pero cuando se la concedieron, le dio mucha pena dejarnos. Esto mismo le pasa a la gran mayoría, pero entienden que es una garantía de cuidados para el resto de su vida». Lo mismo podemos decir de Katia, de 37 años, oriunda de Cabo Verde, aunque su vida transcurrió en Lisboa, donde es capaz de recordar que residió y llevaba una vida normal trabajando como auxiliar de enfermería. «Sus lagunas mentales comienzan al llegar a Málaga. No sabe cómo, ni por qué vino, no es capaz de recordarlo. No sabemos lo que pasó o si es que nunca estuvo realmente bien, pero algo lo desencadenó una situación mental y social muy grave». Los voluntarios la veían a diario «viviendo y pidiendo en la calle, en unas circunstancias muy trágicas. Finalmente vino a vivir a la Casa, donde es muy querida; ella misma nos decía que nos quería mucho pero que necesitaba más independencia. Así, a través del psiquiatra que la estaba tratando, solicitó una plaza en FAISEM (Fundación Andaluza para la Integración Social del Enfermo Mental). Gracias a ello, hoy vive en un piso tutelado, con la supervisión de una monitora. Pasa las mañanas en un centro de día y le ayudan con las comidas ya que no tiene capacidad para eso. Viene a menudo a visitarnos, y está encantada». Y es que en una de sus visitas el obispo de Málaga, Jesús Catalá «nos dejo muy claro que la Casa es para quien no tiene nada ni a nadie, pero también nos dijo que intentáramos hacer lo posible para que el que entre pueda ir a otro sitio más definitivo». Una familia tirada en la calle Este fue el caso de Mohamed y su familia, que ahora residen en un piso de Cáritas y son capaces de mantenerse gracias a su trabajo. «Era una tarde del mes de agosto de hace un par de años», recuerda Susana Lozano. Recibió una llamada de la Unidad de Emergencia Social de la Cruz Roja avisando de que había una familia marroquí que se había quedado en la calle. Se trataba de Mohamed, su mujer y sus dos hijos. «Vivían con unos familiares pero parece que tuvieron un desencuentro y se vieron en la calle. Venían en estado de shock. Los primeros días no sabían ni dónde estaban. Son personas con estudios universitarios y se veían en una situación que jamás hubieran imaginado. Durante varias semanas no se adaptaron, no tenían conciencia clara de dónde estaban, ni reaccionaban. La madre se pasaba los días enteros llorando, no tenía consuelo. Poco a poco fueron tomando asiento en la Casa y empezaron a colaborar, ella con las tareas domésticas y él, como tenía carnet de conducir, llevaba y traía del médico a los residentes que lo necesitaban». ¿Había otro lugar en Málaga para la familia de Mohamed? Sí, responde Susana, «el padre habría ido al Albergue Municipal, los niños a un sitio de acogida de menores y la madre a cualquier otro lugar. Pero, ¿cómo se recupera ese daño y ese tiempo que ha estado desmembrada una familia? ¿Es posible recuperar una familia que ha pasado por esa situación? ¿cómo están unos niños después de varios años sin padres y esos padres tras varios