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Delito: poner paz

Publicado: 04/05/2017: 11369

FIRMAS. José M. Bacallado. Área de Comunicación de la Delegación de Infancia y Juventud.

Hace unos días nos despertábamos con la triste noticia de la paliza a un joven en el centro de la capital, después de intentar mediar en una pelea entre otros dos jóvenes, y horas más tarde supimos de su muerte. Es más que evidente que son muchos los episodios violentos donde se ven implicados jóvenes; pero también es más frecuente que a ellos también les corresponda el papel de víctimas antes que el de agresores.

La violencia no aparece por arte de magia, florece allí donde reina el desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades o existen marcadas desigualdades. Sus semillas recorren el aire que respiramos y proceden de las más variadas plantas: núcleos familiares y amistosos encerrados en sí mismos, irresponsabilidad social hacia las nuevas generaciones, medios de comunicación, e incluso la propia competitividad reafirmante y efímera sobre la que construimos nuestro presente y futuro.

Las nuevas generaciones no solo hacen frente a una violencia explícita que genera tensiones y produce hechos violentos, sino también a una violencia potencial de la que poco se habla y es más peligrosa si cabe. Intimidación que se convierte en una segunda piel llena de miedos e inseguridades con la que enfrentar el mundo. Solo formando a chicos y chicas seguros de sí mismos, comprometidos con el respeto a lo diferente, afirmaremos una sociedad futura respetuosa y llena de vida.

Podríamos recrearnos en una visión negativa y oscura del mundo que nos rodea, mas los cristianos no estamos llamados a eso. No podemos ser heraldos de la esperanza y la salvación sumando factores negativos y olvidándonos de multiplicar bases de respeto y convivencia que soporten las relaciones entre los jóvenes de hoy, adultos del mañana.

Llevarnos las manos a la cabeza cada vez que ocurre un caso como este no puede ser nuestra única respuesta. Anunciar a Cristo nos exige conocer a quien tenemos delante comprometiéndonos con sus logros y necesidades. Los jóvenes, hoy más que nunca, necesitan testimonios creyentes que les animen a apostar por valores constructores de diálogos libertadores.

Pablo simplemente quiso poner paz en medio de tanta violencia, colorear una sonrisa en su recuadro vital, ese en el que habitamos cada uno de nosotros y donde muchos días la luz no se refleja tanto como debiera. Quedará para la historia el testimonio de alguien que apostó firmemente por el diálogo, que no se dejó llevar por la desidia hacia una juventud condenada por muchos al fracaso más absoluto y por la que Cristo sigue apostando.

Diócesis Málaga

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