NoticiaSemana Santa Viernes Santo: El misterio de Cristo muerto Publicado: 21/03/2016: 9597 Reflexión del sacerdote Alejandro Pérez Verdugo, Misionero de la Misericordia, para el Viernes Santo. Segundo día del Triduo Pascual. «Patíbulo del criminal, pero trono del rey; instrumento de tortura y muerte, pero sinónimo de misericordia y redención» Tras la introducción del Jueves, el primer día del Triduo propiamente dicho es el Viernes Santo que, sobria pero majestuosamente, celebra la Pasión y Muerte del Señor. En la cruz comienza la Pascua; también nos lo muestra el paso del color rojo de este día, no de luto sino de mártir, al blanco de la Vigilia. Este día queda envuelto en el misterio de la cruz donde “estuvo clavada la salvación del mundo”. Con el sobrecogedor y austero rito inicial de la postración, rostro a tierra, del sacerdote, la celebración está centrada en la liturgia de la Palabra, su parte más importante; y su momento culminante es la lectura de la Pasión según S. Juan: relato, memorial y actualización de la Redención. Esta primera parte concluye con la oración, que es universal para que nadie quede excluido de la salvación alcanzada por la Pasión de Cristo clavado en la cruz. En la segunda parte, adoramos la cruz arrodillándonos, inclinándonos, tocándola o besándola con fe y amor, porque es el “dulce árbol, donde la Vida empieza” (himno de la adoración); es símbolo de la humillación pero estandarte de la victoria; es leño seco para el pecado pero árbol vivo para la salvación; es patíbulo del criminal pero trono del rey; es instrumento de tortura y muerte pero sinónimo de misericordia y redención; es cadalso de la venganza pero insignia del perdón; es el monumento del odio cicatero pero el altar del amor infinito. En la tercera parte comulgamos con el pan consagrado el Jueves, porque, de estos tres días, la Iglesia no celebra la Eucaristía ni el viernes ni el sábado, reservándola al domingo; a esta ausencia de la Eucaristía se vincula el ayuno no penitencial, sino esperanzado, del Viernes y Sábado (SC 110), por el cual nos unimos al tránsito del Señor a través de la muerte.