NoticiaReligiosas Locuras de misericordia Publicado: 23/12/2014: 8521 Carta abierta de la comunidad de Carmelitas Descalzas del Monasterio de San José (Málaga). «En nuestro Carmelo también se respira esa mezcla de nervios y emoción que antecede a los días grandes» Este año, una vez más, el Adviento está a punto de estallar en la alegría de la Navidad. Cuatro días para seguir tensando la esperanza, alimentándola con la Palabra de Dios en la Eucaristía y la Liturgia, en el silencio de la oración. Aprendiendo de la Virgen María cómo esperar a Jesús con “inefable amor de madre”, con el deseo humilde y audaz de acercarnos un poco más al misterio del Dios con nosotros. Todas las familias, las comunidades religiosas, las parroquias, estamos ultimando los preparativos para celebrar el Nacimiento de Jesús. En nuestro Carmelo también se respira esa mezcla de nervios y emoción que antecede a los días grandes. En nuestra celebración de la Navidad se entremezclan la solemnidad de la liturgia y las tradiciones de nuestra comunidad, la mayoría heredadas de santa Teresa. Se adorna la casa entera, desde la iglesia hasta la cocina no hay rincón sin un belén o un Niño Jesús. Preparamos algún dulce típico de estas fiestas, casi siempre unos roscos o una torta de naranja de unas recetas tan antiguas que hay que adivinar los pesos y las medidas de los ingredientes. Todo luce limpio y dispuesto. También nuestros corazones. La Oración de las Horas del día 24 tiene un sabor especial. En la celebración de las Laudes una hermana canta la Calenda. Recibimos en profundo silencio el anuncio de que ha llegado el día del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según la carne. Y por la tarde, al comenzar las primeras Vísperas de la Natividad del Señor, bendecimos el belén de la iglesia que durante estos días de Navidad será el centro de nuestras miradas. Esa noche hacemos la procesión pidiendo posada, como hacía santa Teresa según cuenta una hermana que vivió con ella: la santa Madre, entre otras fiestas, solemnizaba mucho la fiesta de Navidad, y hacía en ella una procesión por los dormitorios con la imagen de Nuestra Señora y de San José, de quien era devotísima, y enseñaba esta coplita a sus religiosas: No durmáis hermanas/ mirad que viene/ la que a Dios por hijo tiene. Y con esta devoción y alegría iba a todas pidiendo posada para el Niño y para la Madre y para el esposo San José. El culmen de nuestra celebración es la Eucaristía, la de medianoche y la del día. En ellas se nos da el pan de vida que ha bajado del cielo, el Verbo hecho carne, el Hijo de la Virgen María. En ella participamos del misterio que estamos celebrando. Y no faltan las panderetas y los villancicos. Los cantamos en el tiempo de recreación después de la cena, durante todas las fiestas. Y muchos días también en la oración de la tarde en el coro. Algunos son muy antiguos, otros actuales, pero todos son alegres y nos ayudan a vivir el asombro que nos produce que Dios nos ame tanto. San Juan de la Cruz lo cantaba así: Y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría. Nuestro deseo, que se hace plegaria, es que celebremos esta Navidad con una fe y un amor tan grandes que se nos contagie la condición, la forma de ser, de nuestro Dios. Que se nos peque el gusto por lo sencillo y sin brillo, el amor a los que no cuentan en nuestro mundo. Y que se traduzca en obras, en gestos concretos en nuestra vida de cada día. ¡Feliz Navidad!