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Inmaculada Concepción de la Virgen María (Catedral-Málaga)

Publicado: 08/12/2012: 4412

INMACULADA CONCEPCIÓN

DE LA VIRGEN MARÍA

(Catedral - Málaga, 8 diciembre 2012)

Lecturas: Gn 3, 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38.

La Virgen María, amparo de la fe

1.- Muy estimado D. Fernando, hermano en el episcopado; querido Cabildo-Catedral y demás sacerdotes. En esta solemnidad de la Inmaculada celebramos la fiesta del Seminario diocesano. Participan en esta Eucaristía los superiores y los seminaristas; también agradezco la presencia de los sacerdotes, que rigen las parroquias a las que pertenecen los seminaristas. A todos, queridos fieles, un saludo cordial.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que hoy celebramos, es una ocasión gozosa para agradecer a Dios su amor al hombre, manifestado en su Hijo Jesús (cf. Rm 8, 39), y su presencia entre nosotros mediante la encarnación de Jesucristo en el seno de la Virgen María.

La Inmaculada ha sido inundada de gracia divina desde su concepción, tal como la saluda el ángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»; toda su persona está repleta de la presencia de Dios.

Con su actitud de fe, con su aceptación libre y confiada de la Palabra divina, que inunda su corazón, María ha hecho posible el misterio de la presencia humana de Dios entre los hombres: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31).

Este Jesús es «Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 32); su reino será eterno (cf. Lc 1, 33). María nos lleva de su mano hacia su Hijo Jesús, para que tengamos vida eterna, que se funda en el conocimiento de Dios: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3).

2.- La Santísima Virgen María acogió el misterio de la fe, aceptando en su alma y en su seno al Hijo de Dios. La liturgia de hoy nos anima a acoger por la fe en nuestra alma a Jesucristo, quien llega para regir la tierra (cf. Sal 72, 2-4) y salvar a la humanidad (cf. 2 Tm 2, 10).

Celebramos en este curso pastoral el “Año de la Fe”, que el papa Benedicto XVI ha tenido la inspiración de proponer a toda la Iglesia. Se nos invita a revitalizar nuestra relación personal con Dios, profesando, celebrando y dando testimonio de la fe de la Iglesia, que se nos regaló en las aguas bautismales.

                    María es modelo de fe, no solo porque cree las cosas que se le proponen de parte de Dios, sino porque acepta en su persona la presencia de otra Persona, Dios. El papa Benedicto nos recuerda que “el corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia, que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo (…). El conocimiento de los contenidos, que se han de creer, no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia, que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios” (Benedicto XVI, Porta fidei, 10). Mente y corazón deben ir unidos en el acto de fe, como van unidos en el acto de amor.

                    San Pablo lo dice con estas bellas palabras: «Con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El Señor espera de nosotros que profesemos la fe de la Iglesia, tras haberla creído y asimilado en nuestro corazón.

3.- Con una experiencia viva de fe seremos capaces de dar testimonio de ella. Podremos ayudar a los hombres de nuestro tiempo a acercarse al misterio insondable de Dios; al manantial de agua viva, que brota hasta la vida eterna. En el diálogo con la samaritana Jesús le invita a beber del agua que él ofrece: «El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4, 14).

“Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (Benedicto XVI, Porta fidei, 15).

Para saciar nuestra sed de eternidad el papa Benedicto XVI nos exhorta a “descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51)” (Benedicto XVI, Porta fidei, 3).

4.- El hombre tiene sed de felicidad y la busca. ¿Quién de vosotros no quiere ser feliz?; ¿qué persona humana no desea la felicidad? Pero no siempre el hombre es capaz de encontrarla. El relato del libro del Génesis nos narra la equivocación de nuestros primeros padres, Adán y Eva, en su busca de felicidad. La tentación del maligno, como hemos escuchado en la primera lectura, les hizo ir por derroteros equivocados y comieron del fruto prohibido (cf. Gn 3, 11), que les llevó a la muerte. ¡Fijémonos bien! Buscando la felicidad, fueron a la muerte.

Nuestros contemporáneos buscan, incluso con denuedo, la felicidad; van en su busca, pero no se acercan al manantial de la vida; trabajan muchas veces por el alimento que perece. Pero el Señor Jesús nos enseña que hemos de trabajar «no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27).

La fe lleva a la salvación: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). “Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación” (Benedicto XVI, Porta fidei, 3).

5.- La santísima Virgen María es la mujer insigne por su fe, modelo de todo creyente, a quien la Iglesia contempla agradecida, como amparo de la fe. Como recuerda el Concilio Vaticano II: “La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella (la Virgen) y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre” (Lumen gentium, 65).

María es madre y amparo de la fe, porque sostiene y protege la fe de sus hijos. Su prima Isabel la proclamó dichosa por haber creído en el mensaje divino (cf. Lc 1, 45). María concibió por la fe al Hijo de Dios: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). Apoyada en la fe siguió a Jesús y soportó verle morir en la cruz (cf. Jn 19, 25); movida por la fe creyó que él resucitaría y esperó la venida del Espíritu Santo, rezando en unión con los apóstoles, como dice el libro de los Hechos (cf. Hch 1, 14).

6.- La Concepción Inmaculada de María es expresión de la libertad y de la munificencia de Dios, al elegir los instrumentos de salvación y de gracia. Al mismo tiempo el asentimiento y la aceptación de la encarnación por parte de María manifiesta el sentido y la eficacia de la cooperación del hombre en el designio salvífico; su parto virginal muestra que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre; su vida santa de virgen, esposa y madre, esboza los rasgos de la Iglesia; y su asunción al cielo es figura anticipada de la gloria futura del hombre.

La Virgen Inmaculada es Madre, que sostiene la fe de sus hijos; por ello podemos decir que es amparo de la fe. Ella, desde el cielo dirige a sus hijos, que caminan peregrinos en este mundo, mostrándoles la puerta de la fe.

Con su maternal intercesión encamina a sus hijos hacia la Verdad. En el Himno Akathistos se dice de María: “Tras proyectar en Egipto la luz de la verdad, la tiniebla del error disipaste. Han caído sus ídolos, Salvador, no pudiendo soportar tu fuerza”.

Ya desde tiempos antiguos Ella ha sido invocada por el pueblo cristiano como “amparo de nuestra fe” (cf. Misas de la Virgen María, N. 35. La Virgen María amparo de la fe, Prefacio). En dicha misa se pide ser “firmes en la fe” (Oración sobre las ofrendas), tener “fortaleza en la fe” (Oración colecta) y “vivir según el camino de la fe en la tierra” (Oración después de la comunión).

Queridos hermanos, pedimos hoy a Santa María, la Virgen Inmaculada, que nos guíe hasta su Hijo Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6). Pedimos que Ella sea para todos y cada uno de nosotros “amparo de la fe”. Amén.

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