NoticiaColaboración Eutanasia iluminativa Publicado: 19/02/2020: 13937 El Doctor José Rosado, médico acreditado en adicciones, aborda la tendencia natural del hombre a la vida, y no a la muerte. “Ante el dolor y la progresiva disolución del cuerpo, y el temor de su definitivo aniquilamiento, el ser humano detesta y rechaza la hipótesis de su total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte: ninguna longevidad biológica puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón”. Los tratamientos para el cáncer son cada vez más eficaces, pero en algunas ocasiones, la radioterapia y quimioterapia no resuelven la enfermedad; con todos los recursos terapéuticos agotados se impone el alta hospitalaria y el enfermo regresa a su casa, con la referencia de los cuidados paliativos, para un seguimiento domiciliario. A una persona con una enfermedad incurable y con un pronóstico infausto a corto plazo que se conjuga con terminal, el problema que se le presenta es la limitación de su existencia. La persona entra en un tiempo en el que no sabe qué hacer, hacia dónde dirigirse ni a quién: la desorientación y oscuridad hipoteca su vida. Es una situación que activa de manera automática el cerebro reptiliano que, controlando el instinto de conservación y supervivencia, informa y alerta a todo el organismo de estas orientaciones y organiza una rebelión celular contra esa limitación existencial. Esa también la ocasión para que el arte de la medicina asuma su auténtica significación, que no es sólo curar una patología, sino acompañar y cuidar a la persona con un acompañamiento selectivo para, evitando el dolor y aliviando sus sufrimientos, conseguir una digna calidad de vida que conforma un clima propicio para que pueda tomar conciencia de su verdadera realidad: substancia de naturaleza racional, única irrepetible, con voluntad libre, autónoma, suficiente e independiente, en busca de sentido y firmes anhelos de felicidad. En este escenario, “thánato” pierde relevancia en favor de una vida que el cerebro reptiliano no deja de promocionar, estimulando el desarrollo de las ilimitadas capacidades cerebrales. Es ahora cuando la razón, facultad suprema, contemplando este panorama, asume su protagonismo y en un movimiento de introspección busca respuestas a esa rebelión celular contra de esa limitación existencial, y provoca per se una expansión de la conciencia que le ofrece dimensiones no holladas que carecen de referencias de tiempos y espacios y de las que le llegan noticias directas de trascendencias e inmortalidades que superan sin medida su estructura biológica; cuando confirma que estas inquietudes son comunes al género humano, y que en el universo todo tiene sentido y utilidad, deduce que se encuentran a la espera de ser satisfechas: su cualidad y universalidad exigen su realización. Pero ¿qué significado y utilidad tiene la muerte? El proceso existencial tiene diferentes etapas, y en la terrenal, su principio animador, el espíritu, se encuentra localizado en el cuerpo, que es una estructura celular programada para un tiempo controlado por su ciclo biológico. La desaparición de esa estructura se presenta como una transición pues finalizada su misión, deja de funcionar y permite que el espíritu que la sostenía y le animaba pierda su localización celular, se libere y pase a otro nivel de existencia para llegar a la plenitud de su propia naturaleza. Es un espíritu que necesita desprenderse del cuerpo como el gusano que ha tejido su propia crisálida y muere en ella para convertirse en mariposa. Claro que la razón también se pregunta por la causa, por el autor de todo el “sistema”, y una esperanza que, en estado permanente de vigilancia y que empieza a estar argumentada, aporta su poderosa fuerza, y es entonces cuando el espíritu, esencia del ser humano, que necesariamente lleva la impronta de su creador, del que es imagen y semejanza, cumple su función e ilumina a la razón y la convierte de razón natural en razón sublimada, que ya es “capaz” de experimentar de manera inefable la presencia del Autor en su hondón y al que identifica como su origen y meta. Más artículos de José Rosado Ruiz