Noticia Diario de una adicta (LIII) ¿Las recaídas? Publicado: 07/04/2017: 4110 Con más de 10 meses sin consumir absolutamente nada, yo no pienso en la posibilidad de recaer. No se me pasa ni por la imaginación. Ha sido una de las cosas que tengo superadas. Pero era la más importante preocupación del médico, y algunas sesiones la utilizamos para preparar mi mente ante el ofrecimiento de una sustancia. La técnica era simple y eficaz. Consistía en que cuando el pensamiento de consumir surgiera en mi consciente, inmediatamente lo tenía que apartar, cambiando de idea, de ocupación o llamando a mi madre para hablar de otras cosas y entretenerme, para no sentirme sugestionada por los recuerdos sugestivos y placenteros. Realmente son pensamientos que saltan a la memoria y no se pueden controlar, pero sí se tienen que rechazar, y tener esto presente para no dejar que permanezcan en la mente, pues entonces es fácil que se inicie un diálogo interior, en que las bondades de la experiencia pasada, magnificada por la imaginación y en un contexto real y coincidiendo con alguna dificultad, puede que los argumentos para recrearse en el consumo anulen a los que intentan rechazarlos. Como es sólo una especie de juego mental, una se puede convencer de la inocencia de esa conversación interior y admitir, sólo en el pensamiento, que si se consume, tampoco va a ocurrir una gran desgracia. Pero una idea aceptada en la mente como buena o no dañina, y que además se encuentra reforzada por algunos aspectos positivos inmediatos, no pierde intencionalidad, sino que se queda enquistada en el subconsciente a la espera que se presente la ocasión para pasar de potencia a acto. El consumo, aunque no se realice, deja una facilidad para en circunstancias idóneas, no tenga dificultad, de argumentos y razonamientos, para no efectuarse. De cualquier modo, yo, que no conocía la técnica, se puede decir que la empleaba de manera visceral: no permitía que ningún pensamiento de tomar droga rozara mi mente, y no era porque hiciera un ejercicio de voluntad o de control, sino porque le había tomado tanto asco y odio, que su sólo pensamiento lo tenía rechazado antes de que se formara. Es verdad, que no dejaba de buscar y objetivar los factores de riesgo familiares y los personales, como podían ser los estados de ánimo que a veces nublaban el día, para crear estrategias de afrontamiento y anularlos; en esto ocupaba un parte significativa de mi tiempo, pues tanto el médico como la psicóloga opinaban que era un asunto muy fundamental para reforzar mis instrumentos mentales. Tendría que estar muy fuera de mí, en un estado de delirio, de borrachera o de falta de razón para probar la droga, y si esto llegara a ocurrir, no sería una recaída sino un accidente, del que no necesitaba ayuda para repararlo: estaba completamente segura. Aquí fue cuando Carmen, ejerciendo de psicóloga, me animó a escribir y repetir estas seguridades y me propuso que, como llevaba tiempo con los ejercicios de concentración y relajación, iba a venir al día siguiente para desarrollar una sesión de sofrosis y vivir en ese estado la historia de mi reafirmación para abandonar el pensamiento de consumo. Esto serviría de calentamiento para abordar las demás dificultades.