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Benedicto XVI, sesenta años de sacerdocio

Publicado: 28/06/2011: 1637

El 29 de junio el Papa Benedicto XVI celebró el 60 aniversario de su ordenación sacerdotal. Fidelidad, estudio, formación, trabajo, amor a la verdad han sido y son algunas de las señas de identidad de toda una vida dedicada durante sesenta años a una renuncia permanente de sí mismo para servir a la Iglesia.

El 29 de junio el Papa Benedicto XVI celebra el 60 aniversario de su ordenación sacerdotal. Fidelidad, estudio, formación, trabajo, amor a la verdad  han sido y son algunas de las señas de identidad de toda una vida dedicada durante sesenta años a una renuncia permanente de sí mismo para servir a la Iglesia.   De origen modesto, - su padre comisario de la gendarmería en la Baja Baviera y su madre trabajó como cocinera antes de casarse- se educó en los difíciles años del régimen nazi. No es casualidad que los dos últimos papas de la Iglesia, Juan Pablo II y Benedicto XVI, fueran contemporáneos de la guerra, del odio entre los hombres, de la instauración de los dos regímenes totalitarios más crueles del mundo como lo fueron el nazismo y el marxismo. De ahí su decidido compromiso  en la lucha por defender la paz, la libertad y la dignidad del ser humano en el mundo.

Tampoco  ha sido una casualidad que al papa más carismático de los últimos siglos como fue Juan Pablo II, le haya sucedido el que puede pasar a la historia como uno de los papas más fieles y rigurosos a la hora de interpretar y aplicar la doctrina del Evangelio: “Lo importante es que no exponga mis ideas, sino que procure pensar y vivir la fe de la Iglesia, actuar con obediencia en virtud de la misión, que Él me ha confiado.” Así se expresaba en el libro-entrevista “Luz del Mundo”, que reúne unas transparentes respuestas sobre diversas cuestiones relacionadas con su vida sacerdotal y su visión de la Iglesia y del mundo, a preguntas de su entrevistador  Peter Seewald.

Su formación teológica, doctor en teología y catedrático en la Universidad de Ratisbona, sus valiosas aportaciones al Concilio Vaticano II como “experto” o su presidencia de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia Católica, cuando aún ostentaba el cardenalato, hacen de sus numerosos documentos, discursos, publicaciones y encíclicas todo un legado doctrinal del que pueden aprovecharse las actuales y futuras generaciones de hombres y mujeres que busquen orientación en la ética y moral cristiana

Su aportación intelectual y literaria ha sido y sigue siendo tan densa, que los intentos por frivolizar con su figura, especialmente  en algunos ambientes periodísticos, no es más que la demostración de no haber dedicado el tiempo necesario para conocerle a través de  la lectura y análisis de sus reflexiones y pensamientos en cuestiones tan relevantes para la vida del hombre, como puedan ser el amor, el sexo, la guerra, la paz, la verdad, la justicia social, los derechos humanos etc. Su arma es la razón: “no utilizar la razón es contrario a la naturaleza de Dios”, dijo en Ratisbona. Razón que está dispuesta a cambiar la opinión de las cosas por la verdad de los hechos.

Por otra parte Benedicto XVI se ha enfrentado con valentía, honradez y fortaleza a uno de los capítulos más tristes y problemáticos de la Iglesia en estos últimos años. Los escándalos de pederastia y abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos, especialmente en la década de 1970 y 1980. Abusos intolerables ante Dios y los hombres –dijo el Papa- que han dañado el mensaje y la credibilidad de la Iglesia.  La superación de esta profunda crisis le ha supuesto años de dolor, años de dura confrontación con una realidad a la que tuvo que hacer frente no solo como sucesor de Pedro sino  siendo ya cardenal,  como prefecto, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En el libro Luz del Mundo  desnuda sus sentimientos y su aversión al mal. Reconoce la gravedad del pecado cometido por los sacerdotes y religiosos implicados y señala sin reserva alguna los lamentables errores cometidos por una parte de la jerarquía de la Iglesia que silenciaron esas deplorables conductas. No rehúye ninguna pregunta relacionada con el tema y sus respuestas son directas y comprometidas: “qué pasa por la cabeza de alguien así cuando, por la mañana, se encamina hacia el altar y celebra el santo sacrificio?  ¿Acude acaso a la confesión? ¿Qué dice en la confesión?...”  Es la respuesta del sacerdote Josef Ratzinger que interioriza la dramática incoherencia entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, la sinceridad y la hipocresía. Debemos “incrementar la vigilancia de la Iglesia, el castigo  para quien ha faltado… y poner en  primer lugar el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido.”

Benedicto XVI es también un sacerdote que ama sin paliativos la verdad. Una verdad que hace compatible razón y fe. Una verdad que no se puede imponer por la violencia. Por eso defiende la “tolerancia” pero sin que en nombre de ella se pretenda “no tolerar” la identidad de la propia Iglesia, ni siquiera su propia visibilidad. Advierte ante el nacimiento de una nueva religión que bebe en las fuentes del hedonismo, el relativismo y la racionalidad excluyente.

Finalmente su preocupación se manifiesta  asimismo en  cómo debe comportarse el cristiano en la sociedad del bienestar, hoy sujeta desgraciadamente a preocupantes vaivenes de inestabilidad económica y social. Tres encíclicas, Deus Caritas est, Spe salvi y Caritas in Veritate constituyen un auténtico tratado de su pensamiento y filosofía en esta materia. De esta última ofrece unas pautas de comportamiento especialmente valiosas para meditarlas y ponerlas en práctica por empresarios y trabajadores comprometidos con la fe cristiana:

“ El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar los principios tradicionales de la ética social, como la transparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria…”

En definitiva sesenta años de servicio a la Iglesia y a la humanidad, toda una vida repleta de sueños, inquietudes, errores, dudas, sufrimientos pero también de alegrías e  ilusiones, como las de cualquier ser humano pero con la diferencia que su amor por la Iglesia, su entrega al sacerdocio y su fidelidad a la doctrina del Evangelio le hacen acreedor del cariño y del reconocimiento de más de mil doscientos millones de fieles en todo el mundo. Felicidades Santidad.

 

Jorge Hernández Mollar.   Ex Parlamentario nacional y europeo

Autor: diocesismalaga.es

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