NoticiaColaboración Una presencia Publicado: 20/06/2019: 7331 El Dr. José Rosado, médico acreditado en adicciones, escribe sobre las experiencias iluminativas encontradas durante la práxis médica. La persona que estaba atendiendo era un paciente que estuvo en tratamiento por el consumo de drogas. Después de dos años de terapia, 14 meses de abstinencia y valorada su normalización familiar, integración social y evolución positiva, se decidió su alta terapéutica. Al no acudir a las citas programadas para su seguimiento, perdimos el contacto. Ahora, después de 12 años, el motivo de la consulta era saludarnos, agradecer el trabajo que realizamos y ofrecer este testimonio. “Al recibir el alta médica, mis padres me animaron para aprobar el curso que me quedaba de magisterio. Con el título de maestro recién conseguido, tuve la suerte de un contrato por baja de enfermedad. En el colegio conocí a una maestra de la que me enamoré y nos casamos al año siguiente. Católica practicante y comprometida con labores sociales y pastorales de la parroquia, fue la que hizo recuperar devociones y creencias. Era y es una referencia para mi vida. Mis ocupaciones y preocupaciones se centraban en la familia, escuela y parroquia, Después llegaron los hijos y el amor protagonizaba una convivencia pacífica y feliz. En este ambiente, una tarde, hace ya 8 años, estando sólo en casa, tuve un pico de somnolencia y me quedé dormido. Cuando desperté, tenía la mente ocupada por el recuerdo fuerte y vivo de haber experimentado como un despertar de mí mismo, en el que sentí una presencia, como algo ajeno pero a la vez interior mí, y que me inundó de un gozo, armonía y alegrías jamás conocida. Durante un tiempo, estuve confundido y desorientado, pues el consumo de drogas también me había provocado estados gratificantes de conciencia, pero muy fugaces y siempre dejando frustraciones, sombras y vacíos que casi arruinaron mi vida. Valoré la oportunidad de pedir consulta, pero con mis antecedentes y el miedo al diagnóstico de una alucinación, delirio o paranoia, efecto de las lesiones cerebrales de la droga, me hizo guardar silencio y esperar, con la esperanza que todo fuese una alteración transitoria. Pero el fogonazo de esa experiencia, me dejó gabado una inefable conciencia de estar unida a esa presencia y con un recuerdo no se apagaba, incluso era buscado y deseado porque me llenaba de paz, equilibrio y serenidad. Rumiando estos detalles, fui acumulando argumentos para discernir que lo que yo experimenté no fue unaalucinación sino una evidencia que iluminó y transformó mi vida, pues de una manera natural y, afianzado en mi compromiso cristiano, mis creencias se convirtieron en certezas y mi fe en un saber. Un progresivo júbilo y entusiasmo existencial se apoderaba de mi ser. Entonces fue cuando tuve el valor de hacer partícipe a mi mujer de lo sucedido. Decidimos hablar con el cura que nos había casado y bautizado a nuestros hijos, que era muy cercano y conocía mis antecedentes. Después de una escucha atenta y respetuosa, de una manera taxativa nos afirmó que esas experiencias interiores no son propias ni tiene nunca su origen en paranoias y ni en patologías mentales. Dios, que se encuentra en esencia, presencia y potencia en nuestro hondón, aprovecha cualquier oportunidad para, en un toque de gracia y de infinitas maneras- Él no se repite- hacerse presente e informarnos de nuestra filiación divina. A modo de confidencia y de manera espontánea y sencilla, nos informó que, en un momento de su vida, alejado de beaterios y religiosidades, él también tuvo una experiencia parecida. Una voz le susurró al oído que quería contar con él, y se lo dijo de tal manera que, modificando radicalmente su vida y sin cálculo humano, abandonó todo para seguir esa llamada que le llenó y sigue llenando de plenitudes, porque era la voz de Dios, que siempre mantiene la misma pujanza y vitalidad.” En la praxis médica, de manera especial en las personas con enfermedades crónicas y pronóstico infausto, no son excepcionales estas experiencias esencialmente iluminativas, pues el problema que se presenta no es la enfermedad sino la limitación de su existencia, que es la que hipoteca toda la atención y que, al hacerles indiferentes a las solicitudes y ambiciones sociales, ofrecen un escenario idóneo para descubrir sus dimensiones profundas que por diferentes causas han estado reprimidas, y es cuando se presenta la oportunidad para que de ellas se liberen las noticias de trascendencias, inmortalidades y plenitudes, comunes al género humano, que descubren la presencia de Dios… y es que “no existe nada más semejante a Dios que el ser humano en su alma”. Más artículos de José Rosado Ruiz